En el mundo reservado de los grandes capitales, donde la discreción es norma y la estrategia es arte, se está gestando una nueva ola de inversión que tiene como epicentro al ladrillo. Según revela The Wealth Report 2025 de Knight Frank, los Family Offices -esas estructuras que gestionan las fortunas de las élites globales- apuntan con decisión hacia el sector inmobiliario como su nueva apuesta ganadora.
El dato no deja lugar a dudas: el 44% de estas entidades prevé aumentar su exposición al real estate en los próximos 18 meses. No es un capricho coyuntural, sino una jugada medida. El ladrillo, pese a sus ciclos, sigue siendo sinónimo de valor refugio y de legado multigeneracional.
Cada uno de estos Family Offices administra, de media, unos 560 millones de dólares. Y de ese capital, los inmuebles ya ocupan un lugar destacado: oficinas (20%), residencial prime (17%), logística e industria (14%) y hoteles (12%). Pero los nuevos vientos soplan con fuerza hacia los sectores living, industrial y el residencial prime, todos ellos con una demanda creciente.
En este tablero internacional, dos ciudades españolas brillan con luz propia: Madrid y Barcelona. La primera escala al puesto 26 del ranking global de destinos atractivos para la inversión inmobiliaria; la segunda, al 37. Ambas representan, según el informe, destinos estratégicos para el capital privado internacional, con una combinación seductora de calidad de vida, estabilidad jurídica y potencial de revalorización.
La mayoría de estos grandes patrimonios aún prefiere jugar en casa. En países como Nueva Zelanda (93%), Australia (90%) o EE.UU. (86%), la inversión inmobiliaria se queda dentro de sus fronteras. Pero otros, como Suiza, Hong Kong o Singapur, apuestan por una mayor diversificación geográfica.
Eso sí, el horizonte es largo. Apenas un 3% invierte con una perspectiva inferior a tres años. La mayoría se mueve entre rangos de 3 a más de 9 años, con estrategias que oscilan entre lo oportunista y el modelo "Value Add", dejando atrás el enfoque más conservador de activos consolidados.
Más allá de los números, hay una historia de legado familiar en cada inversión. Dos tercios de estas oficinas gestionan propiedades residenciales no sólo como activos financieros, sino como parte de un relato familiar: uso propio, herencia, preservación de capital. Aun así, no todo es fácil. Obstáculos como la fiscalidad compleja, la escasez de socios fiables y la elevada competencia por activos de calidad enturbian el camino.
Y como telón de fondo, una revolución silenciosa: el cambio generacional. Si bien los baby boomers (60-78 años) y la Generación X (44-59) aún controlan el grueso de las decisiones, los millennials empiezan a hacerse oír. El 58% de las oficinas ya los involucra en sus estrategias, y en el 47% de los casos esa participación ha alterado el rumbo inversor. ¿La diferencia más notoria? Su inclinación por los activos sostenibles: el 63% de ellos ya invierte con criterios ESG, frente a solo el 35% de sus mayores.
