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Málaga es ‘trendy’, pero no es Sevilla  

“Málaga ya es de todos y los emprendedores de hoy irán arrinconando a los jubilados de ayer que buscaban la vieja ciudad amable y doméstica” Como sevillano que soy, se me supone una animadversión hacia Málaga que, la verdad, estoy muy lejos de sentir. En esto de la envidia, pierde siempre y por defecto el que la ejerce, que además le da material de primera al otro para regodearse. Ser envidiado es un placer inestimable.  Durante décadas, el sevillano ha podido disfrutar como un cochino en un charco de la manía del resto de andaluces, en especial, de la franja oriental. Sevilla siempre ha sido más grande, más bonita, más institucional, más todo. La leche en bote. Con Málaga, el odio ha sido algo más bidireccional. Nosotros teníamos el nombre y ellos el comercio. Ellos la playa y la pela de los rusos y los árabes y nosotros la Giralda, el arte y el tronío. Y la Feria, la de verdad.   Mientras nuestros vecinos de la Costa del Sol iban haciendo camino, los sevillanos podían consolarse con que Málaga era “más fea que una lavadora por detrás”. “Málaga es la calle Larios y punto”, se decía. Hoy la cosa es más complicada: no sólo es una ciudad pujante, una promesa confirmada, sino que es buena, bonita y, cada vez menos, barata. En el año en que Abengoa ha vuelto a dar otro susto (uno más) a Sevilla, Málaga se ha llevado a la ‘chita callando’ la conexión con Nueva York y los piropos. Y, para redondear, en Sevilla, en el Palacio de San Telmo, sede de la Junta, mandan unos señores de Málaga.    De una ciudad, como de una persona, se sabe que ha alcanzado el éxito cuando sale en los papeles y cuando genera su propia corriente de envidiosos…