El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado los datos de noviembre del Índice de Precios de Consumo (IPC), el cual se ha moderado. En noviembre se redujo hasta el 3%, una décima menos que en el mes anterior. Esta bajada rompe con dos meses consecutivos de incrementos y se explica, sobre todo, por el descenso del precio de la electricidad respecto al año pasado. Sin embargo, esta moderación del IPC contrasta frontalmente con la realidad que viven los ciudadanos cuando van al supermercado.
Aunque la inflación general baja, los precios de los alimentos continúan muy por encima de los niveles de años anteriores. Según los datos del INE, la alimentación se lleva la peor parte, tal y como refleja la evolución de los precios entre 2019 y 2025.
Artículos cotidianos como el plátano se han encarecido un 124%, el kiwi un 116%, la manzana un 98% y productos tan básicos como los huevos han subido un 93%. Incluso alimentos tradicionalmente asequibles, como la cebolla o el tomate, acumulan incrementos del 85% y del 145%, respectivamente. En promedio, esta cesta de alimentos se ha encarecido un 66,32%, muy por encima del IPC acumulado del 21,7% en el mismo periodo. Los dos únicos productos que muestran una inflación acorde al IPC agregado son el pan, con una subida del 13% y el puerro, con una del 15%.
Esta contradicción entre la estadística y el bolsillo se debe a la forma en que se calcula el IPC: es un índice ponderado que combina muchos bienes y servicios. Aunque los alimentos han subido con fuerza, la caída de la electricidad -que tiene un peso importante en el índice- compensa parte de ese incremento. Por eso, el IPC puede bajar incluso cuando los productos básicos que compra la población son cada vez más caros.
El IPC baja al 3% por la electricidad, pero la inflación subyacente sube al 2,6% en noviembre
A esto se suma el comportamiento de la inflación subyacente, que excluye energía y alimentos no elaborados -aquellos que no han pasado por procesos industriales y se venden prácticamente tal y como se obtienen de la naturaleza- y que aumenta hasta el 2,6% en noviembre, situándose en su nivel más alto desde diciembre de 2024, lo que indica que las presiones inflacionarias persisten en el núcleo de la economía.
Aunque los datos oficiales muestran una inflación moderada, la percepción ciudadana es muy distinta: hacer la compra ahora cuesta más. Para las familias, la referencia real es el supermercado, y la evidencia es clara: muchos alimentos esenciales han duplicado o incluso triplicado su precio desde 2019. La presión diaria que supone el aumento de los precio de los productos no desaparece porque el IPC se haya moderado una décima.
La paradoja es evidente. Hasta que los alimentos no reduzcan su ritmo de subida, seguirá existiendo una brecha entre los indicadores macroeconómicos y la economía real que viven los ciudadanos.

