El Gobierno ya ha puesto negro sobre blanco lo que muchos pensionistas y futuros jubilados intuían desde hace meses: el 1 de enero de 2026 las pensiones vuelven a moverse, y lo hacen con un patrón que se está consolidando como la gran promesa política de esta década: mantener el poder adquisitivo. La revalorización general de las contributivas será del 2,7%, de acuerdo con el IPC de referencia, y quedará reflejada en la normativa publicada en el BOE.
En la práctica, esa cifra es mucho más que un porcentaje. Es el termómetro de una reforma que ha cambiado el relato de las pensiones. Ya no se habla solo de cuánto cuesta el sistema, sino de cómo se protege al pensionista frente a la inflación. Para quien ya cobra, la subida es directa; para quien está a unos años de retirarse, el mensaje es doble. Es decir, la pensión se actualiza, sí, pero las reglas para llegar a ella completa serán más exigentes y el cálculo será más "técnico" que nunca.
La tabla oficial de la Seguridad Social deja claro que podrás jubilarte con 65 años solo si acreditas 38 años y 3 meses o más cotizados; si no llegas, la edad ordinaria pasa a 66 años y 10 meses
Porque 2026 no solo trae una subida, trae también una edad ordinaria de jubilación que sigue avanzando en el calendario. La tabla oficial de la Seguridad Social deja claro que podrás jubilarte con 65 años solo si acreditas 38 años y 3 meses o más cotizados; si no llegas, la edad ordinaria pasa a 66 años y 10 meses. Esta es una de esas cifras que parecen menores en el papel hasta que aterrizan en la vida real: diez meses más de empleo, o diez meses más de prestación si estás en transición, o diez meses más esperando a que encaje el puzzle entre salud, empresa y finanzas familiares.
El otro gran cambio, menos visible pero potencialmente decisivo, está en el modo de calcular la pensión. En 2026 empieza a aplicarse un sistema que introduce una comparación automática para elegir el camino que te convenga. CaixaBank lo explica como parte de las novedades del año: la Seguridad Social revisará tu historial reciente de bases de cotización y aplicará la fórmula que resulte más favorable, con especial atención a carreras con altibajos. En términos operativos, el nuevo esquema puede mirar un periodo algo más amplio y, dentro de ese tramo, quedarse con casi todas las bases pero descartando las peores: durante 2026, por ejemplo, se tomarían las 302 bases más altas de los 304 meses anteriores (es decir, los últimos 25 años y 4 meses, "saltándose" dos meses).
Esto importa porque la pensión no se decide solo por tus últimos sueldos, sino por la media "construida" de tus cotizaciones: si tuviste baches (paro, reducciones de jornada, periodos con bases más bajas) esa selección de "mejores meses" puede suavizar el golpe. No es magia: es matemática aplicada a un mercado laboral imperfecto. Y también es política pública intentando corregir, parcialmente, la penalización de carreras discontinuas.
Ahora bien, que el sistema sea más protector no significa que sea gratis. 2026 también llega con más presión por el lado de los ingresos: sube el Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI), el recargo de cotización creado para reforzar la financiación futura del sistema. El tipo total pasa al 0,90% de la base de cotización, repartido, según la información publicada, en 0,75% a cargo de la empresa y 0,15% a cargo de la persona trabajadora. La consecuencia es discreta mes a mes, pero real: una ligera reducción del neto en nómina (y un coste laboral algo mayor para las compañías), a cambio de alimentar el colchón del sistema en plena ola de jubilación del “baby boom”.
Y si hablamos de letra pequeña, 2026 consolida otra tendencia: el tratamiento diferencial de quienes están más abajo. No todas las pensiones suben igual. Además del 2,7% general, el paquete de revalorización incluye incrementos superiores en pensiones mínimas y determinadas situaciones familiares, con subidas que pueden ir bastante más allá del IPC. En otras palabras, el sistema intenta empujar hacia arriba la base, para que la subida no sea solo "mantenerse", sino también corregir insuficiencias.
Con todo esto encima de la mesa, el gran debate de fondo sigue intacto: ¿qué debe hacer el ciudadano ante un sistema que cambia? Primero, entender que en 2026 la pensión se vuelve aún más dependiente de dos variables que conviene vigilar con tiempo: años cotizados y bases de cotización. Segundo, asumir que retrasos de meses o años en la carrera, por paro o por decisiones personales, ya no son solo un bache laboral: pueden traducirse en una edad de retiro más tardía o en una cuantía menor, aunque el nuevo cálculo intente amortiguar parte del daño. Y tercero, mirar la vida laboral con mentalidad de "proyecto financiero": comprobar lagunas, revisar bases, anticipar escenarios y, si procede, complementar con ahorro privado sin caer en el error de pensar que una cosa sustituye a la otra.
2026, en resumen, es un escalón. Suben las pensiones, sí, y eso es noticia. Pero también suben las exigencias para jubilarse antes y con el 100%, y se afina el método de cálculo para que el resultado sea, al menos sobre el papel, más justo con carreras irregulares. La pregunta que queda para cada lector no es "qué hará el sistema", porque eso ya está escrito. La pregunta es otra... con estas reglas, ¿cómo quedará la tuya?


