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Opinión

Redacción Capital

¿Hasta cuándo durará la inflación?

Juan Ramón Rallo analiza cómo ha afectado la inflación en el pasado año al mundo y cómo puede seguir haciéndolo de seguir en estos niveles

Por Juan Ramón Rallo, Doctor en Economía. Profesor en la Universidad Francisco Marroquín, en el centro de estudios OMMA, en IE University y en IE Business School 

La inflación parece estar de vuelta. En EEUU ha superado el 6% y en España el 5%. No es, además, un fenómeno exclusivo de estos dos países: la mayor parte de Europa –incluyendo a Alemania– se ve aquejada por esas mismas dolencias, e incluso China, donde, de momento, los indicadores de alza de precios se mantienen contenidos, está empezando a observar con preocupación la evolución de sus precios industriales. La situación resulta tanto más llamativa habida cuenta de que el problema al que se enfrentaban las principales economías mundiales hace apenas unos años era justo el opuesto, a saber, el de la deflación. ¿Qué es lo que ha cambiado tanto en tan poco tiempo? 

La explicación oficial nos remite a la existencia de cuellos de botella transitorios derivados de la recuperación post-pandemia. Y algo de cierto hay en esta explicación, pero también deberíamos ser conscientes de hasta qué punto resulta incompleta. ¿Existen cuellos de botella que están tensionando al alza los precios de muchos inputs y, por mera traslación de los costes a los precios finales, también de muchos outputs? Sí. En 2020 hubo una caída de la inversión de capital en prácticamente todos los sectores de la economía y, a su vez, muchos trabajadores experimentaron una reducción en el número de horas que trabajaban, todo lo cual mermó la capacidad productiva de muchas industrias. O, mejor dicho, no la incrementó al ritmo que se habría incrementado durante un año normal.  

No obstante, los problemas desde el lado de la oferta no pueden explicarlo todo, puesto que la producción de muchos de los inputs que presentan cuellos de botella ya se halla por encima de los niveles previos a la pandemia (semiconductores o diversas materias primas). Entonces, ¿por qué los cuellos de botella? Por factores que se explican desde la demanda. 

Primero, el gasto total dentro de nuestras economías fue alimentado durante 2020 y parte de 2021 a través de políticas fiscales y monetarias muy expansivas: todo ese sobreestímulo se ha transformado en sobregasto, elevando las compras muy por encima de sus niveles pre-pandemia. Segundo, por un cambio en la composición de la demanda: por motivos probablemente sanitarios, hemos reducido la demanda de servicios para aumentar la de productos, y nuestras estructuras productivas no están convenientemente adaptadas a ello, de modo que no han podido responder con suficiente rapidez. Y tercero, precisamente porque se han generalizado los problemas de abastecimiento de ciertos inputs, los empresarios han empezado a sobredemandarlos y a acumular inventarios por si en algún momento no pueden adquirirlos en condiciones de normalidad en el mercado, y eso ha agudizado más el desabastecimiento y la inflación. 

Por consiguiente, sí, los cuellos de botella influyen en la inflación, pero a su vez vienen generados desde el lado de la demanda. En ausencia de políticas de estímulo que expandieran la cantidad de gasto total dentro de la economía, la aparición de cuellos de botella engendraría cambios en los precios relativos: los de los bienes relativamente más escasos subirían (y absorberían la mayor porción del gasto) y los de los bienes menos escasos y prioritarios bajarían (al no ser receptores de tanto gasto). Pero no es sólo eso lo que estamos viviendo, sino, especialmente en economías como EEUU que van algo más adelantadas, una elevación de todos los precios, lo que muestra que algo más está pasando entre bambalinas. Y ese algo más es el expansionismo monetario y fiscal. 

¿Cuánto tiempo se prolongará esta situación? Realmente no lo sabemos, pero corremos un riesgo cierto de que termine afectando a las expectativas de los agentes económicos: subida generalizada de precios que invita a una subida generalizada de los salarios (para compensar la inflación previa) que, a su vez, nos aboca a otra subida generalizada de precios. De ser así, la única forma de impedir ese proceso expansivo de precios sería limitando el gasto, ya sea con contracción monetaria o con contracción fiscal, lo cual obviamente generaría daños en la economía que acaso las autoridades fiscales o monetarias no quisieran asumir (y esa posible pasividad daría mayores bríos al auge inflacionista). 

En definitiva, la inflación procede de una pérdida de poder adquisitivo de la moneda derivada de un incremento del gasto total. Si la confianza en la moneda se deteriora todavía más, sólo habrá una forma de restablecerla: con una restricción del gasto que, a su vez, mermará el crecimiento económico a corto plazo. 

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