La vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, atiende a Capital para analizar la situación del sector energético y su futuro con la descarbonización de la economía
Las renovables, como sector y fuente de energía, son la apuesta más decidida del Gobierno: "Ha llegado el momento de pasar del compromiso a la acción"
Hace casi doscientos años Víctor Hugo se lamentaba de "la inmensa tristeza que produce pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no la atiende". Teresa Ribera comenzó a escucharla siendo muy joven. Jurista, profesora universitaria y alta funcionaria, la actual vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico está considerada una de las mayores expertas de nuestro país en negociaciones climáticas.
Participa, desde hace más de veinte años, en las cumbres anuales de Naciones Unidas contra el calentamiento global que fraguaron el Acuerdo de París. Ocupó la Secretaría de Estado de Medio Ambiente entre 2008 y 2011 y fue directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales desde 2014. Su nombre entró en las quinielas para ocupar el cargo de secretaria general del área de Cambio Climático de la ONU en 2016.
Dos años después, en octubre de 2018, fue galardonada con el premio Climate Reality Proyect Award en la categoría de personalidad pública por su lucha contra el calentamiento global. Desde que aceptó la cartera ministerial, hace tres años y medio, ha eliminado el impuesto al sol que gravaba el desarrollo de la energía solar fotovoltaica y el autoconsumo eléctrico, ha impulsado la descarbonización y ha coordinado el plan de desescalada del confinamiento.
Una tarea nada fácil en un mundo en el que la crisis provocada por la pandemia nos ha hecho perder de vista la urgencia de frenar el cambio climático. Revertirlo y detener el deterioro de la biodiversidad son los grandes retos medioambientales que, este 2022, encabezan una larga lista de desafíos que pasan por cambiar de conducta si no queremos cambiar de planeta y por acelerar la transición hacia una economía verde baja en carbono. Así lo revela la propia Teresa Ribera a Capital, que entiende que “ya no basta con no erosionar, tenemos que dedicar nuestro esfuerzo a la recuperación de ecosistemas”.
En su hoja de ruta los deberes no dan tregua: lograr una gestión del agua sostenible para garantizar este recurso, la rehabilitación de edificios para que sean más eficientes y dejen de ser responsables del 40% del consumo de energía final, conseguir una movilidad más saludable que garantice la reducción de las emisiones de dióxido de carbono, la necesidad de recuperar espacios naturales como el Mar Menor y elevar la cifra de protección de nuestros 8.000 kilómetros de costa, evitar la deforestación, acabar con el exceso de ruidos y plásticos e ir dejando atrás todo lo que no sea biodegradable.
“La diversidad biológica es vida y es también freno frente a otras amenazas. Es un sistema de protección frente a los efectos del cambio climático. Su degradación favorece que entremos en contacto con especies, microorganismos con los que no necesariamente hemos generado una dinámica de coexistencia, por lo que no es descartable que acaben introduciendo vectores de enfermedades que pensábamos que estaban erradicadas o para las que no estábamos preparados”, afirma la vicepresidenta.
Más de trescientos veintisiete millones de infectados en el mundo y cinco millones y medio de muertos nos lo recuerdan. Son las cifras que ha provocado hasta la fecha la Covid-19, mostrándonos con crudeza qué sucede cuando las actividades humanas sobrepasan el límite de lo que es capaz de gestionar nuestro planeta. Las mismas causas que impulsan el cambio climático y un declive de la biodiversidad sin precedentes, según la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).
“La pandemia de la COVID-19 tendrá impactos duraderos en la forma en que concebimos y gestionamos la interacción humana con el ecosistema”, recalca Ribera
Un cambio de paradigma que afectará a sectores como la energía, la alimentación, el comercio o la reconfiguración de entornos urbanos y que, en palabras de la ministra, “también constituye una oportunidad sin precedentes para impulsar el cambio global y dar un salto hacia sociedades más sostenibles y equitativas”.
Acelerar la transición energética
Cuando se acaban de cumplir dos años de la Declaración de Emergencia Climática por parte del Ejecutivo, en respuesta al consenso generalizado de la comunidad científica reclamando acción urgente para salvaguardar el medioambiente, la salud y seguridad de la ciudadanía.
Ribera insiste en que "ha llegado el momento de pasar del compromiso a la acción. Si no aceleramos nuestros procesos de transición energética y apostamos por la eficiencia y por las renovables, podemos volver a vivir cuellos de botella como los que se están sufriendo en este momento o incluso, desgraciadamente, regresiones puntuales que nos hacen pensar de nuevo en el retorno a los combustibles fósiles más pesados, más intensivos de CO2"
"Es ocasión, por tanto, de hacer un llamamiento al despliegue masivo, generalizado, ágil y rápido, por encima incluso de lo programado en materia de transición energética, de penetración de energías renovables"
A pesar de los problemas para la recuperación económica de la pandemia, la instalación global de energías limpias, como la fotovoltaica y la eólica, no ha dejado de crecer. En 2020, último ejercicio con datos, su presencia aumentó casi un 50% respecto al año anterior y el mundo instaló más de 260 gigavatios (GW) de capacidad de energía renovable, el registro más alto de la historia.
El resultado matemático no se detiene y continúa en progresión exponencial. Hasta 2021 ninguna fuente verde había conseguido liderar la producción de electricidad en nuestro país. Sin embargo, el viento se convirtió en la energía estrella del año pasado. Los aerogeneradores españoles produjeron más del 24% del total del sistema eléctrico. Si continuamos así, 2022 podría ser el año en el que, por primera vez, se supere el 50% de producción con energías limpias.
La ventaja que le saca la eólica a la energía nuclear, la segunda más importante en generación de megavatios, parece imposible ya de recortar. España ha rechazado incluir esta última, junto con el gas natural, en la tabla de clasificación de opciones verdes del marco comunitario.
Según la vicepresidenta, supondría un paso atrás: “No tiene sentido y manda señales erróneas para la transición energética del conjunto de la UE. No son energías verdes ni sostenibles. Ambas tecnologías tienen un papel que jugar en la transición, pero limitado en el tiempo por lo que deben ser tratadas de forma aparte. Independientemente de que puedan seguir acometiéndose inversiones en una u otra, insistimos en que no son verdes ni sostenibles”.
El apetito inversor por las renovables y su impacto en el empleo
Según el marco regulatorio dispuesto en el Pacto Verde Europeo, el reglamento tiene como propósito guiar a las empresas e inversores nacionales e internacionales en sus planes de descarbonización, identificando actividades y sectores económicos ambientalmente sostenibles y que contribuyan a la reducción de CO2, metano y otros gases causantes del cambio climático.
También pretende encauzar esas inversiones hacia aquellos sectores esenciales para lograr la meta de la neutralidad climática en 2050 en la que confía la ministra: “El interés, el apetito inversor de grandes y pequeños, la participación a través de comunidades energéticas locales, el despliegue masivo de techos solares o de soluciones renovables asociadas a la penetración creciente de la movilidad eléctrica son algunas de las claves que no nos deben dejar llevar por otros derroteros en este momento”.
La transición energética tampoco pasa por alto su impacto en el empleo. Las estimaciones del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima indican que la transformación del sector podría llegar a generar para 2030 entre 250.000 y 364.000 empleos: “Esta es la década más emocionante que viviremos en relación con la penetración de las renovables como imprescindible para cambiar la geopolítica a un mundo de paz y de progreso”.
Para lograrlo, Ribera considera “urgente” emprender la llamada Ruta de los 1,5 grados de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena). Su propósito es frenar el ritmo del cambio climático con una transformación del panorama energético global para tratar de reducir la temperatura mundial en 1,5 grados centígrados y las emisiones de CO2 a cero en un plazo máximo de veintiocho años.
El desafío “está lleno de oportunidades”, concluye la ministra, “pero hay que prestar atención a todas las cosas que pueden representar obstáculos para los grupos más vulnerables. El objetivo es transformar el comportamiento social para proteger el planeta, la biodiversidad y el bienestar humano desde el punto de vista sanitario, social, económico y financiero. Ya no basta con no erosionar porque tenemos que dedicar nuestro esfuerzo a la recuperación de ecosistemas”.
Tal vez así logremos conservar el capital natural y que no llegue el día, como vaticinó Dr. Seuss, “en que se venda aire puro en botellas”.