En 2001, el economista Jim O’Neill de Goldman Sachs acuñó el término BRIC para describir a cuatro grandes economías emergentes -Brasil, Rusia, India y China- con el potencial de transformar el orden económico global. La sigla evolucionó en 2010, cuando Sudáfrica se unió formalmente al grupo, dando lugar a los BRICS. Desde entonces, este bloque ha pasado de ser una noción teórica a convertirse en un actor geopolítico con creciente peso global.
Durante los últimos años, y particularmente tras la pandemia y la invasión rusa a Ucrania, el bloque ha intensificado su actividad y ambiciones. A finales de 2023 y a lo largo de 2024, se produjo una expansión histórica: se incorporaron Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos. En enero de 2025, se sumó Indonesia, el primer país del sudeste asiático en integrarse. Así, los BRICS pasaron de cinco a diez miembros, reforzando su papel como portavoz del sur global.
Actualmente, el bloque representa aproximadamente el 45-50 % de la población mundial y en torno al 40 % del PIB global si se mide en paridad de poder adquisitivo. Su influencia trasciende lo económico: promueven la reforma del sistema financiero internacional, la reducción del uso del dólar en transacciones comerciales, y la creación de instituciones propias como el Nuevo Banco de Desarrollo, un fondo de reserva multilateral (CRA) y una posible moneda de reserva común.
En este contexto, Donald Trump ha vuelto a colocar a los BRICS en el centro de su agenda proteccionista. En plena cumbre del bloque en Río de Janeiro, el mandatario estadounidense anunció que cualquier país alineado con las "políticas antiamericanas" del grupo recibirá un nuevo arancel del 10 % sobre sus exportaciones a EE. UU. Trump justificó la medida como un acto de defensa económica ante un bloque que, según él, "busca debilitar el liderazgo estadounidense en el mundo".
Esta declaración forma parte de un plan más amplio lanzado en abril bajo el nombre de "Día de la Liberación", una ofensiva arancelaria diseñada para renegociar desde cero los términos comerciales entre Estados Unidos y sus socios. Según ese plan, todos los países del mundo deben firmar acuerdos bilaterales con EE. UU. antes del 9 de julio. De lo contrario, comenzarán a aplicarse aranceles entre el 10 % y el 70 % a partir del 1 de agosto.
Las reacciones no tardaron en llegar. El rand sudafricano cayó un 1 % el mismo día del anuncio, situándose cerca de 17,75 por dólar. Los mercados bursátiles globales abrieron a la baja, mientras que los bonos soberanos de países emergentes sufrieron una presión al alza en sus tasas de interés. El dólar, por su parte, se fortaleció ante la incertidumbre generalizada.
Desde la cumbre en Río, los líderes del bloque han respondido con firmeza. El presidente de Brasil, anfitrión del encuentro, ha criticado la "coerción económica" y ha defendido la necesidad de "una arquitectura financiera más equitativa". China ha emitido un comunicado oficial señalando que los aranceles "no benefician a nadie y socavan la estabilidad del comercio global". Rusia e Irán califican la medida como un "ataque directo a la soberanía económica" de los países emergentes.
Más allá de la coyuntura comercial, el conflicto con los BRICS refleja un debate más profundo sobre el rumbo del sistema internacional. Para Trump -y para una parte significativa del espectro político estadounidense- el fortalecimiento del bloque BRICS representa una amenaza directa a la hegemonía global de Washington. En cambio, los BRICS se presentan como una alternativa al orden unipolar surgido tras la Guerra Fría, proponiendo una gobernanza global más inclusiva y descentralizada.
Por ahora, Trump no ha confirmado si estos aranceles se mantendrán en caso de lograr acuerdos bilaterales de último minuto. Tampoco está claro cómo reaccionarán empresas multinacionales o aliados históricos de Estados Unidos que dependen del comercio con países BRICS.
En ese nuevo mapa global, los BRICS buscan consolidar su lugar como motor de un orden multipolar. Y para Trump, como símbolo del viejo orden, ese desafío merece una respuesta firme. Las consecuencias, sin embargo, pueden ser mucho más amplias que una guerra comercial: están en juego los equilibrios de poder del siglo XXI.
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