La economía europea vuelve a enfrentarse a una encrucijada. Alemania, durante décadas considerada la locomotora industrial del continente, se adentra en un escenario de debilidad prolongada que amenaza con contagiar al resto de la eurozona.
La guerra comercial abierta con Estados Unidos, que ha elevado los aranceles hasta un 15 % sobre bienes industriales europeos, ya ha reducido las exportaciones alemanas a su principal socio extraeuropeo en casi un 4 % en el primer semestre del año y ha recortado un 12,8 % el superávit bilateral.
Las cifras publicadas por el instituto Ifo no dejan lugar a dudas: el PIB alemán crecerá apenas un 0,2 % en 2025, tras una contracción del 0,3 % en el segundo trimestre, y el desempleo ya supera los tres millones de personas, el nivel más alto desde 2015. El informe del Bundesbank de agosto advertía de que la combinación de debilidad de la demanda global, costes energéticos elevados y tensiones comerciales puede prolongar la parálisis más allá de este año, lo que ha encendido las alarmas en Bruselas.
Francia, el segundo gran pilar de la eurozona, tampoco atraviesa un momento brillante. Según el Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE), la economía francesa crecerá en 2025 apenas un 0,6 %, muy por debajo de la media histórica, lo que refleja un estancamiento más que una recuperación. El crecimiento del segundo trimestre, del 0,3 %, respondió sobre todo a la acumulación de inventarios y no a un dinamismo real de la demanda interna. A pesar de que la tasa de empleo alcanzó el 69,6 %, un récord en la serie histórica reciente, el desempleo permanece en el 7,5 %, el más elevado entre las principales economías de la zona euro.
El contraste con Alemania, que mantiene una tasa en torno al 3,7 %, refleja una rigidez persistente en el mercado laboral francés que sigue sin corregirse. El Fondo Monetario Internacional, en su último informe sobre perspectivas globales, alertaba de que Francia combina "niveles de deuda pública estructuralmente elevados" -más del 113 % del PIB en el primer trimestre de 2025- con un crecimiento raquítico, lo que deja al país con escaso margen de maniobra ante una nueva crisis europea.
Un desafío para el sur de Europa
Los problemas de Alemania y Francia se convierten en un desafío inmediato para el sur de Europa. En el segundo trimestre, el crecimiento de la eurozona se limitó al 0,1 %, mientras que el de la UE en su conjunto alcanzó un 0,2 %. Eurostat atribuye el frenazo más a la caída de la inversión, que restó cuatro décimas, que a la pérdida de dinamismo en el sector exterior, lo que revela que la incertidumbre está conteniendo la capacidad productiva.
Italia se mantiene en un crecimiento cercano al 0,7 %, pero su deuda pública, la segunda mayor de la UE tras Grecia, convierte cualquier frenazo en una amenaza de inestabilidad financiera. España, que ha vivido un repunte gracias al turismo y al consumo privado, está sujeta al riesgo de contagio: un retroceso en la inversión alemana afectaría directamente a sus exportaciones de componentes industriales y bienes intermedios. Portugal, por su parte, presenta un déficit exterior creciente que, en un escenario de menor dinamismo europeo, puede volverse insostenible.
La Comisión Europea ha advertido en su boletín de verano que la combinación de guerra comercial y debilidad alemana puede tener un "efecto multiplicador negativo" sobre las economías periféricas, al reducir tanto la demanda de exportaciones como la inversión en nuevas cadenas de valor. El Banco Central Europeo, en un documento reciente sobre los riesgos sistémicos, ha sido aún más claro: "El estancamiento prolongado en el núcleo de la eurozona supone un riesgo sistémico para la convergencia y estabilidad del bloque".
El Gobierno alemán ha reaccionado con el plan "Made for Germany", un paquete de inversiones por 631.000 millones de euros hasta 2028 destinado a modernizar infraestructuras, acelerar la transición energética y digitalizar su industria. Sin embargo, incluso el propio Consejo de Expertos Económicos alemán reconoce en su informe de septiembre que estos esfuerzos llegarán tarde: los beneficios no se verán antes de 2026, mientras que la recesión ya está aquí.
Francia, mientras tanto, no logra articular una estrategia de choque. Las proyecciones del Banco de Francia, que rebajan el crecimiento previsto a menos del 1 % y sitúan la inflación en torno al 1,9 % para 2025, dibujan un escenario de estancamiento secular difícil de revertir.
Para el sur de Europa, la amenaza es clara. Si Alemania sigue en recesión técnica y Francia se queda atrapada en un crecimiento anémico, el resto del bloque mediterráneo sufrirá un efecto dominó.
España y Portugal podrían ver cómo la recuperación de la inversión extranjera se ralentiza, al tiempo que se enfría la demanda turística procedente del centro de Europa.
Italia, ya tensionada por su deuda, afronta el riesgo de perder credibilidad en los mercados de bonos si el crecimiento no repunta. Grecia, pese a su reciente recuperación, se mantiene extremadamente expuesta a un deterioro de las condiciones financieras.
El Centro de Estudios de Política Europea (CEPS), en un informe publicado en agosto, reclama una ampliación de los programas de inversión conjunta y una estrategia para diversificar las exportaciones europeas hacia Asia y América Latina, reduciendo la dependencia tanto de Alemania como de Estados Unidos.
A corto plazo, el reto pasa por sostener el empleo y la inversión en los países más vulnerables, y evitar que la brecha norte-sur se convierta en una nueva crisis de confianza en la eurozona. El desenlace dependerá de la rapidez con que las instituciones comunitarias sean capaces de reaccionar, y de si logran convencer a Berlín y París de que, esta vez, el problema no es solo suyo... es el futuro de toda la unión monetaria.
Europa avanza, pero sin prisa: el crecimiento se mantendrá débil hasta 2027
