Los mercados internacionales viven un momento de transición en el que se reconfiguran los equilibrios tradicionales entre política fiscal y monetaria. Cada vez más voces dentro del sector financiero advierten de que las grandes economías están entrando en una nueva era de “dominancia fiscal”, un escenario en el que las necesidades de endeudamiento de los gobiernos condicionan, de forma creciente, la actuación de los bancos centrales.
El concepto no es nuevo. Fue acuñado por economistas que observaban cómo, en determinados momentos de crisis, los bancos centrales se veían forzados a mantener los tipos de interés en niveles artificialmente bajos para garantizar la sostenibilidad de la deuda pública. Sin embargo, en 2025 adquiere una dimensión inédita.
Según estimaciones de los principales organismos internacionales, la emisión de deuda soberana alcanzará este año un récord histórico cercano a los 17 billones de dólares, reflejo de la magnitud de los compromisos fiscales asumidos por las potencias para sostener el crecimiento, financiar la transición energética y reforzar la seguridad en un contexto geopolítico convulso.
Este volumen sin precedentes plantea un dilema crucial: ¿pueden los bancos centrales seguir priorizando la estabilidad de precios si los gobiernos requieren financiación barata para no poner en riesgo su solvencia? En otras palabras, ¿sigue existiendo independencia real entre la política fiscal y la monetaria? Para muchos analistas, la respuesta comienza a ser negativa.
El riesgo es claro: la llamada dominancia fiscal reduce el margen de maniobra de instituciones como la Reserva Federal, el Banco Central Europeo o el Banco de Inglaterra, que se ven empujadas a mantener una política monetaria más laxa de lo que recomendarían las condiciones macroeconómicas.
Las implicaciones de esta tendencia ya se perciben en los mercados. En el ámbito de la deuda soberana, los inversores exigen una prima mayor para comprar bonos de países con desequilibrios fiscales pronunciados, lo que incrementa la volatilidad en las curvas de tipos. En el mercado de divisas, la percepción de que los bancos centrales no actúan con total independencia genera episodios de inestabilidad que repercuten en monedas emergentes y desarrolladas por igual. Y en el ámbito de los activos refugio, el oro se consolida como protagonista, impulsado por la búsqueda de seguridad frente a la incertidumbre monetaria.
A corto plazo, esta dinámica puede tener un efecto balsámico: permite a los gobiernos sostener políticas expansivas que apuntalan el crecimiento y evitan episodios de crisis de deuda como los vividos en Europa durante la década pasada. Sin embargo, a medio y largo plazo, los expertos advierten de consecuencias potencialmente más dañinas: inflación persistente, distorsión en la asignación del capital y, sobre todo, pérdida de credibilidad en los bancos centrales, pilares fundamentales del sistema financiero internacional desde los años ochenta.
El contexto actual obliga a mirar con atención al calendario. En los próximos días, la atención de los inversores se centrará en el esperado discurso de Jerome Powell en Jackson Hole, el encuentro anual que tradicionalmente marca las líneas maestras de la política monetaria de la Reserva Federal. Los mercados esperan algún guiño que aclare cómo la Fed planea equilibrar la lucha contra la inflación con la necesidad de no asfixiar la capacidad de endeudamiento del Tesoro estadounidense, el mayor emisor de deuda del mundo.
En Europa, el Banco Central Europeo también se enfrenta a presiones crecientes. Varios Estados miembros acumulan niveles de deuda que superan holgadamente el 100 % del PIB, lo que hace difícil imaginar un endurecimiento prolongado de la política monetaria sin comprometer la estabilidad fiscal. En Asia, Japón, con una deuda que supera el 250 % de su PIB, lleva décadas operando en un entorno de dominancia fiscal de facto. India y China, por su parte, tratan de equilibrar la necesidad de financiar ambiciosos planes de desarrollo con la estabilidad de sus monedas.
Para los gestores de fondos y analistas de mercado, la conclusión es evidente: se avecina un cambio de paradigma. La era en la que los bancos centrales operaban con independencia casi absoluta podría estar llegando a su fin, reemplazada por un escenario en el que las políticas fiscales marcan el paso y la política monetaria se convierte en un instrumento subordinado.


