“La IA aunque avanzada, tiene limitaciones. Carece de habilidades innatas para liderar, inspirar genuinamente e innovar”
A lo largo de la historia, la humanidad ha experimentado momentos que han redefinido radicalmente la forma en que trabajamos, vivimos y nos relacionamos. A menudo, estas disrupciones han sido provocadas por avances tecnológicos, que tradicionalmente han traído asociada una preocupación por la pérdida de empleos que estas nuevas tecnologías generan.
Esta dinámica, conocida como “destrucción creativa”, fue identificada por el economista Joseph Schumpeter, quien nos ayudó a entender que, aunque las nuevas tecnologías conllevan la desaparición de algunas industrias y empleos, tienen el potencial de crear oportunidades inéditas.
La Revolución Industrial es un buen ejemplo de este fenómeno. La aparición del automóvil llevó al declive la industria de los carruajes, pero tuvo la capacidad de crear una nueva industria con millones de puestos de trabajo en todo el mundo. En el siglo XX, vivimos una situación similar con el surgimiento de la informática y las telecomunicaciones móviles. Estas tecnologías revolucionaron no solo nuestra forma de trabajar, sino también la manera de vivir y comunicarnos.
Es importante entender que el proceso de destrucción y generación de nuevos empleos no se produce de manera paralela y, en muchas ocasiones, exige la mejora de habilidades (upskilling) o la adquisición de habilidades completamente nuevas (reskilling).
Esto tiene profundas implicaciones sociales. La reconfiguración de la estructura laboral, si no viene acompañada de formación y esquemas adecuados de acompañamiento ante las nuevas demandas laborales, puede resultar en periodos de desempleo, incremento de desigualdades y tensiones socioeconómicas. Hoy estamos viviendo una nueva ola de disrupción tecnológica, liderada por la Inteligencia Artificial (IA).
Estos sistemas, además de su increíble capacidad para procesar y analizar ingentes cantidades de datos, tienen la capacidad de generar contenido original a partir de datos previos con los que han sido entrenados, como es el caso de ChatGPT. Esta nueva era tiene implicaciones profundas para el talento, ya que la IA está entrando en numerosas tareas antes consideradas exclusivamente humanas.
En esta transformación es vital entender que la IA no disminuye la capacidad del talento, sino que nos exige reconsiderar cómo aportar valor en este nuevo contexto. Tomemos como ejemplos el sector de atención al cliente y el de la medicina. Mientras que los chatbots impulsados por IA pueden manejar consultas comunes, las interacciones más complejas requieren empatía, comprensión y juicio todavía dependientes en gran medida de personas.
En el ámbito de la medicina, hoy en día algunos algoritmos tienen una capacidad de detección y diagnóstico de enfermedades superior a los mejores expertos médicos. Pero los mejores resultados se generan a través de la unión de esa capacidad analítica con la empatía, intuición y compasión que solo las personas pueden aportar.
La IA aunque avanzada, tiene limitaciones. Carece de habilidades innatas para liderar, inspirar genuinamente e innovar. La verdadera innovación surge de cuestionar paradigmas, desafiar lo establecido y pensar fuera de lo convencional, algo que la IA, al menos por ahora, no puede hacer por sí misma. Además, la creciente integración de la IA en la toma de decisiones nos trae diferentes dilemas éticos.
Las máquinas, por naturaleza, son amorales y pueden no estar alineadas con la regulación. Son herramientas que reflejan la programación y datos que reciben. Por ello, es fundamental guiar estos sistemas hacia elecciones que respeten los valores y normas que nos ayudan a avanzar como sociedad.
Si bien algunos ven la IA como una amenaza, es una oportunidad sin precedentes para la innovación y la creatividad. La clave reside en nuestra capacidad para adaptarnos y reciclarnos profesionalmente. Como dijo Alvin Toffler, “los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no puedan leer y escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender”, una responsabilidad que debe ser compartida por individuos y organizaciones.
Nuestra meta no debería ser competir con máquinas, sino complementar y colaborar con ellas. La colaboración entre humanos y la IA tiene el potencial de producir innovaciones sin precedentes. En este nuevo capítulo en nuestra historia, el talento deberá buscar la integración entre los avances tecnológicos con aquello que nos hace realmente humanos, lo analítico con lo intuitivo, lo lógico con lo emocional. Para ello, la formación y la capacidad de adaptación al cambio serán las únicas garantías para alcanzar el éxito.