Mercados e inversión

Ucrania y Rusia: la guerra que redefine la economía de dos países y sacude los mercados globales

Mientras Moscú sostiene su economía a base de gasto militar y exportaciones energéticas, Kiev lucha por sobrevivir con un PIB desplomado y una infraestructura devastada

Por Marta Díaz de Santos

La guerra entre Rusia y Ucrania cumple más de tres años y, lejos de resolverse en el terreno militar, se ha trasladado con fuerza al campo económico. Moscú y Kiev compiten en un pulso desigual: una potencia con recursos energéticos y reservas militares frente a un país devastado que depende de la solidaridad internacional. El resultado es una confrontación que está reconfigurando no solo sus propias economías, sino también la arquitectura financiera y comercial mundial.

Cuando Occidente aplicó sus primeras sanciones en 2022, el pronóstico parecía claro: una recesión profunda y prolongada en Rusia. La realidad, sin embargo, ha sido más matizada. El PIB creció un 3,6 % en 2023 y un 4 % en 2024, impulsado por una combinación de altos precios de la energía y una política de “keynesianismo militar” aplicada desde el Kremlin. La industria de defensa se convirtió en el motor de la economía: fábricas de armamento operan a pleno rendimiento, los salarios aumentaron en sectores vinculados a la guerra y el consumo interno se sostuvo gracias al gasto público.

Pero esta resiliencia tiene un precio. El déficit presupuestario alcanzó su nivel más alto en tres décadas y la inflación erosiona el poder adquisitivo de las familias. La fuga de capital humano -jóvenes profesionales que emigran para evitar el reclutamiento o buscar mejores oportunidades- deja un vacío en sectores estratégicos. Además, la dependencia energética, que sigue siendo el principal sostén de la economía, se enfrenta a una Europa cada vez menos dependiente del gas y el petróleo ruso. Analistas internacionales describen a Rusia como “una gasolinera que produce tanques”: exporta energía y la transforma en armas, un modelo con escasa viabilidad a largo plazo.

Para Ucrania, la guerra ha significado una catástrofe económica. El PIB se desplomó un 22,6 % entre 2022 y 2024, y aunque en 2025 se espera un modesto crecimiento del 2 %, la magnitud del daño es enorme. El déficit público alcanzó un 20 % del PIB en 2024, y sin ayuda internacional el Estado estaría en bancarrota. La inflación supera el 15 % y la destrucción de infraestructuras golpea directamente a la producción y a la calidad de vida.

El sistema energético es el ejemplo más dramático: la capacidad generadora cayó de 56 GW en 2021 a apenas 9 GW tras los ataques rusos, dejando ciudades enteras a merced de apagones prolongados. La agricultura -tradicionalmente uno de los motores de exportación- sufre por la ocupación de tierras fértiles y la destrucción de rutas logísticas.

El Banco Mundial y el FMI estiman que la reconstrucción de Ucrania costará más de 500 000 millones de dólares. Una conferencia en Roma en julio de 2025 ratificó esa cifra, pero la incógnita sigue siendo quién asumirá la factura. Mientras algunos proponen destinar activos rusos congelados a la reconstrucción, otros defienden un esquema de reparaciones directas de Moscú. Por ahora, el peso recae en los aliados occidentales.

Los mercados globales, entre la incertidumbre y la adaptación

La guerra ha tenido un impacto inmediato en los mercados energéticos y financieros, aunque con efectos distintos a los temidos en 2022. El petróleo y el gas se mantienen en niveles relativamente estables, en parte porque Europa diversificó rápidamente sus proveedores y apostó por el gas natural licuado de Estados Unidos y Catar. Sin embargo, la volatilidad sigue presente: cada avance o retroceso en el frente militar repercute en los precios del crudo y en la cotización del rublo.

El sector defensa ha sido uno de los grandes beneficiados. Empresas estadounidenses y europeas vinculadas a la producción de armamento han visto dispararse su valor en bolsa, en paralelo al aumento del gasto militar en casi todos los países de la OTAN. La guerra también ha reforzado la percepción del oro como activo refugio, aunque un eventual alto el fuego podría moderar su atractivo.

En cambio, los mercados de deuda y divisas reflejan mayor nerviosismo. Ucrania depende casi por completo de préstamos y donaciones internacionales para sostener su gasto corriente, mientras Rusia busca alternativas a las redes financieras occidentales, estrechando lazos con China e India. Este reacomodo amenaza con fragmentar aún más el sistema financiero global.

Europa, atrapada entre sanciones y costes internos

La Unión Europea ha pagado un precio elevado por su apoyo a Kiev. Aunque logró reducir su dependencia del gas ruso, esa transición encareció los precios de la energía y contribuyó a la inflación generalizada de 2022 y 2023. Los gobiernos han tenido que equilibrar el apoyo militar y financiero a Ucrania con políticas de protección social para sus propios ciudadanos. Al mismo tiempo, Bruselas impulsa planes de rearme y producción militar conjunta bajo el programa "ReArm Europe", dotado con 800 000 millones de euros, lo que marca un giro histórico en la política económica y de defensa comunitaria.

Una guerra de desgaste económico

Lo que está en juego no es solo el control de territorios en el este de Ucrania, sino la capacidad de dos países de sostener un esfuerzo económico colosal. Rusia confía en que el tiempo juegue a su favor, con una economía que resiste gracias a la energía y la militarización. Ucrania apuesta a la solidaridad internacional para sobrevivir hasta que llegue un acuerdo que le garantice reconstrucción y seguridad.

La economía mundial, mientras tanto, se adapta a un escenario de incertidumbre crónica: inflación aún sensible, mercados de energía bajo tensión y un gasto en defensa que crece como no se veía desde la Guerra Fría. El desenlace de las negociaciones entre Kiev y Moscú no solo decidirá el futuro de ambos países, también marcará el rumbo económico de Europa y buena parte del planeta en los próximos años.

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