Nos hicieron creer que la historia era una colección de nombres de hombres que habían inventado, descubierto, explorado, construido, gobernado y ganado guerras. Nos los enseñaron en los libros, con su foto en blanco y negro y un epígrafe solemne debajo. Pero mientras ellos ocupaban las portadas, había mujeres haciendo lo mismo: fueron pioneras, genios, exploradoras y escritoras que no pidieron permiso. Algunas, como Amelia Earhart o Carmen Laforet, lograron colarse en la memoria. Otras, como Sophie Germain o Alfonsina Strada, han quedado en las esquinas de la historia, esperando a que alguien las devuelva al sitio que les corresponde.
Carmen Laforet (1921-2004), la escritora que no quería ser símbolo
Escribió Nada con 23 años y dejó boquiabierto a un país entero. Laforet no hablaba de guerras ni de héroes, sino de lo que pasaba dentro de una mujer que miraba a su alrededor y veía ruinas. Fue la primera en contar el vacío sin decorarlo, sin usar a una mujer como pretexto para contar la historia de un hombre. Y lo hizo en la España de la posguerra, cuando una mujer con voz propia era casi una anomalía. Ganó el Nadal, se convirtió en un icono y luego desapareció poco a poco, como si ya hubiera hecho todo lo que tenía que hacer. No se le dio más bombo porque no quiso y porque tampoco la historia estaba por la labor de conservar su legado con el mismo fervor con el que se recordaban los de otros.
Amelia Earhart (1897-1937), la aviadora que despegó para no volver
Se subió a un avión cuando todavía no había ni voto femenino en muchos países y cruzó el Atlántico en solitario como si no hubiera ya suficientes hombres diciendo que eso no era cosa de mujeres. Fue la primera en muchas cosas: en pilotar sola de un lado a otro del mundo, en desafiar todas las normas de su tiempo, en volar con un mono de cuero cuando lo propio era llevar faldas y tacones. Su avión desapareció en 1937 y se convirtió en un mito.
Sophie Germain (1776-1831), la matemática que tuvo que ser hombre
Para estudiar matemáticas en la Francia del siglo XVIII había que ser varón. Como ella no lo era, firmó sus trabajos con un nombre falso y engañó a la academia lo suficiente como para que la tomaran en serio. Fue pionera en la teoría de los números y en la elasticidad de los materiales, pero nunca la dejaron pisar la universidad como alumna. Cuando descubrieron que tras el nombre masculino estaba una mujer, la respetaron a medias, condescendientes, como quien aplaude a un niño que ha aprendido a leer antes de tiempo. Nunca se le reconoció en vida, pero sin sus cálculos no habría rascacielos ni puentes colgantes hoy en día.
Alfonsina Strada (1891-1959), la ciclista que corrió vestida de hombre
Alfonsina Strada se inscribió en el Giro de Italia en 1924 haciéndose pasar por un ciclista masculino y, cuando la descubrieron, ya era demasiado tarde: estaba en mitad de la carrera. Pedaleó hasta la meta y desafió a todos los que la querían fuera. No ganó, pero eso daba igual. Ganó otra cosa: la certeza de que la historia de las mujeres en el deporte se estaba escribiendo a golpe de pequeños desafíos como el suyo.
Nelly Bly (1864-1922), la periodista que se infiltró en un manicomio
Elizabeth Cochran firmaba como Nelly Bly porque en su época, si eras mujer y querías escribir, mejor que nadie supiera quién eras. Se hizo famosa porque un día decidió infiltrarse en un psiquiátrico haciéndose pasar por 'loca' para contar desde dentro el horror de aquellos lugares. Lo que descubrió fue tan brutal que cambió la legislación estadounidense sobre instituciones mentales. También dio la vuelta al mundo en 72 días cuando aún no existía la aviación comercial. Su único objetivo era demostrar que, si Julio Verne había escrito la vuelta al mundo en 80 días, ella podía hacerlo en menos. Y lo hizo.

Dorothy Arzner (1897-1979), la mujer que dirigió cuando Hollywood era solo de hombres
Dorothy Arzner fue la única mujer que dirigió películas en la época dorada de Hollywood, pero no se conformó con eso: también fue la que inventó el micrófono boom, esa pértiga con micrófono que hoy se usa en todos los rodajes. Filmó historias con protagonistas femeninas fuertes, y en una industria que decidía cómo debía ser la mujer en pantalla, ella se encargó de contar cómo era de verdad.
Annalena Tonelli (1943-2003), la misionera que luchó contra la tuberculosis
No quiso ser monja ni trabajar en ninguna orden. Lo suyo era ayudar sin necesidad de etiquetas. Se fue a Somalia y Kenia a tratar a enfermos de tuberculosis cuando nadie prestaba atención a esa epidemia. Levantó hospitales, salvó vidas y denunció las mutilaciones genitales a niñas en comunidades donde nadie se atrevía a hablar del tema. La mataron en Somalia en 2003.
Podríamos seguir. Con Rosalind Franklin, que fotografió el ADN mientras otros se llevaban el Nobel. Con Juana Azurduy, que dirigió ejércitos en la independencia de América Latina. Con Bessie Coleman, la aviadora negra que tuvo que irse a Francia porque en Estados Unidos nadie le dejaba volar. Lo importante aquí no es hacer una lista infinita, sino recordar que nunca nos faltaron mujeres extraordinarias. Lo que nos faltó fue que nos las contaran. Pero estamos en ello.



