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Opinión

Redacción Capital

Reflexiones en torno al Brexit

¿Qué pasará tras la consumación del Brexit? Pues depende de qué Brexit se adopte. Hasta el momento, incluido el acuerdo común firmado entre la UE y Reino Unido, todo puede suceder: desde que finalicemos con una separación brusca y extrema, sin acuerdos básicos, hasta que Gran Bretaña reconsidere su decisión soberana de abandonar la UE y retorne a la misma, tal vez con ciertas condiciones mínimas, aceptables. Téngase en cuenta que el acuerdo cerrado por las partes sobre las condiciones del Brexit (por cierto, falta transparencia en los puntos o compromisos firmados) deben ratificarse en el Parlamento británico y, hasta la fecha, es más probable un rechazo que una confirmación. A partir de ahí, como digo, cualquier cosa es posible, empezando por nuevas elecciones en Gran Bretaña.

Lo que sí es seguro, es que la salida de Gran Bretaña de la alianza y los compromisos más fundamentales europeos debilita mucho a ambas partes. Desde la óptica económica, parece evidente que la separación del Reino Unido del resto de Europa no es un buen negocio, especialmente para el país que se aísla, dado el retroceso que supone, en términos de mayores costes de todo tipo: transacción, información, vigilancia de contratos, legales, políticos, de mero entendimiento, etc. De ahí que lo mejor sea minimizar dichos costes con un acuerdo que mantenga las relaciones productivas, comerciales, transaccionales e incluso legales lo más parecido a un sistema de unión económica. Lo mismo acontece para la UE, aunque tal vez pueda absorber mejor –dependerá mucho también de cómo se adapta internamente y adopta sus decisiones a partir del Brexit– dichos costes.

Sin duda, los acontecimientos provocados por el Brexit abren, si Europa está dispuesta a admitirlo, una reflexión profunda tanto sobre lo logrado como sobre los errores cometidos en los procesos de constitución de la UE.

Suele criticarse que la UE se ha basado en exceso en su aspecto económico, abandonando el componente político. Considero, sin embargo, y así ha sucedido, que han sido las ampliaciones burocráticas; la creciente presencia de los políticos de Bruselas atendiendo sus propios intereses; la creación de un poder político e institucional muy fuerte, con mucha capacidad de afectar en las vidas de los ciudadanos europeos, pero alejado de éstos y sus intereses, que, al tiempo, eran cada vez más diversos y dispares, incluso en ocasiones contradictorios; y el reforzamiento de un juego de connivencia entre esos políticos o burócratas, cada vez mejor asentados y con más incentivos perversos, y determinados grupos de poder o con capacidad de ejercer influencia en la política comunitaria (lobbies), ha sido, digo, toda esta estructura agigantada, lo que ha perjudicado y perjudica la construcción de Europa, animando la salida de una sociedad, la británica, que nunca estuvo completamente convencida de los beneficios que aportaba la UE. Aunque, visto lo visto, no son los únicos en Europa que empiezan a objetar el sistema y deberemos ponernos a trabajar rápido, en serio y en la buena dirección, sin caer en las proposiciones o tópicos fáciles y bienintencionados de siempre, pues el problema es profundo.

Gran Bretaña es, lo quiera o no, Europa. Forma parte de su historia y su composición y ha contribuido, al igual que España, Francia, los Países Bajos o Italia, con sus sistemas institucionales, legales o jurídicos, de pensamiento y formación, económicos… y hasta políticos, a la construcción del mundo actual, tal como lo conocemos en su avance, desarrollo y progreso.

No todo en su sistema, hábitos o costumbres es bueno o, al menos, aplicable a otras sociedades, cuyas tradiciones, hábitos o costumbres pesan también. Y, a pesar de la incredulidad de algunos, incluso la sociedad británica ha variado también sus hábitos o costumbres, en muchos aspectos, con el tiempo. Pero no me cabe duda de que hay mucho de lo que debemos aprender de ellos; no sólo los españoles, sino los europeos en general. Sobre todo, ese recelo que tienen y muestran a la intromisión de lo político, del Estado, en sus vidas, decisiones y haciendas, frente a sociedades que consideran que las soluciones dependen, si no exclusivamente, sí fundamentalmente, del poder. Del único poder real, que es el político: el que tiene en sus manos la ley, la justicia, la policía, el ejército.

Sin duda, el peor escenario sería un Brexit sin acuerdo alguno. Cualquier pacto que aproxime crecientemente las relaciones políticas, económicas, jurídicas, sociales, entre el Reino Unido y la UE, a una unión es una solución mejor. Pero la UE debería también procurar un cambio profundo en sus objetivos; por ejemplo, ni la armonización o unión fiscal, ni la emisión de deuda soberana conjunta, incluida en la propuesta anterior, son la buena dirección, incluso aunque se eliminasen las políticas fiscales nacionales, de cada país, pues siempre quedaría, en virtud de la descentralización, la posibilidad de cometer desmanes públicos en los territorios o regiones europeas.

En muchas ocasiones, a lo largo de su andadura, la UE ha dado muestras de debilidad; de incongruencia; de trato enérgico con los débiles y endeble con los fuertes; de inconsistencia en sus postulados y hasta de contradicción o ruptura respecto de sus principios, acuerdos o normas iniciales. Todo eso la ha debilitado. Otro tanto ha sucedido con el esperpento de Gibraltar (no puede calificarse de otra manera la existencia de una colonia en Europa en pleno siglo XXI y su aceptación por países que forman parte de todas las instituciones internacionales, que presumen de democracia). Esto indica cuál es la confianza que inspiran unos (británicos) y otros (españoles). Lo cierto es que ahora, incluso con las cartas o escritos alegados y aunque España tenga, si es que eso es así, la última palabra, en cualquier negociación, pacto o compromiso que la UE firme con Gran Bretaña y que ataña a Gibraltar, un problema colonial entre Reino Unido y España exclusivamente, pueden opinar desde Francia o Alemania, hasta Polonia, Letonia, Suecia, Rumanía o Malta. ¡Desde luego, no somos China!

Fernando Méndez Ibisate es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Artículo publicado en el número de diciembre de 2018 de la revista Capital. 

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