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Opinión

Redacción Capital

Las pensiones y la máquina de movimiento perpetuo 

“El sistema de pensiones va camino de convertirse en una subvención jerárquica con tintes de servidumbre”

El gran peligro de las sociedades opulentas, y la nuestra lo era y lo es dentro del declive, es la apariencia de naturaleza que adoptan las cosas que ante de ella no existían. El boomer que nació sin agua corriente y llegó a bañarse en un barreño, e incluso lo rememora con orgullo ante sus nietos, no concibe hoy un mundo en el que abra el grifo y no salga el agua. Menos aún lo imaginamos el resto, los que vinimos detrás y nos bautizaron con Solán de Cabras. Para nosotros, el único reto es que esté suficientemente tibia en los dos minutos previos a meter el pie.  

Sin embargo, la naturaleza no inventó el agua corriente, ni los grifos, ni el sistema hidráulico. Tampoco todas esas cosas que damos por hechas y de las que nos vanagloriamos ante el mundo, el hostil mundo de allá afuera, como si fuese un don de la raza hispánica: los sistemas de salud y de pensiones, por ejemplo.    

Los antiguos imaginaron la posibilidad de crear una máquina de movimiento perpetuo: un impulso inicial la pondría en marcha y la haría girar hasta el fin de los días sin ningún otro aporte de energía. Se sabe, por las leyes de la termodinámica y por la experiencia, que se trata de un objeto imposible, una quimera como la alquimia y la piedra filosofal. 

Con las pensiones, que no se salen tampoco de este marco físico, ha calado la idea intergeneracional de encontrarnos ante una máquina de este calibre: un sistema de movimiento perpetuo que alguien hace tiempo accionó con el tino suficiente para que tú, yo, tu padre, tu abuelo y tus nietos y tataranietos nos beneficiemos sin intervenir en su mecánica, sin necesidad de aportar energía ni corregir la desaceleración.   

Después de tanto, en medio del declive y el temor a una nueva crisis, seguimos en las mismas y seguimos hablando del sistema de pensiones en términos profundamente frívolos. Para los pensionistas, la posición es de enroque: ni un paso atrás en lo que se les debe. Para los cotizantes, la situación es ambigua y se mueve entre la justicia y solidaridad con los mayores y la indignación por una balanza desnivelada.  

Mientras, los políticos miran la máquina con ojos golosos. En un país envejecido, subir las pensiones sin miramiento es rentable en términos electorales. Y de este modo hemos llegado a escuchar las mayores indignidades, como la de la ministra María Jesús Montero. Dónde mejor el dinero, señala la ministra, que en manos de los pensionistas, tan “generosos” a la hora de ayudar a hijos y nietos. 

El sistema de pensiones, por tanto, va camino de convertirse en una subvención jerárquica con tintes de servidumbre en tanto sea factible que jóvenes que apenas llegan a los mil euros de sueldo mensual alimenten el retiro a razón de dos mil euros de sus abuelos. Que mañana no quede un mísero euro para ellos es algo que no se concibe en esta mentalidad de máquina de movimiento perpetuo.  

Ningún otro asunto, me parece, merecería un mayor esfuerzo de los políticos en este país para sentarse, debatir y diseñar correcciones conjuntas a un sistema despejando precisamente la política. Si el sistema de pensiones, como la educación, como la sanidad, entra en el juego electoral, pierde la propia maquinaria, lastrada por el egoísmo y la cortedad de miras y a expensas de los vaivenes demoscópicos. Nadie debería poder arrogarse la defensa de las pensiones más que nadie; nadie debería calcular con la bolsa común que todos codician.  

Asumir por todas las partes (boomers y no boomers) que el sistema tocó techo hace tiempo y que vivimos días de incertidumbre sería ya un buen paso para empezar a poner remedio a un desaguisado que puede acabar un día con la propia filosofía del sistema: que lo mío vaya para ti para que luego yo reciba de otros lo mismo. Que la rueda siga girando.  

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