En un contexto marcado por la incertidumbre, el dominio tecnológico y las constantes transformaciones sociales, las empresas ya no compiten solo por el éxito en el mercado y los resultados económicos, sino por la capacidad de influencia. Esto se traduce en ser capaces de movilizar conversaciones, atraer talento, generar confianza entre sus stakeholders, promover alianzas y activar a su entorno hacia un propósito compartido. Porque, en esta nueva economía reputacional, la influencia se ha consolidado como un activo estratégico de alto valor que multiplica el impacto cuando se construye desde el propósito.
A lo largo de la historia, el mundo empresarial ha asociado la influencia con conceptos como poder, autoridad o notoriedad. Incluso, con el lobby o con aspectos más superficiales como el carisma de los líderes. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Hoy las reglas del juego han cambiado y la sociedad exige coherencia, transparencia y compromiso con iniciativas de valor. En este contexto, la verdadera influencia no reside en alzar más la voz, sino en ser capaces de alinear el propósito con acciones tangibles que permitan generar un impacto positivo real.
Por eso, es evidente que el propósito es el motor esencial de la influencia. Es el eje que define qué representa una organización, cuáles son sus valores, de qué manera contribuye a resolver un problema social o económico en la vida de las personas y qué cambio pretende impulsar en la sociedad. Cuando una empresa conecta su relato, sus decisiones estratégicas y su comportamiento con ese propósito, construye un marco sólido sobre el que ejercer influencia legítima y duradera. En consecuencia, la influencia deja de ser una acción táctica y se convierte en un activo estratégico, en la brújula que orienta el negocio, que fideliza clientes y que fortalece uno de los intangibles por los que lucha cualquier organización como es la reputación.
Los líderes que entienden esta nueva realidad ya no solo gestionan recursos y equipos, sino que movilizan voluntades, construyen alianzas e impulsan causas sociales. Dejan de ser portavoces que transmiten mensajes y se convierten en referentes que inspiran compromiso. La influencia bien gestionada es una palanca que une a los equipos en torno a un objetivo compartido, que une a la empresa con sus clientes desde valores comunes y que une al sector con la sociedad desde una visión transformadora.
Pero si esa influencia se trata de ejercer sin propósito, estaremos ante una apuesta frágil y efímera. Buscar visibilidad y posicionamiento sin un sentido profundo detrás, que sea capaz de unir a personas, no servirá nada más que para construir castillos de arena y de ello hay un buen puñado de ejemplos. Marcas que invierten en narrativas de sostenibilidad mientras operan con prácticas contrarias, empresas que dicen fomentar la innovación sin modernizar sus estructuras internas… En todos estos casos, se impone la incoherencia y, como efecto, se erosiona la influencia y se resiente la reputación.
La gestión estratégica de la influencia se sostiene sobre tres principios: la coherencia, que es desde donde nace el liderazgo. No hay relato externo creíble si no se practica internamente; la constancia, puesto que la influencia no se construye con golpes de efecto, sino de forma recurrente, con escucha activa y una presencia sostenida en el tiempo. Y, finalmente, la comunidad. Influir hoy en el marco en el que operamos significa tejer alianzas, crear y activar ecosistemas. Actuar en colaboración con los demás.
La influencia que nace desde el propósito devuelve al liderazgo su razón de ser: servir y crear valor para la sociedad, algo que muchas veces se olvida
La influencia que nace desde el propósito no solo fortalece la reputación de las organizaciones que la ejercen, fomenta la competitividad, abre puertas a alianzas estratégicas, acelera la innovación porque ponemos a funcionar la inteligencia colectiva y convierte a las compañías en agentes del cambio. Pero, sobre todo, devuelve al liderazgo su razón de ser: servir y crear valor para la sociedad, algo que muchas veces se olvida.
En el tiempo en el que todos hablan y se exponen, solo influyen aquellos que aportan valor y que construyen desde un propósito claro y auténtico. Y este es el liderazgo que el mundo necesita.


