El corazón de Manhattan vivió este lunes uno de los episodios más violentos del año, cuando un hombre armado irrumpió en un rascacielos de Park Avenue y abrió fuego en dos puntos del edificio, dejando un total de cinco personas muertas, incluido un agente de policía que se encontraba fuera de servicio. El ataque, que se produjo poco antes de las siete de la tarde, desató escenas de pánico en una zona habitualmente congestionada por trabajadores, turistas y tráfico.
El tiroteo comenzó en el vestíbulo del edificio número 345 de Park Avenue, cuando el atacante, vestido con chaleco antibalas y empuñando un rifle semiautomático tipo M4, descendió de un BMW aparcado en doble fila y comenzó a disparar sin mediar palabra. Las cámaras de seguridad captaron cómo abrió fuego de inmediato contra dos personas: un guardia de seguridad que estaba en el mostrador y un hombre que caminaba hacia los ascensores. En ese momento, Didarul Islam, agente del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) que trabajaba como guardia privado fuera de servicio, intervino para evacuar a varios civiles y recibió un disparo letal en el pecho. Islam, de 36 años, inmigrante de Bangladesh, estaba esperando su tercer hijo.
Tras sembrar el caos en la planta baja, el agresor subió en ascensor hasta el piso 33, donde irrumpió en las oficinas de una firma inmobiliaria vinculada a Rudin Management. Allí, continuó con el tiroteo, matando a una mujer que intentaba esconderse y a un ejecutivo que se encontraba en una sala de reuniones. Finalmente, el atacante se dirigió a un pasillo lateral del mismo piso y se quitó la vida con un disparo en el pecho, según confirmaron fuentes oficiales.
En total, cuatro personas fueron asesinadas por el tirador -tres civiles y el agente-, y una quinta víctima, el propio agresor, murió por suicidio. Una sexta persona permanece hospitalizada en estado crítico, aunque estable. El Departamento de Policía de Nueva York informó que el arma empleada fue adquirida legalmente en Nevada y que el atacante llevaba además una pistola secundaria, que no llegó a utilizar.
La identidad del autor fue confirmada como Shane Devon Tamura, de 27 años, residente en Las Vegas. Según las autoridades, Tamura condujo más de 3 000 kilómetros hasta Nueva York durante tres días, sin dejar apenas rastro digital ni aviso previo del ataque. La Policía y el FBI han descartado motivaciones terroristas y se centran en la hipótesis de un ataque premeditado impulsado por problemas de salud mental. Tamura tenía antecedentes de inestabilidad emocional y había sido tratado en varias clínicas, pero no constaba en ninguna lista de riesgo federal para la adquisición de armas.
El alcalde de Nueva York, Eric Adams, calificó el suceso como “una tragedia que sacude nuestra ciudad y nuestras conciencias”. En una rueda de prensa conjunta con la comisionada del NYPD, Jessica Tisch, se rindió homenaje al oficial Islam, cuya intervención evitó, según testigos, una matanza aún mayor. “Fue un héroe en el más pleno sentido de la palabra”, subrayó Adams. Las banderas de los edificios públicos ondean a media asta en su memoria.
El edificio de Park Avenue fue evacuado en cuestión de minutos y durante varias horas se cerraron calles cercanas y estaciones de metro, afectando al tráfico en plena hora punta. La escena del crimen permanece acordonada mientras las autoridades analizan el recorrido exacto del atacante, sus motivaciones y su posible conexión con alguna de las empresas situadas en el inmueble.
Este tiroteo, uno de los más letales registrados en Manhattan en la última década, ha reactivado el debate sobre el acceso a armas de asalto en EE. UU., especialmente en estados como Nevada, donde la regulación es más laxa. Grupos de control de armas y líderes comunitarios han convocado vigilias y concentraciones en memoria de las víctimas y para exigir medidas legislativas más estrictas.
En las próximas horas se esperan nuevas declaraciones oficiales y la publicación de imágenes de las cámaras de seguridad, mientras familiares de las víctimas, trabajadores del edificio y vecinos intentan recomponerse tras una jornada marcada por el horror.
