El reciente terremoto de magnitud 8,8 frente a la península de Kamchatka, en Rusia, ha vuelto a poner en alerta a Japón, activando protocolos de evacuación en varias prefecturas costeras y generando olas de hasta 1,3 metros en la región de Miyagi. Aunque el seísmo apenas se sintió en Japón y no ha dejado, por el momento, daños materiales significativos ni víctimas, el temor a un nuevo tsunami ha reabierto el recuerdo de 2011 y su colosal impacto sobre la economía japonesa. La Agencia Meteorológica de Japón mantiene activa la alerta de tsunami para buena parte del litoral pacífico del país, previendo olas de hasta tres metros. Aunque las autoridades aseguran que los efectos serán mucho más contenidos que hace 14 años, no se descartan interrupciones logísticas y productivas en las áreas industriales cercanas al mar.
Así se ha registrado el terremoto de Kamchatka de M8.8 en España.
Las ondas sísmicas han tardado apenas 15 minutos en llegar pic.twitter.com/hf9YzI51PO— IGEO (CSIC-UCM) (@IGeociencias) July 30, 2025
La memoria del 11 de marzo de 2011 sigue viva tanto en la sociedad japonesa como en su estructura económica. En aquella ocasión, un terremoto de magnitud 9,0 generó un tsunami devastador que arrasó zonas enteras del noreste japonés, dejó más de 18.000 muertos y causó daños catastróficos en infraestructuras, redes eléctricas, transporte, sectores productivos y en la central nuclear de Fukushima. Aquel desastre tuvo un impacto inmediato sobre la economía: la caída del PIB fue del 3,7% en el primer trimestre tras el desastre y la economía nacional tardó al menos un año en recuperar el ritmo previo. El coste total de la reconstrucción superó los 200.000 millones de euros, según cifras oficiales, lo que representó en torno al 8% del PIB del país. Se emitieron bonos de reconstrucción y se recurrió a presupuestos extraordinarios para afrontar l+as tareas de reconstrucción y ayuda humanitaria.
Empresas clave como Toyota, Honda y Nissan paralizaron su producción durante semanas debido a la destrucción parcial de fábricas y la interrupción de las cadenas de suministro. Solo Toyota suspendió temporalmente las operaciones en 12 fábricas, y se reportaron incendios e incidentes en las instalaciones de producción de componentes, en regiones como Miyagi y Fukushima, algunas de las más afectadas. Sectores como la electrónica, los semiconductores y la pesca también sufrieron graves perjuicios. La región de Miyagi, por ejemplo, representaba el 1,7% del PIB japonés y concentraba importantes instalaciones industriales cuya reconstrucción llevó varios años. Por otro lado, el daño estructural a la red eléctrica nacional, que dependía en más del 25% de la energía nuclear, forzó a Japón a reformular su política energética y a incrementar temporalmente las importaciones de combustibles fósiles, afectando negativamente su balanza comercial.
Además de los daños materiales, el desastre de 2011 provocó una fuerte presión fiscal sobre un país que ya enfrentaba elevados niveles de deuda pública. Los informes de análisis de entidades como Nomura y Commerzbank advirtieron entonces de que la recuperación tendría un doble filo: si bien incentivaría la actividad en sectores como la construcción y la ingeniería civil, el endeudamiento público alcanzaría niveles muy difíciles de sostener a largo plazo. La necesidad de asistir a cientos de miles de desplazados, reconstruir infraestructuras clave y garantizar la seguridad nuclear generó una respuesta de política económica sin precedentes, que reconfiguró durante años las prioridades presupuestarias del país.
Ahora, ante la amenaza de un nuevo tsunami como consecuencia del terremoto en Rusia, aunque el impacto inmediato es menor, las autoridades y empresas japonesas no han dudado en activar protocolos de emergencia, detener temporalmente operaciones en puertos como Sendai y cerrar líneas de transporte marítimo. Aunque no se han reportado daños graves, cualquier alteración de la logística portuaria o de las rutas industriales en regiones como Tōhoku o Kanto podría generar efectos en cascada sobre la industria manufacturera, especialmente si se prolongan los cortes preventivos de energía o transporte. Empresas aseguradoras y sectores financieros siguen con atención los movimientos de las autoridades y posibles demandas de cobertura en zonas en alerta. Aunque el impacto económico proyectado en esta ocasión parece ser mucho más limitado, la experiencia pasada muestra que incluso fenómenos naturales de menor escala pueden amplificar sus efectos si afectan a nodos clave de la cadena de suministro o a sectores estratégicos como el energético o el tecnológico.
Japón, tercera economía del mundo, ha invertido durante más de una década en fortalecer sus sistemas de alerta temprana, en reforzar sus infraestructuras costeras y en descentralizar parte de su producción industrial para minimizar el riesgo de colapso. Sin embargo, la exposición geográfica a eventos sísmicos y tsunamis sigue siendo una amenaza constante.
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