Revista Capital

Trump y los aranceles: así exprime el chantaje como herramienta de negociación

Por Mario Talavera

El presidente estadounidense, Donald Trump, influye de manera determinante en los mercados solo con un comentario en redes sociales. Basta decir que va a dar una tregua arancelaria o, todo lo contrario, que va a incrementar sus tariffs (aranceles) sobre los productos extranjeros. Y a la larga, su intención no es implantar impuestos, sino conseguir acuerdos comerciales beneficiosos para su país. 

Los últimos dos meses han revelado la verdadera estrategia detrás de los aranceles de Donald Trump. Si es premeditada o no, si se va ajustando sobre la marcha o no, son algunas de las cuestiones que siguen siendo una incógnita, pero sí puede concluirse que los aranceles son una herramienta para negociar con el resto de los países. El objetivo último es que el mundo -especialmente, China y la Unión Europea- dejen de aprovecharse de Estados Unidos, siempre según la versión del presidente de la primera potencia económica mundial. 

La argumentación inicial contenía algunas fugas importantes. En su presentación del ‘Día de la Liberación’, Trump recuperaba su tradicional ‘Make America Great Again’, un lema que evoca el pasado industrial del país. De lo dicho, se deducía que el objetivo del presidente consistía en recuperar la industria estadounidense, que los productos volvieran a fabricarse en suelo norteamericano y no en China. Y, si no, que las empresas localizadas en terceros países eligieran relocalizarse en Estados Unidos para poder acceder a ese mercado. 

Las fugas eran muy evidentes. Empresas como Apple, una de las joyas de la economía estadounidense, extraen materiales y fabrican sus productos en diversos lugares del mundo, también en China. Resituar todo el proceso en Estados Unidos supondría perder competitividad y, de paso, que los precios de los iPhone se elevaran hasta las nubes. 

Tampoco es un buen incentivo que una empresa entera se traslade a Estados Unidos fabricar y vender allí. Inversiones como esa son costosas y requieren de tiempo y seguridad jurídica. Con Trump gobernando a golpe de tuit, el panorama no invita a la inversión. 

Por otra parte, hay que tener en cuenta que la mayor parte de esos aranceles grava materias primas y productos intermedios. Es decir, quien acaba pagando ese sobrecoste son las empresas importadoras estadounidenses. En condiciones normales, las compañías no tendrían más remedio que reflejar ese aumento de costes en los precios finales, de modo que asistiríamos a un aumento instantáneo de la inflación. 

A estos efectos hay que añadir las represalias del resto de países, que tendrían todo el derecho a plantear aranceles contra los productos estadounidenses. De hecho, tanto la Unión Europea (UE) como China plantearon sus respectivas respuestas a esta agresión comercial. 

Frédéric Mertens (Universidad Europea de Valencia): “La interdependencia entre EE.UU. y la UE no permite una guerra comercial abierta”

Corto plazo vs largo plazo 

Esos son los efectos más básicos, que sobre todo acabarían viéndose en el largo plazo. Es difícil pensar que Donald Trump no fuera consciente de estas consecuencias al poner en marcha su plan. Por ello, lo que ha ido sucediendo después refuerza la idea de que los aranceles no eran para lo que se preveía, sino que solo han sido una herramienta temporal para reequilibrar el déficit comercial. 

Es por esta razón que el presidente estadounidense ha dado varios pasos que han desconcertado al mercado. Los primeros tuvieron lugar a principios de abril, cuando China no se acobardó y, además de imponer aranceles del 34 % a los productos estadounidenses, puso en marcha diversas sanciones a las empresas del país. Asimismo, quiso demostrar que tenían el poder suficiente como para hacer más daño del que recibían.  

Sin ir más lejos, China tomó medidas como suspender la compra de aviones Boeing, así como controlar la exportación de tierras raras en primera instancia, a lo que siguieron las restricciones para otras materias primas como minerales y metales imprescindibles para las industrias norteamericanas. 

Esta escalada fue la que acabó de hacer saltar las alarmas. Empresas como Nvidia acusaron el golpe. En este caso, la compañía que comanda Jensen Huang se vio afectada por las prohibiciones de la Administración Trump para exportar chips a China. En efecto, Trump estaba fastidiando a China porque les privaba de unos componentes críticos, pero también golpeó a Nvidia. Concretamente, la tecnológica informó de que esta decisión se traduciría en unas pérdidas de 5.500 millones de dólares. 

La situación se resolvió con una tregua, dado que una sucesión de represalias infinitas llevaría al instante a una crisis económica de consecuencias impredecibles. Puede que ese fuera el punto al que Donald Trump quería llegar. 

Fue el 12 de mayo, tras varias semanas de negociaciones, cuando Estados Unidos y China alcanzaron un primer acuerdo. Estados Unidos se comprometió a reducir los aranceles sobre productos chinos al 30%. Mientras, China aceptó reducir los suyos al 10%, además de eliminar ciertas restricciones para la exportación. 

No se puede hablar de un acuerdo definitivo, pero sí de un alto el fuego, el principio de unas negociaciones que aborden más cuestiones. De hecho, ambos países lo comunicaron como una tregua de 90 días, destinada a facilitar el entendimiento.  

Con la Unión Europea (UE), el proceso ha sido similar, aunque con matices. Ha sido en estas últimas semanas cuando se han acelerado las cosas y todo el proceso habla por sí solo de la dinámica de negociación. El día 23 de mayo, Trump escribió en su red social, Truth Social, que la Unión Europea se creó "con el objetivo principal de aprovecharse de Estados Unidos en el comercio". 

Además de lanzar acusaciones, Trump expresó su contrariedad por el escaso avance de las negociaciones. Es por ello que quiso elevar los aranceles al 50% de los productos a partir del 1 de junio. A la vez, quiso animar a las empresas a mudarse a Estados Unidos: "No se aplicará ningún arancel si el producto se fabrica en Estados Unidos (…). No habrá aranceles porque lo que harán es enviar sus empresas y construir sus plantas". 

José Antonio Latre (Aecoc y Zelnova Zeltia): “Lo ideal sería alcanzar un acuerdo general entre EE.UU. y la UE sobre algunos principios compartidos y luego avanzar con pactos sectoriales”

A este nuevo ataque siguió la respuesta de la Unión Europea, de parte de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. En la llamada que mantuvieron Trump y Von der Leyen acordaron posponer esos nuevos aranceles del 1 de junio al 9 de julio. Con ello, el presidente norteamericano consiguió que su par europea se comprometiera a acelerar las negociaciones. 

En ese aspecto, el uso recurrente de los aranceles como herramienta de presión refleja la visión de Trump sobre el comercio global: un campo de batalla. Sin embargo, la herramienta de los aranceles para chantajear a los países no siempre funciona, lo que le ha llevado a volver sobre sus pasos. 

“El chantaje funciona con países individuales, pero no con Europa”, advierte Frédéric Mertens, director del departamento jurídico y profesor de RRII en la Universidad Europea de Valencia. “Trump ha tenido que recular recientemente, aplazando los aranceles a productos europeos hasta el 9 de julio. Lo ha hecho porque se ha dado cuenta de que el mercado europeo es demasiado importante para Estados Unidos, al igual que EE. UU. lo es para Europa. Hay una interdependencia que no permite una guerra comercial abierta”. 

Esa interdependencia estructural es también la clave desde el punto de vista empresarial. José Antonio Latre Ballarín, senior advisor en Aecoc y Zelnova Zeltia, recuerda que “EE. UU. tiene desde hace décadas un déficit comercial estructural, especialmente en bienes. Solo compensa con un superávit en servicios, sobre todo digitales”. 

Dividir para negociar 

Para Mertens, el estilo del expresidente estadounidense es claro: “Una especie de método a lo bestia de venta. Una negociación dura para imponer quién manda. Pero cuando se enfrenta a un bloque como la UE, lo tiene más difícil”. Y añade: “Europa no es solo una suma de países. Es un mercado organizado, con fuertes interconexiones. Intentar negociar con Italia, por ejemplo, ignorando que su economía está ligada al resto del continente, es una estrategia que solo puede funcionar si los europeos no actúan como bloque”. 

Y aquí aparece la verdadera intención de Trump, según Mertens: dividir Europa para debilitarla. “Por eso recibe con entusiasmo a Meloni y desprecia a Macron. Intenta romper la unidad para que su chantaje funcione”. 

“EE.UU. tiene desde hace décadas un déficit comercial estructural, especialmente en bienes”

Latre coincide en que la respuesta europea debe pasar por una mayor cohesión. De hecho, recuerda que la UE ya planteó una respuesta inteligente a los aranceles de Trump en el pasado, como ofrecer un acuerdo de aranceles cero para bienes industriales, como gesto de desescalada. Para Latre, la clave está en retomar ese camino de integración y reforzar los puentes, algo así como una OTAN comercial que proteja a las dos orillas del Atlántico frente a su principal competidor: China.  

China: el bloque que desafía la lógica 

El caso de China también ha obligado a Trump a dar marcha atrás. Sin embargo, los expertos creen que esta presión con China puede tener consecuencias aún más costosas para EE. UU. 

“China es un bloque económico con una enorme penetración en el mercado americano, especialmente en sectores clave como la electrónica y los semiconductores”, explica Mertens. “Si EE. UU. aplica los aranceles que pretende, se puede encontrar sin portátiles, sin coches eléctricos, sin componentes esenciales. La consecuencia sería una triplicación del precio de muchos productos”. 

Esa realidad obliga, según Latre, a buscar soluciones estructurales y duraderas: “Lo ideal sería alcanzar un acuerdo general entre EE. UU. y la UE, sobre algunos principios compartidos, y luego avanzar con pactos sectoriales”. Sin embargo, el experto lamenta que existen factores muy volátiles, relacionados con la propia psicología de Trump, la situación interna en EE. UU., sus relaciones con Putin o el papel que juegue China. Todo puede cambiar de la noche a la mañana. 

Ambos expertos coinciden que el mundo camina hacia un orden comercial más frágil, dentro de una situación mucho más incierta. En esa línea, la Unión Europea no tiene otra salida que responder de una forma común, si quiere resistir el chantaje y mantener su autonomía estratégica.  

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