Estados Unidos y China han dado un nuevo paso para reducir la tensión en la guerra comercial. El acuerdo, anunciado tras dos días de reuniones en Londres, marca una tregua estratégica entre las dos mayores potencias del mundo. Y aunque no se trata de una solución definitiva, sí tendrá un impacto inmediato en los mercados financieros, la inflación y las cadenas de suministro globales.
El pacto incluye varios compromisos clave. Estados Unidos mantendrá un arancel acumulado del 55 % sobre las importaciones chinas, incluyendo las tasas existentes y un nuevo recargo vinculado al combate del fentanilo. China, por su parte, aplicará un arancel del 10 % a los productos estadounidenses. Además, Pekín se compromete a reanudar el suministro de minerales críticos —como tierras raras e imanes de alta potencia— que resultan esenciales para sectores como la defensa, la tecnología y las energías renovables.
El acuerdo también incluye un gesto simbólico pero importante: Estados Unidos facilitará el acceso de estudiantes chinos a universidades del país, suavizando restricciones impuestas durante los últimos años. Esta tregua tendrá vigencia hasta el 12 de agosto, con la posibilidad de una ampliación si se mantiene el diálogo diplomático.
Los mercados han reaccionado con optimismo. Wall Street y los índices bursátiles asiáticos cerraron al alza tras conocerse el anuncio. El dólar se mantuvo fuerte, pero las monedas emergentes —como el peso mexicano— se fortalecieron, reflejando el alivio que genera una mayor estabilidad comercial. En paralelo, la inflación en Estados Unidos se moderó en mayo hasta el 2,4 % interanual, lo que podría facilitar una postura menos agresiva por parte de la Reserva Federal.
Para las empresas, este acuerdo supone una válvula de oxígeno. Las tecnológicas, las automotrices y las industrias de energía verde recuperan visibilidad sobre sus cadenas de suministro. Para los consumidores, el efecto podría traducirse en una estabilización de precios en productos como vehículos, baterías o componentes electrónicos.
La gran incógnita es si esta tregua es el inicio de un nuevo entendimiento o un simple movimiento táctico. Las diferencias estructurales siguen sin resolverse: el control de exportaciones estratégicas, los subsidios industriales y las acusaciones de espionaje continúan siendo fuentes de fricción.
