El histórico Hotel Palace de Madrid, inaugurado en 1912, ha recuperado su esplendor tras una restauración que ha sacado a la luz su auténtico color, desmontado y tratado uno a uno los 1.875 cristales de su cúpula y devuelto al edificio su condición de memoria viva de la ciudad. Miguel Díaz Martín, socio de Ruiz Larrea Arquitectura, nos explica cómo ciencia y artesanía se unieron para hacer posible el renacimiento de este icono del Paisaje de la Luz.
El Hotel Palace de Madrid, inaugurado en 1912 por impulso de Alfonso XIII, siempre ha sido más que un hotel. Monumento de la memoria madrileña y escenario de episodios cruciales de la historia de España, se ha convertido en símbolo del Paisaje de la Luz, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Su reciente rehabilitación, dirigida por el arquitecto Miguel Díaz Martín, socio de Ruiz Larrea Arquitectura, ha supuesto uno de los proyectos más ambiciosos de conservación patrimonial de los últimos años en la capital.
Para Díaz Martín, la responsabilidad era enorme: no se trataba exclusivamente de restaurar un edificio, sino de devolver a los ciudadanos un icono cargado de significados. “Desde el principio, entendimos que lo primero era el propio edificio, su voz y su memoria. Nosotros solo podíamos acompañarlo”, señala.
El arquitecto asegura que la intervención fue posible gracias a un esfuerzo compartido y coordinado con una precisión casi quirúrgica. Más de 35 personas trabajaron a tiempo completo durante un año en la restauración de los 8.000 metros cuadrados de fachada, mientras otros equipos paralelos se ocupaban de los espacios interiores.
A la labor de arquitectos y técnicos, se sumaron artesanos de oficios en vías de desaparición: canteros, vidrieros, carpinteros, herreros, doradores, marmolistas. Un mosaico de oficios que devolvió a Madrid un trabajo colectivo, fiel al espíritu de los gremios que ya levantaron el Palace en 1912.
“La grandeza de este proyecto es que, sin los oficios tradicionales, nada de esto habría sido posible. A veces lo mejor era callar y escuchar a un maestro carpintero o a un vidriero, porque sabían mucho más que nosotros sobre cómo devolver la vida a cada pieza”, recuerda Díaz Martín.
Ese espíritu de taller vivo se extendió durante los casi dos años de obras, 22 meses en total, sin que el hotel cerrara sus puertas ni dejara de recibir huéspedes. Cada rincón escondía sorpresas: capas de pintura que ocultaban molduras originales, vidrieras desfiguradas que recuperaron su color o guirnaldas decorativas que, tras décadas, volvieron a mostrar la minuciosidad de pétalos y hojas.
El descubrimiento del ‘color Palace’
Una de las revelaciones más significativas llegó al analizar las muestras extraídas de la fachada. Lo que durante décadas había sido percibido como un edificio blanco resultó ser, en origen, un monumento de colores sobrios y elegantes: beige en los paramentos lisos y un marrón rojizo en guirnaldas y ornamentos.
Los laboratorios confirmaron que aquellos pigmentos habían sido creados en la propia obra de 1912, con técnicas de cal y temple y tintes naturales. Se trataba de un tono irrepetible: el ‘color Palace’. Replicarlo exigió una técnica artesanal, la veladura, que permite superponer capas translúcidas hasta alcanzar la tonalidad deseada, preservando la textura del revoco original. La fachada volvió a respirar, mostrando de nuevo la riqueza cromática que había contemplado Alfonso XIII el día de la inauguración.
El rigor científico acompañó en todo momento al saber artesanal. Cada muestra del revoco se analizó al microscopio y mediante rayos X para descifrar su composición original. Este cruce entre ciencia y oficio permitió garantizar no solo la fidelidad histórica, sino también la durabilidad de la restauración.
En paralelo, se acometieron labores de limpieza y conservación de guirnaldas, ménsulas y balaustradas. Muchas de las balaustradas originales, deterioradas por la oxidación de las armaduras metálicas interiores, tuvieron que ser sustituidas -270 unidades en total- y replicadas con resinas que imitan el envejecimiento natural. Los operarios descubrieron que lo que parecían simples formas geométricas escondían rosas y hojas esculpidas con una minuciosidad asombrosa, invisibles desde el suelo, pero esenciales para comprender la excelencia de los artesanos de hace un siglo.
Miguel Díaz Martín:
"Este hotel nos pertenece a todos. Nosotros solo hemos tenido la suerte de devolverle el alma para el siglo XXI"
La cúpula, corazón del hotel
Si la fachada es el rostro del Palace, la cúpula central diseñada por los Maumejean Hermanos es su corazón. Bajo ella han tenido lugar banquetes, tertulias literarias y hasta operaciones quirúrgicas durante la Guerra Civil, cuando el hotel se convirtió en hospital de sangre.
El equipo de Ruiz Larrea desmontó uno a uno los 1.875 cristales que la conforman para tratarlos a mano. “Queríamos que la luz de Madrid volviera a atravesar esos vidrios como en 1912. Esa luz única es parte del alma del Palace”, afirma Díaz Martín.
La intervención incorporó además innovaciones técnicas: una sobreestructura de vidrio con control solar y un sistema de ventilación que mejora la sostenibilidad al reducir la necesidad de climatización. Este equilibrio entre tradición y eficiencia energética convierte al Palace en un referente de cómo los edificios históricos pueden adaptarse a los desafíos ambientales del siglo XXI.
El arquitecto subraya que cada decisión se tomó con la conciencia de estar trabajando sobre un escenario de la historia reciente de España. El Palace fue cuartel general de la democracia la noche del 23F, balcón desde el que Felipe González saludó tras ganar las elecciones de 1982 y punto de encuentro de generaciones enteras de escritores, artistas y políticos.
“No era solo un proyecto arquitectónico, era devolver la vida a un lugar donde han pasado cosas que forman parte de nuestra identidad colectiva. A medida que retirábamos capas, aparecían pedazos de historia que decidimos mantener visibles: la escalera de los periodistas del 23F, el Club 27 frecuentado por Lorca y Dalí, balcones que fueron testigos de la alternancia política”, rememora.
Un icono renovado
Entre los logros de la rehabilitación destacan la recuperación de la marquesina original de la Plaza Cánovas del Castillo, la doble arcada que da acceso al lobby monumental y la restauración de vidrieras y mostradores históricos. Salones como el Julio Camba se han vestido ahora de tonos cálidos que respetan la chimenea pétrea original.
Las 470 habitaciones han sido renovadas con todo el confort contemporáneo sin perder su carácter: suelos de mármol y carpinterías se han conservado para que el visitante sienta la continuidad entre pasado y presente. “Lo esencial era que el huésped encontrase un lujo verdadero, no impostado. El verdadero lujo aquí es la tradición y la historia, adaptadas al siglo XXI”, destaca el arquitecto.
No todo fueron hallazgos felices. Muchas de las balaustradas tuvieron que ser sustituidas: hasta 270 unidades, al estar deterioradas por la oxidación de las armaduras metálicas interiores. Lo mismo ocurrió con algunas ménsulas, replicadas con nuevas técnicas de resina y escayola. “Cada día era como abrir un paciente en un quirófano. Nunca sabías qué iba a aparecer. Eso obligaba a tomar decisiones rápidas y muy meditadas a la vez, siempre con un principio: respetar el edificio antes que cualquier gusto personal”, admite el experto.
Hoy, el Palace brilla como el primer gran hito restaurado dentro del Paisaje de la Luz madrileño. Para Miguel Díaz Martín, sin embargo, lo más valioso no es solo la fachada limpia ni la cúpula transparente, sino la lección que deja la obra: “El edificio nos ha enseñado a tener paciencia, a escuchar, a respetar lo que estaba antes que nosotros. Creo que esa es la verdadera definición de lujo silencioso”.
El hotel, que fue pionero en ofrecer baño privado y teléfono en todas sus habitaciones en 1912, se presenta ahora como icono del nuevo lujo en Madrid, dentro de la colección Luxury Collection de Marriott. Un lujo que no se mide en ostentación, sino en autenticidad, en la capacidad de vincular pasado y presente en un mismo espacio.
La restauración del Palace también es un viaje por su biografía. Desde su apertura como el hotel más grande de Europa en 1912, ha sido escenario de episodios decisivos: hospital de sangre durante la Guerra Civil, sede improvisada de las fuerzas democráticas la noche del 23F o escaparate internacional del boom turístico español en los años 60.
Por sus salones pasaron desde Galdós, Unamuno u Ortega hasta Stravinski, Josephine Baker, Dalí o Buñuel; desde Hemingway y Lauren Bacall hasta los Rolling Stones, Leonard Cohen o Madonna. Esa mezcla de memoria política, cultural y social es la que otorga al Palace un valor que trasciende la arquitectura.
Hoy, tras la intervención, el Palace se alza como un museo vivo en pleno corazón de Madrid: un edificio que refleja el diálogo entre historia y modernidad, ciencia y artesanía, memoria y futuro.
Cuando se le pregunta por un reto soñado, el arquitecto no duda: le encantaría poder rehabilitar el Palacio Real. También confiesa una debilidad por la Gran Vía: “Sería un sueño dejar allí una huella arquitectónica, porque es una calle muy ligada a mi vida”.
Entretanto, el Palace ya ha cumplido su misión: devolver a Madrid un pedazo vivo de su historia. Un hotel que no solo hospeda viajeros, sino también la memoria de una ciudad entera.


