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Economía

El negocio de los cazas americanos: el F-22 y el F-35

Por Pablo Poyo

El mercado de cazas de combate estadounidenses vuelve a subir como la espuma por la creciente tensión global

Estados Unidos siempre ha estado a la cabeza de la producción de armamento de última tecnología. La Guerra Fría hizo aumentar la competencia interna, gracias a empresas que pugnaban por ser las elegidas para desarrollar proyectos importantes. Lockheed Martin, Boeing, McDonell Douglas o Northrop Grumman fueron algunas de las compañías que se disputaron el mercado durante los años ochenta y noventa.

Parecía que la caída del bloque comunista iba a dejar obsoletos todos los esfuerzos de Estados Unidos por demostrar (y preservar) su superioridad militar, pero nada más lejos de la realidad.

En el siglo XXI han surgido nuevas amenazas que requieren de la renovación total de la rama aérea de las fuerzas armadas de numerosos estados, entre ellos, de ciertos aliados europeos del gigante americano. Estas amenazas son de sobra conocidas: Rusia-ahora más presente que nunca- y China; esta última con miras a discutirle de tú a tú la supremacía económica y militar al tío Sam.

Por otra parte, no hay que olvidar que el principal contribuidor de la OTAN no da puntada sin hilo, y aunque sabe de la dificultad y la carestía de desarrollar un proyecto faraónico como el que vamos a relatar ahora, no pierde la oportunidad de sacar tajada de un mercado cada vez más necesitado.

El F-22: el caza de combate secreto

Durante los años ochenta, la posibilidad de una guerra real contra la Unión Soviética aún estaba en boca de todos. Gracias al desarrollo soviético de un nuevo sistema defensivo y de la amenaza de los cazas de última generación Sukhoi Su-27, el gobierno estadounidense acordó sacar a concurso público un proyecto para modernizar su aviación y dejar en la estacada la tecnología moscovita.

En 1986, dos equipos de contratistas formados por Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics por un lado, y McDonell Douglas y Northrop por el otro, compitieron para ser elegidos por el gobierno. Al final, el primer conglomerado presentó el prototipo YF-22, mientras que sus oponentes probaron suerte con su modelo YF-23.

El equipo formado por Lockheed, Boeing y General Dynamics fue el elegido, y tras varias mejoras de su prototipo, el nuevo modelo de caza de combate fue renombrado como F-22. El objetivo del programa era la sustitución del modelo F-15 Eagle, un caza de combate que se había comenzado a producir en 1976.

El nuevo avión poseía unas características formidables: era un caza furtivo de quinta generación, capaz de superar los 2.100 kilómetros por hora, con sistemas de infrarrojos para ser indetectable tanto por radares como por los misiles tierra-aire o aire-aire, además de tener una aerodinámica impresionante y la capacidad de portar bombas y misiles de última generación.

Dos F-22 Raptor volando en formación de combate

El proyecto se fue demorando por sus complejidades tecnológicas y por el alto coste del mismo. Y eso que se desecharon varias ideas complementarias que habrían supuesto un sobrecoste todavía más rocambolesco.

La producción del F-22 comenzó en 1996, y la Fuerza Aérea de Estados Unidos decidió adquirir 750 cazas de combate. Sin embargo, debido a su precio se fue reduciendo el número de aviones que el gobierno estaba dispuesto a comprar, hasta llegar a la cifra de 2006: el Pentágono solo compraría 183 aeronaves.

No es de extrañar, porque el precio de cada F-22 se sitúa en unos módicos 356 millones de dólares. Eso sin contar el coste total del programa, que había salido por unos 67.000 millones de dólares.

Tampoco es baladí lo que vale mantener en el aire a este coloso de la tecnología. Cada hora de vuelo de un F-22 cuesta la friolera de 60.000 dólares.

Así las cosas, el gobierno de los Estados Unidos decidió que debido a su precio, y su tecnología especializada, el nuevo avión no se iba a comercializar fuera del país. El país de las barras y las estrellas ha producido en total 187 F-22, que se mantienen para la defensa nacional y ciertas operaciones especiales, pero cuya tecnología es secreta para el resto de sus aliados. Su venta a países extranjeros está, de hecho, prohibida.

Dado el altísimo coste de producción y la decisión de quedarse el nuevo modelo de caza en exclusividad, el gobierno de los Estados Unidos decidió detener la misma para el año 2011. En 2014, el F-22 recibió su bautismo de fuego, bombardeando las posiciones del entonces floreciente Estado Islámico en Siria.

Con las arcas algo maltrechas por el sobrecoste de los F-22, Estados Unidos necesitaba un proyecto más rentable que pudiera fabricar y exportar a sus aliados para poder sacar beneficios. Y así nacieron los F-35, aunque el proyecto no fue tan barato como se pensaba en un principio.

El F-35: arma más cara de la historia

En 1994, el Congreso de los Estados Unidos aprobaba el proyecto Join Strike Fighter, que tenía como objetivo sustituir los F-16, los F-18 y los Harrier de tecnología VTOL que se utilizaban en los portaaviones norteamericanos. Los aviones con capacidad VTOL (Vertical Take-Off and Landing) pueden despegar de forma vertical en espacios limitados sin necesidad de hacer uso de una extensa pista convencional, de la msma forma en la que lo hacen los helicópteros. Esto los convierte en los modelos más apropiados para los portaaviones equipados con cazas.

Los Harrier II son de los pocos aviones que poseen esta carísima característica, pues despegar verticalmente necesita de un empuje y de un combustible que hace que estos prodigios no se utilicen más a menudo. Están todavía presentes en algunas flotas de los aliados de los americanos, como el caso de nuestro país. España los utiliza en operaciones que requieren del Buque de Proyección Estratégica Juan Carlos I, el mayor barco por tonelaje de nuestra historia, que cumple con las funciones de portaaviones.

Con la necesidad de renovar la flota de cazas, los Harrier, y la imposibilidad de vender el F-22, Estados Unidos comenzó a producir en 2006 el F-35.

Vista frontal de un F-35 Lightning II

El F-35 Lightning II fue introducido en las flotas estadounidense y británica en 2015. En 2018 comenzó a exportarse a los aliados de la OTAN, que estaban deseosos de sustituir sus viejos cazas de combate por un nuevo arma polivalente, de quinta generación, con capacidad furtiva y VTOL.

Y aquí es donde radica la diferencia con el F-22. Aunque el coste del proyecto del F-35 es con muchísima diferencia el más caro de la historia, el coste unitario de cada avión es muy inferior al de su contraparte.

El programa del F-22 costó, como hemos dicho, un total de 67.000 millones, mientras que el proyecto del F-35 es increíblemente caro: casi 382.000 millones, y más de 1 billón con vistas a los próximos cincuenta años (renovaciones, mantenimiento y producción futura).

Es cierto, es una auténtica salvajada. Pero al comparar, el F-35 es mucho más barato de fabricar, y por lo tanto, de vender. Cada F-35 tiene un coste unitario de entre 77 a 95 millones (dependiendo de si es un modelo A, B o C). Por el contrario, cada F-22 costaba 356 millones, por lo que seguramente nadie habría estado dispuesto a adquirirlo aunque se hubieran puesto a la venta.

Además de todas las ventajas mencionadas, una hora de vuelo de un F-35 es también mucho más barata que la de un F-22. La mitad: unos 30.000 dólares.

Es por ello que todos los estados aliados se han dado prisa por adquirir este caza de última generación. Entre ellos nos encontramos con países como Italia, Turquía, Reino Unido, Australia, Bélgica, Polonia, Países Bajos, Noruega, Japón, Israel o Finlandia. Y no son compras precisamente a la ligera.

Australia, por ejemplo, ya ha comprado 72, y tiene previsto adquirir otros 28. Finlandia ha comprado 64. Bélgica y Alemania 34 y 35. Corea del Sur 40. Dinamarca 28. Italia 60, de los cuales ya ha recibido 9. Japón 42, de los cuales ya ha recibido 15. El Reino Unido espera 48, de los cuales ya han sido entregados 14 F-35 B, modelo destinado a la Marina Real Británica.

El objetivo del programa está claro: dotar a los aliados de un mercado eficiente de aviones de última tecnología, que les permita defenderse de las potenciales amenazas extranjeras, especialmente de China, como es el caso de Japón o Corea del Sur.

Estados Unidos ha demostrado que no todos van a poder jugar con sus nuevos juguetitos, valga la redundancia. Turquía, que tenía pensado comprar 100 aeronaves F-35, ha sido expulsada del programa por haber adquirido sistemas de defensa rusos S-400 en vez de los americanos Patriot.

Un F-35 superando la velocidad del sonido

Nos queda analizar el curioso caso de España. Nuestro país sabe que debe renovar su flota de F-18 Hornet y sus hasta ahora flamantes Eurofighters, que quedarán obsoletos a finales de esta década. Se especulaba sobre la posibilidad de que el gobierno diera luz verde a la compra de 80 F-35 B, pero estos rumores ya fueron desmentidos por Defensa en agosto.

Y es que España está enfocada en el desarrollo de un proyecto conocido como Futuro Sistema Aéreo de Combate, o FCAS por sus siglas en inglés, del que también son partícipes tanto Alemania como Francia. Estos aviones de sexta generación contarán con enjambres de drones autónomos, y estarán disponibles para el año 2035.

Es precisamente los retrasos en las fechas lo que preocupa al Ejército Español. Francia parece el país más convencido con este proyecto y con sus Rafale de fabricación nacional, pero los alemanes ya han movido ficha ante el temor de que objetivo final no sea viable, encargando 35 F-35 a los Estados Unidos.

De momento, es evidente que los F-35 son el presente y el futuro más inmediato. Casi todos los aliados de la OTAN han entrado en el mercado de este prodigio de la ingeniería, que de nuevo, va a permitir que las grandes empresas de aeronáutica americanas salgan tremendamente beneficiadas.

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