El reciente acuerdo comercial alcanzado entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, firmado por Úrsula von der Leyen y Donald Trump apenas cinco días antes de la entrada en vigor de nuevos aranceles, representa un respiro significativo para las economías del bloque europeo. A pesar de que impone un arancel del 15% sobre la mayoría de las exportaciones europeas hacia EEUU, el pacto ha sido recibido por muchos analistas como un mal menor frente a un escenario de "guerra comercial total", que habría tenido consecuencias económicas mucho más graves.
Uno de los principales beneficios del acuerdo es que evita una escalada arancelaria que habría perjudicado de forma directa a la industria europea. La administración estadounidense había amenazado con imponer aranceles del 30% e incluso del 50% sobre productos europeos. Frente a esta amenaza, el acuerdo actúa como un freno que, si bien no elimina las tensiones, al menos contiene los daños inmediatos y proporciona una base de estabilidad en un momento particularmente sensible para la economía global. En este sentido, la firma del acuerdo aleja el espectro de una guerra comercial transatlántica que habría afectado negativamente a las cadenas de suministro, la inversión extranjera y el crecimiento económico tanto en Europa como en Estados Unidos.
Este alivio ha sido especialmente valorado por los mercados financieros europeos, que reaccionaron positivamente tras conocerse los términos del pacto. La renta variable mostró signos de estabilización y el euro se fortaleció frente al dólar, reflejando una mayor confianza por parte de los inversores internacionales. Esta reducción de la incertidumbre es clave para fomentar nuevas inversiones y decisiones empresariales que, en meses anteriores, se habían paralizado a la espera del desenlace de las negociaciones.
Desde el punto de vista macroeconómico, el acuerdo permite proyectar una recuperación del crecimiento en la eurozona a partir del cuarto trimestre de 2025, tras un periodo de debilitamiento en el segundo y tercer trimestre del año. Este escenario más optimista podría permitir al Banco Central Europeo mantener su política monetaria sin recurrir a nuevos recortes de tipos de interés, algo que también contribuye a estabilizar los mercados financieros y la actividad económica del bloque. Además, el acuerdo contempla excepciones estratégicas importantes. Aunque la mayoría de las exportaciones estarán sujetas a un arancel del 15%, se excluyen algunos productos clave para la economía europea, como ciertos componentes aeroespaciales, productos químicos seleccionados, materias primas críticas y productos agrícolas específicos. Esta protección parcial a sectores de alto valor añadido es fundamental para mitigar el impacto del acuerdo en el tejido industrial europeo, particularmente en países como Alemania, Francia o Italia.

Otro aspecto que puede valorarse positivamente es que, en términos comparativos, Europa sale mejor parada que otras economías con las que Estados Unidos no ha logrado cerrar acuerdos similares. Mientras que países como Canadá, Brasil, Corea del Sur o Bangladesh enfrentarán aranceles de entre el 25% y el 50% a partir del 1 de agosto, la UE mantiene un acceso relativamente favorable al mercado estadounidense. Esta ventaja competitiva frente a terceros países puede traducirse en un aumento de la cuota de mercado para las empresas europeas, en especial en sectores como la automoción, los bienes intermedios y la tecnología industrial.
El acuerdo también incluye compromisos de inversión y compras bilaterales que, aunque inicialmente vistos como concesiones, pueden convertirse en oportunidades estratégicas. La UE se ha comprometido a realizar compras por 750.000 millones de dólares en productos energéticos estadounidenses (gas natural, petróleo, combustible nuclear), así como a incrementar significativamente la adquisición de equipamiento militar y tecnológico. Estas decisiones, más allá de su coste, contribuyen a diversificar las fuentes de abastecimiento energético del continente, lo cual es crucial en un momento de transición geopolítica tras la guerra en Ucrania. A su vez, esta diversificación puede reducir la dependencia europea de proveedores menos confiables y reforzar su seguridad energética a medio plazo.
Del mismo modo, los 600.000 millones de dólares en inversiones que las empresas europeas se comprometen a realizar en EEUU pueden abrir nuevas oportunidades comerciales y tecnológicas. La presencia reforzada del capital europeo en el mercado estadounidense facilita el acceso a contratos, cooperación en innovación, investigación aplicada y desarrollo industrial en sectores de alta tecnología como los semiconductores, las energías limpias y la defensa. Esto también puede actuar como un contrapeso frente a la influencia creciente de potencias como China en el ámbito tecnológico global.
Aunque el acuerdo no elimina todos los riesgos, y ciertos elementos aún deben definirse con mayor precisión, permite a la Unión Europea mantenerse en el núcleo de los flujos comerciales internacionales y conservar una relación estratégica con la primera economía mundial. En un entorno de creciente proteccionismo, donde muchos países están siendo excluidos del comercio preferencial con Estados Unidos, Europa consigue asegurarse un trato menos desfavorable, evitando daños mayores y garantizando a sus exportadores una relativa continuidad en el acceso al mercado norteamericano. Esto, en sí mismo, ya representa un éxito significativo dadas las circunstancias.
Trump afirma que la UE tiene una buena oportunidad para lograr un acuerdo comercial antes de agosto
