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Revista Capital

¿Por qué nos cuesta tanto la vida?

Por Redacción Capital


En definitiva, y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el gasto medio por hogar durante 2015 fue de 27.420 euros (382 euros más que en 2014). De esa cantidad, la vivienda se come el 30,4% del presupuesto (más de 7.300 euros al año), seguida por la alimentación (unos 3.500 euros, casi el 15%) y los transportes (2.676 euros, el 11%). Mientras que el salario medio se cifró en 26.529 euros. “En la gran mayoría de las ocasiones no se llega a fin de mes porque los ingresos familiares no son suficientes para cubrir los gastos imprescindibles de alimentación, vivienda, ropa o transporte”, indica Eduardo Bandrés, profesor de la Universidad de Zaragoza y miembro de Funcas. De hecho, el 35% de los trabajadores cobra por debajo del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), es decir, menos de 650 euros al mes, y más de 3,5 millones de españoles ingresan unos 330 euros al mes (menos de 4.500 euros al año). Una tasa, la de los trabajadores pobres, que se situó en el 14,8% en 2015, por encima del 14,2% de un año antes, y del 11,7% de 2013, según el indicador de la Red Europea Contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN). Un dato más: si en 2008, cuando estalló la crisis, el salario medio por hora trabajada en España era un 32,2% inferior al de la eurozona, en 2015 la distancia se ha ampliado hasta el 39% en 2015.
Más consumo, menos ahorro. Los hogares aumentaron su renta disponible un 2,3% en el pasado año pero, pese a ello, su tasa de ahorro menguó por el gasto en consumo final un 2,5%. En concreto, gastamos más en alimentación, bares y hoteles durante 2015. También en viajes. Todo ello hizo que la tasa de ahorro se situara en el 9,4% de la renta disponible, dos décimas menos que en 2014. Dicho de otra manera: un tercio de los españoles no los tiene, y casi la mitad no logra echar a la hucha más de 200 euros al mes, según Rastreator. “En un entorno desfavorable en el que el salario medio de los trabajadores lleva estancado varios años, vemos que la capacidad de ahorro se ve reducida por motivos más económicos que culturales”, apunta Fernando Summer, su CEO.  De hecho, el principal problema es no tener trabajo. “A su vez, si el trabajo es a tiempo parcial, la duración del contrato es escasa y los salarios son bajos, sucediéndose periodos de actividad con otros de paro, resulta muy difícil completar unos ingresos que nos permitan ahorrar”, matiza Eduardo Bandrés.
Fruto de todo ello es la famosa frase: no llegar a fin de mes. “Esto sucede porque tenemos muchas deudas y compromisos financieros muy altos”, apunta Arnold Pérez, profesor de Finanzas en EAE Business School. Con un ciclo económico al alza, las familias se hipotecaron. ¿Cuántas segundas viviendas se adquirieron en la costa? Como solía decir Aristóteles Onassis, “la buena vida es cara. Hay otra más barata, pero no es vida”. Pero llegaron las vacas flacas, y hubo que cumplir con los compromisos. “Algunas necesidades no son superfluas, sino necesarias, pero es cierto que podríamos reducir su número, aunque es difícil”, mantiene José Ramón Pin, profesor del IESE.

Cóctel peligroso. Bajos salarios y una  mala organización han supuesto que las familias tengan que escalar cada mes su particular Everest. “La precariedad laboral es un hándicap pero ha venido para quedarse”, sostiene José Ramón Pin. Lo que también se traduce en que las personas no tengan confianza en sus expectativas… y no cumplan con los compromisos contraídos. “Se puede decir que hasta ayer había en España la cultura de pagar las deudas, se cumplía con el banco de modo religioso. Ahora ya no tanto”, sostiene Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra. Y añade: “La gente joven se casa con crédito, todo amueblado, coche, viaje… Muchas personas pasan apuros y sufren porque se embarcan en deudas y en bienes innecesarios”.
La solución es clara: hay que revisar nuestro estilo de vida y el nivel de gasto, adaptándolo a los ingresos. Pero éstos son bajos, con reducción salarial en muchos sectores, y sin visos de volver atrás, cuando eran mejores. “Es un tema sociológico y de autoestima. Hemos vivido por encima de nuestras necesidades y descender en la escala social es dramático”, apostilla el profesor del IESE. ¿Quién se priva de ir de vacaciones cuando se le ha tomado el gustillo? ¿Qué dirán nuestros vecinos? “Se necesita la colaboración de los familiares [llámense padres jubilados] para cumplir con los compromisos asumidos y mantener a sus hijos y a ellos mismos”, asegura Arnold Pérez.
Parte de culpa de este entrampamiento también recae en un ‘vicio’ que teníamos más que asumido: el trabajo de por vida. “Aquí el mundo civilizado nos ha pillado con el pie cambiado. Eso se acabó. Hay que ser más flexibles y adaptables”, argumenta Alejandro Navas. Y es que hemos pecado de exceso de confianza por lo establecido.]]>

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