Después de varios años de tensiones inflacionarias, crisis energética y shocks externos como la guerra en Ucrania o el endurecimiento monetario global, la eurozona comienza a recuperar terreno. Las últimas previsiones del Banco Central Europeo (BCE), publicadas en junio de 2025, estiman un crecimiento del PIB real del 0,9 % en 2025, con mejoras hasta el 1,1 % en 2026 y el 1,3 % en 2027.
La Comisión Europea coincide en esta perspectiva: en su informe de primavera proyecta una expansión económica “moderada pero sostenida” en los próximos dos años, con una recuperación gradual del consumo privado, un descenso de la inflación y un entorno financiero más predecible.
Uno de los principales motores del repunte económico será el consumo de los hogares. Tras años de pérdida de poder adquisitivo, los ingresos reales comienzan a estabilizarse, en parte gracias a la moderación de los precios de la energía y a políticas fiscales expansivas en países como Alemania, Francia y España.
La inversión pública también jugará un papel clave. Los fondos europeos del programa NextGenerationEU siguen en fase de ejecución, y varios gobiernos han anunciado nuevos planes de gasto en infraestructuras y transición verde que podrían tener un impacto multiplicador sobre la economía real.
Por su parte, la inversión empresarial se mantiene contenida, afectada por la incertidumbre comercial global y por unos tipos de interés que, si bien han dejado de subir, siguen en niveles relativamente elevados. No obstante, el BCE ha comenzado a enviar señales de cierta flexibilidad, abriendo la puerta a futuras bajadas si las condiciones lo permiten.
A pesar del tono optimista de las previsiones, las instituciones advierten de varios riesgos. En primer lugar, el conflicto comercial latente entre Europa y Estados Unidos sigue sin resolverse. La imposición de nuevos aranceles por parte de Washington -de hasta el 25 % sobre algunos productos industriales- amenaza con debilitar las exportaciones europeas, especialmente en sectores clave como el automóvil y la maquinaria.
En segundo lugar, persisten los riesgos geopolíticos, desde la inestabilidad en Oriente Medio hasta las elecciones en EE. UU., cuyo resultado podría redefinir el enfoque hacia Europa y los acuerdos multilaterales.
Finalmente, la política monetaria sigue siendo un factor incierto. Aunque el BCE ha iniciado un giro moderado hacia la relajación, sus responsables han dejado claro que solo un deterioro importante del mercado laboral o de la actividad justificaría nuevas bajadas de tipos en el corto plazo.
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