Los últimos veinticinco años han coincidido con el comienzo de un siglo y de un milenio. Esta generación demográfica ha asistido a considerables logros científicos fruto de la curiosidad que, sin duda, constituye la razón última de la supremacía de nuestra especie y de la mejora constante de la calidad de vida.
En el ámbito de la biomedicina, se ha completado el proyecto Genoma Humano, que ha conseguido leer completamente el código genético, es decir, el conjunto de instrucciones para la generación, el desarrollo, el funcionamiento y el envejecimiento de nuestro organismo que se atesoran en todas y cada una de nuestras células. Providencialmente, al mismo tiempo hemos visto nacer una nueva tecnología de edición genética (llamada CRISPR-Cas9) que promete revolucionar nuestra capacidad de modificar el código. Esto nos aboca a la posibilidad de reparar los defectos que están detrás de algunas de las dolencias más graves y prevalentes, pero también a cometer aberraciones inimaginables.
El descubrimiento de nuevos materiales como el grafeno, el desarrollo de superconductores, el concurso de la robótica y la nanotecnología, la desmedida capacidad de computación de cantidades ingentes de información inabarcables para la mente humana (y el atisbo de la supercomputación), y su intelección, análisis y utilización mediante la inteligencia artificial (todavía en estado embrionario), han facilitado un adelanto tecnológico generalizado impensable para las generaciones anteriores.
Fuera de nuestra burbuja vital, hemos progresado algo en la exploración espacial y en el estudio de los rastros de los acontecimientos más importantes de la historia del universo, que hoy se cifra en unos 13.700 millones de años. Por favor, deténgase un momento a intentar contextualizar el número que acaba de leer. Trece mil setecientos millones de años… En este último parpadeo, hemos encontrado agua en Marte y conocido la existencia de exoplanetas, lo que ha relanzado el interés por la búsqueda de vida e inteligencia extraterrestres.
“El ser materialista, al que su petulancia ha llevado a creerse cerca de una ‘teoría del todo’, no tiene la más remota idea de lo que son la consciencia o el tiempo ni en qué consiste ese ‘todo’”
Algunos de estos hallazgos podrían desencadenar, en un futuro incierto, drásticas revoluciones científicas y tecnológicas. Pero, una vez dicho esto, es preciso acotar adecuadamente su repercusión actual. Hoy por hoy, el progreso acontecido en este periodo no es comparable al vivido en otros anteriores equivalentes que atestiguaron mayúsculos puntos de inflexión.
Sin necesidad de remontarnos muy atrás, recordemos algunos hitos recientes, como la teoría electromagnética de Maxwell (probablemente, el mayor logro del genio individual en la historia de la cultura) o la de la relatividad de Einstein, la nueva visión de la realidad introducida por la mecánica cuántica, el desarrollo de la energía nuclear, la llegada del hombre a la Luna, la invención de las vacunas o el descubrimiento de los antibióticos.
Hace treinta años, una tía abuela mía me dijo poco antes de fallecer nonagenaria: “yo he nacido en la edad media y me muero en la espacial”. El día que yo cumplí un año, mi padre me sacó de la cuna de madrugada y me sentó ante el televisor para que fuese testigo (inconsciente) del salto de Armstrong en la Luna, en directo. Los que hemos nacido en la era espacial de momento no podemos hacer afirmaciones tan rotundas.
Ubiquémonos: el ser que ocupa la cúspide de la noosfera, para volar necesita montarse en una bomba de combustible con alas y coger carrerilla por una pista derrochando obscenamente energía producida con un rendimiento humillante. A ese mismo ser que se denomina a sí mismo inteligente, todo lo que se le ocurre ante un órgano dañado es amputarlo. El ser materialista, al que su petulancia ha llevado a creerse cerca de una ‘teoría del todo’ (¡ahí es nada!), no tiene la más remota idea de lo que son la consciencia o el tiempo, ni sabe siquiera en qué consiste ese ‘todo’.
¿Estamos ante un pequeño estancamiento transitorio y estocástico, insignificante en el decurso ascendente del desarrollo milenario, o ante un cambio de tendencia que anticipa la proximidad a los límites de nuestras capacidades? El tiempo se lo dirá a las generaciones venideras.
