En el ámbito de la fisiología (la ciencia que estudia el funcionamiento del organismo) se conoce como funciones vegetativas a los procesos corporales esenciales para el mantenimiento de la vida que operan de forma autónoma e involuntaria. Funciones vegetativas son, entre otras, las del sistema cardiovascular, renal, y digestivo. El corazón no late cuando nosotros lo decidimos, ni podemos controlarlo a voluntad, sino que funciona espontáneamente y su actividad está regulada por señales que recibe de otros órganos y tejidos, autónomos también.
Lo maravilloso es que todas nuestras células, desde que consistimos en una entidad unicelular denominada zigoto, contienen las instrucciones para que todas las estructuras se desarrollen y funcionen a lo largo de la vida. Estas instrucciones tienen incluso previsto que dejen de hacerlo progresivamente para que desaparezcamos en un periodo de tiempo (promedio) que quizá optimice la supervivencia de la especie.
El éxito indiscutible del método científico para describir de forma muy precisa los fenómenos que nos rodean, explicar sus fundamentos, desentrañar sus mecanismos y aplicar el conocimiento obtenido al control del entorno, ha abocado a la sociedad, y de una manera mucho más pronunciada a los propios científicos, a adoptar apresuradamente una filosofía metafísica y epistemológica radicalmente materialista y cientificista. Según esta forma de pensar profusamente extendida, todos los constituyentes del universo, grandes y pequeños, complejos y simples, cercanos y lejanos, vivos e inertes, todos sin excepción están constituidos exclusivamente por elementos materiales con leyes inherentes a su propia naturaleza que explican completamente su generación y su comportamiento.
Para el materialismo, nada que no pueda ser reducido a principios deterministas puede tener cabida en la existencia, ni nadie que no los acepte estrictamente puede ser considerado algo más que un mero charlatán o un inocente y simplón iluminado. Congruentemente, la actividad cognoscitiva tampoco puede trascender los fenómenos neurofisiológicos evidenciables a través de la medida experimental, cuya secuencia causal puede (o podrá en algún momento) rastrearse hasta sus últimos detalles mediante el método científico.
Los pensamientos e ideas que creemos resultantes de un proceso reflexivo y volitivo no son más que interacciones electroquímicas fijadas completamente a priori por las condiciones precedentes
Es decir, los pensamientos e ideas que creemos resultantes de un proceso reflexivo y volitivo no son más que interacciones electroquímicas fijadas completamente a priori por las condiciones precedentes. Si el pensamiento es producido por el cerebro y este se reduce a secuencias concatenadas de eventos neuronales, el raciocinio y la voluntad son necesariamente ilusiones creadas por nuestra incapacidad (actual) para conocer la complejidad de los condicionantes que producen obligatoriamente una respuesta que no puede ocurrir de otra manera.
En definitiva, los seres humanos no imaginamos ni deseamos nada. La mente no es más que un artificio aparente (que tampoco entendemos) que emerge de una manera indefinida y completamente inexplicada de los constituyentes materiales de nuestro cerebro. Es nuestro organismo el que, de acuerdo con las instrucciones que lleva consigo y en respuesta a señales internas y externas, genera esas entidades intangibles que denominamos consciencia, pensamiento y razonamiento, que componen la esencia del yo sepensante.
Es pues claro que el raciocinio y el materialismo se excluyen mutuamente. Aferrarse al materialismo implica aceptar, por contrario a la experiencia que parezca, que el pensamiento es una mera función vegetativa más y que los seres humanos somos máquinas biológicas. Todo nuestro comportamiento, hasta el más mínimo detalle, está predeterminado por las leyes físicas subyacentes. Si el mundo volviera a darse exactamente igual, nadie podría tomar decisiones diferentes ni llegar a conclusiones alternativas.
Por el contrario, asumir la realidad del raciocinio incondicionado y del libre albedrío supone aceptar que estos precisan un elemento trans material (la res cogitans de Descartes) que, aunque espirite y encalabrine a algunos, plantea retos científicos y filosóficos apasionantes y de profundísima trascendencia social. Esto no significa que la base material no sea necesaria para el pensamiento, porque evidentemente lo es. Lo que también es evidente es que no es suficiente. De momento dejemos ese elemento trans material así, indefinido, para que nadie sufra raptos inmunorreactivos anafilácticos.


