A sus 71 años, Françoise Bettencourt Meyers se despide del consejo de administración de L’Oréal como quien cierra con cuidado la tapa de una caja heredada con historia, prestigio y responsabilidad. Lo hace sin ruido, con un comunicado medido, como ha sido su estilo toda su vida: alejada de los focos, pero en el corazón de una de las mayores fortunas familiares del planeta.
El 29 de abril de 2025, la junta general de accionistas de L’Oréal votará su salida oficial del consejo, un lugar que ha ocupado desde 1997, y en el que ha desempeñado el cargo de vicepresidenta desde 2020. No es una renuncia cualquiera. Se trata del retiro simbólico de la mujer más rica de Europa -y una de las cinco personas más ricas del mundo, según Bloomberg-, cuyo destino está ligado al de la empresa que fundó su abuelo, Eugène Schueller, en 1909.
Pero el retiro es parcial. Bettencourt Meyers no abandona el control ni la influencia. Su salida forma parte de una transición generacional perfectamente orquestada. El lugar que deja en el consejo lo ocupará un representante del holding familiar Téthys, que controla más del 35 % de los derechos de voto de L’Oréal. Y su hijo mayor, Jean‑Victor Meyers, asumirá su actual puesto como vicepresidente del consejo. Su otro hijo, Nicolas Meyers, también continuará como consejero. El relevo, como era de esperar en una de las familias más discretas y longevas del capitalismo europeo, se hace sin estridencias ni sorpresas.
Su hijo mayor, Jean‑Victor Meyers, asumirá su actual puesto como vicepresidente del consejo. Su otro hijo, Nicolas Meyers, continuará como consejero
El imperio Bettencourt y su vínculo con L’Oréal han sido inseparables durante más de un siglo. Françoise heredó su participación accionarial tras la muerte de su madre, Liliane Bettencourt, en 2017, y ha sido desde entonces el rostro invisible del poder femenino en una multinacional que opera en 150 países y vende más de 6.000 productos al minuto.
Pese a ser la principal accionista individual de la compañía, ha evitado protagonismos. No asiste a entregas de premios ni se deja ver en desfiles ni pasarelas. Vive centrada en la gestión de su patrimonio, en la promoción de iniciativas filantrópicas (ha sido una de las mayores donantes en la reconstrucción de Notre Dame tras el incendio) y en sus pasiones personales: la música clásica, la teología y la escritura. Ha publicado varias obras sobre estudios bíblicos y filosofía, y es conocida por combinar un perfil académico con una visión pragmática de los negocios.
L’Oréal atraviesa, además, un momento dulce. En 2024, la empresa alcanzó ingresos de 43.480 millones de euros, con un crecimiento del 5,1 % y un beneficio neto de 6.400 millones, en un entorno global todavía tensionado por la inflación y los cambios en el consumo. Sus marcas -L’Oréal Paris, Maybelline, Lancôme, Kérastase, entre muchas otras- siguen liderando el mercado, impulsadas por una estrategia digital sólida y una expansión constante en Asia.
La continuidad familiar ha sido una de las claves de su éxito. Frente a otras grandes compañías que se han visto debilitadas por disputas internas, fusiones o pérdida de control accionario, L’Oréal ha mantenido un núcleo estable de decisión en torno a la familia Bettencourt-Meyers. La alianza con Nestlé, que posee cerca del 20 % del capital, también ha sido decisiva para sostener el equilibrio entre poder corporativo y control accionarial.
El ascenso de Jean-Victor Meyers, de 38 años, como vicepresidente del consejo no es improvisado. Lleva años formándose en los entresijos de la compañía, ha sido consejero desde 2012, y representa un estilo más contemporáneo dentro del entorno familiar. Se le atribuye una sensibilidad especial hacia la sostenibilidad, los modelos éticos de inversión y la transformación digital de los canales de venta, que ha impulsado especialmente en la división de lujo.
En esta nueva etapa, el apellido Bettencourt sigue siendo sinónimo de longevidad, poder callado y estabilidad estratégica. Françoise ha demostrado que se puede ser la mujer más rica del mundo sin aparecer en portadas ni cultivar el personal branding. Su discreción ha sido, en cierto modo, su fuerza.
Quienes la conocen destacan que, a diferencia de otras grandes fortunas, nunca ha buscado convertirse en influencer ni en icono. Ha preferido leer a los profetas hebreos que hablar ante analistas. Pero su huella en la empresa está más que escrita. Ha garantizado la continuidad del poder familiar, la prudencia estratégica y un estilo de liderazgo silencioso, heredado y férreo.
Ahora, con su salida del consejo, se completa un ciclo. Y se abre otro, en el que el control sigue siendo suyo, pero desde otro lugar: más privado, menos institucional. Una forma de ejercer el poder que, en su caso, no cambia con la edad, solo se reubica.
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