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Robert Redford, el último galán de Hollywood

La noticia de su muerte sacudió Hollywood y, al mismo tiempo, confirmó algo que ya se intuía: el último galán del cine había vivido y se había marchado a su manera. Redford fue actor, director y fundador de un festival que cambió el destino del cine independiente. Fue, ante todo, un hombre que vivió con la misma independencia con la que eligió sus papeles y proyectos, siempre fiel a su propio rumbo

Por Marta Díaz de Santos

Charles Robert Redford Jr. nació en 1936 en Santa Mónica, California, hijo de un contable y de una madre que lo animaba a dibujar. Antes de ser actor, quiso ser pintor, y esa vocación temprana marcó el resto de su carrera. Estudió en el Pratt Institute de Brooklyn y recorrió Europa como un joven bohemio. En París, bebió vino barato y copió cuadros en museos. En Florencia, aprendió que la luz define la belleza. Esa formación artística le otorgó algo esencial..., el ojo de un esteta. Cuando más tarde se colocó frente a una cámara, no solo pensaba en actuar, sino en cómo la luz caía sobre un hombro o en cómo el viento podía darle movimiento a una escena.

Su irrupción en el cine a finales de los sesenta coincidió con un momento de transición en Hollywood. Las viejas fórmulas estaban agotadas y los jóvenes cineastas pedían espacio. Redford, con su melena rubia y su aire de muchacho serio, parecía un galán clásico; sin embargo, su sensibilidad y la inteligencia de sus papeles lo convirtieron en un puente entre el sistema de estudios y el nuevo cine que estaba naciendo.

'Dos hombres y un destino' selló su icono junto a Paul Newman

Butch Cassidy, Sundance Kid y el nacimiento de un icono

En 1969 llegó la película que lo definiría para siempre. En Dos hombres y un destino, junto a Paul Newman, su personaje del forajido Sundance le dio, además de fama, una segunda piel. El apodo se convirtió en marca, en destino. Redford aparecía en pantalla con sombrero ladeado, chaleco ajustado, botas gastadas y un aire juvenil que parecía reírse de la tragedia. Newman era el veterano astuto; él, el rebelde magnético. Juntos crearon una de las parejas más carismáticas del cine.

Ese mismo magnetismo se consolidó en El Golpe (1973), otra vez con Newman, pero esta vez como estafadores elegantes en la época de la Gran Depresión. Trajes de tres piezas, tirantes, sombreros de ala corta..., Redford moviéndose como un bailarín dentro de un vestuario impecable. Era imposible separar la trama del vestuario, porque la moda se volvía parte de la estafa. Allí nació la noción del 'estilo Redford': una mezcla de naturalidad y precisión, de ropa aparentemente simple pero siempre exacta.

Robert Redford y Paul Newman en 'Dos hombres y un destino'

Sus personajes eran de lo más observadores. En Todos los hombres del presidente (1976), interpretando al periodista Bob Woodward, el estilo era más que vestuario; era postura. Camisas blancas arremangadas, corbatas finas, un aire de reportero obstinado. La elegancia de Redford consistía en transmitir fuerza sin levantar la voz, en encarnar la seriedad con un magnetismo casi periodístico.

Esa contención se repite en El Gran Gatsby (1974), donde encarnó al millonario misterioso con trajes blancos de lino y sonrisa melancólica. O en Memorias de África (1985), junto a Meryl Streep, donde su presencia se asocia al romanticismo del paisaje africano, al chaleco de caza perfectamente usado, al gesto de leer poesía en mitad de la sabana. Redford se convirtió en sinónimo de un estilo que trascendía la moda… Era una manera de estar en el mundo.

'Tal como éramos'

Uno de los papeles que mejor revelan el costado más íntimo de Redford fue Hubbell Gardiner en Tal como éramos (1973), junto a Barbra Streisand. Aquella película, que se convirtió en un clásico del melodrama romántico, mostraba a Redford en un registro más vulnerable, alejado de la acción y el ingenio de sus colaboraciones con Newman. Ella, con su magnetismo vocal y emocional, formaba un contraste perfecto con el Hubbell de Redford, el escritor rubio y encantador que parecía sacado de un sueño americano idealizado.

Su manera de vestir y caminar, relajada y natural, casi tímida, contrastaba con el histrionismo de otros colegas de la época

El film -cuidado, spóiler- culmina con una de las escenas más recordadas del cine romántico: Streisand acariciando el rostro de Redford, despidiéndose para siempre en una esquina de Nueva York. Hubbell, incapaz de sostener el amor frente a la realidad, se convierte en metáfora de la imposibilidad. Esa mirada final de Redford, silenciosa, resignada y hermosa, ha quedado grabada en la memoria de generaciones. La canción homónima de Streisand (The Way We Were) terminó de sellar el mito, y desde entonces nadie puede pensar en Redford sin recordar también aquel instante.

Doce años más tarde, en 1985, Redford volvería a marcar la historia del cine romántico con la anteriormente mencionada Memorias de África, junto a Meryl Streep. Allí no interpretaba al escritor urbano y sofisticado de Nueva York, sino a Denys Finch Hatton, un aventurero británico que encontraba en las llanuras africanas el escenario perfecto para vivir intensamente. Frente a la pasión contenida y agridulce de Tal como éramos, esta película proponía un amor más salvaje, ligado a la naturaleza y al deseo de libertad. La química entre Redford y Streep alcanzó su punto culminante en la icónica escena del lavado de pelo en plena saban.

Si en la despedida de Hubbell y Katie (Tal como éramos), todo era nostalgia y dolor, en la relación entre Denys y Karen (Memorias de África) lo que se imponía era la fugacidad, la certeza de que los amores más intensos son también los más frágiles. Así, Redford legó al cine dos de las historias de amor más memorables del siglo XX: una marcada por la imposibilidad y otra por la pasión libre, pero condenada a extinguirse.

'Memorias de África'

El director discreto

En 1980, Redford sorprendió a todos dirigiendo Gente corriente(1980). Fue su primera película como realizador, y ganó el Oscar. La historia, íntima y dolorosa, exploraba la fragilidad de una familia tras una tragedia. Nada más alejado del glamour hollywoodiense. Pero ahí estaba la esencia de su estilo: elegir la sutileza frente al ruido, los silencios frente a los fuegos artificiales.

A lo largo de su carrera como director, consolidó un lenguaje visual que bebía de su formación pictórica. Planos amplios, respeto por la luz natural, encuadres que respiraban. En El río de la vida (1992), la pesca con mosca en Montana se convierte en coreografía espiritual. En El dilema (1994), la televisión y la mentira se exponen con sobriedad. Su cine como director nunca buscó el aplauso inmediato, más bien aspiraba a durar.

Robert Redford, ganador del Oscar por 'Gente Corriente'

Sundance, más que un festival

En 1981 fundó el Sundance Institute, y de ahí nació el Festival de Sundance. Lo que empezó como un proyecto casi doméstico se transformó en el epicentro del cine independiente en Estados Unidos. Allí debutaron Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Darren Aronofsky, Kathryn Bigelow. Redford entendía que su poder como estrella podía servir para abrir camino a otros.

El festival, celebrado cada enero en Utah, se convirtió en una especie de laboratorio donde el glamour quedaba en segundo plano. Los abrigos gruesos reemplazaban a las alfombras rojas, y las historias pequeñas encontraban público. Sundance cambió el mapa del cine. Ese fue, quizá, el mayor legado de Redford: usar su fama para amplificar otras voces.

Robert Redford, en el festival de Sundance

La naturaleza como espejo

Más allá del cine, Redford fue un ecologista convencido. Defendió la preservación de parques naturales, se enfrentó a proyectos contaminantes y convirtió su rancho en Utah en un santuario. En entrevistas repetía que la naturaleza era su refugio y su inspiración.

Ese compromiso no era discurso vacío. En El hombre que susurraba a los caballos (1998), película que dirigió y protagonizó, los paisajes del oeste son tan protagonistas como los actores. En El río de la vida (1982), la corriente del río es metáfora de la vida. Y en su vida personal, cultivar árboles, respirar aire limpio y mirar montañas era una forma de arte.

Durante décadas vivió lejos de Los Ángeles. Instalado en Utah, prefería la tranquilidad al bullicio. Decía que Hollywood era superficial y agotador. Desde su refugio en Sundance, crió a sus hijos, pintó, escribió y recibió a amigos. Allí también lloró tragedias: su primer hijo murió de bebé, y esa herida le acompañó siempre. Su discreción con la vida privada fue parte de su estilo..., no necesitaba exhibir intimidad para ser relevante.

Redford nunca necesitó transformarse radicalmente para un papel. Su estilo de vestir fuera de la pantalla era tan icónico como dentro: camisas de franela, vaqueros azules, jerséis de lana, botas cómodas. Su melena rubia despeinada parecía siempre un poco salvaje, pero nunca descuidada. En las alfombras rojas optaba por trajes clásicos, nada estridentes. Su manera de caminar -relajada, casi tímida- contrastaba con el histrionismo de otros colegas.

Robert Redford y Jane Fonda, en la alfombra roja de Venecia

El legado

Cuando se anunció su muerte, las redes sociales se llenaron de imágenes: Redford con Newman, Redford frente al teclado de un periódico, Redford lavándole el pelo a Streep o Redford anciano y luchando contra el mar sin pronunciar casi una palabra. Ese fue su último gran papel: un hombre solo en un velero, peleando con los elementos. Pura metáfora de su carrera.

La comparación con Brad Pitt y George Clooney se hizo inevitable en los homenajes: la gente volvió a hablar de ellos -de Robert Redford y Paul Newman- como herederos directos de la dupla que formaron. Pero incluso en esas comparaciones se reconocía que nadie ha podido reproducir la mezcla exacta de melancolía y luz que definió a estos icónicos actores. En concreto, Redford fue único, porque encarnaba una época y, al mismo tiempo, se adelantaba a ella.

Robert Redford murió rodeado de montañas, con el aire limpio que tanto defendió. Su muerte no ha sido solo la desaparición de un actor, sino de una manera de entender el cine y la vida. En él se unían tres dimensiones: el mito de Hollywood, el activista ecológico y el hombre discreto que prefería los silencios. Fue un galán del cine que nunca necesitó disfrazarse de ello. Su muerte deja un vacío inmenso, pero también un modelo… Vivir con sobriedad, crear con convicción y vestir con naturalidad.

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