La presencia de Amancio Ortega en el mundo de los negocios es un eco contenido, una sombra elegante que se mueve entre rascacielos y avenidas de lujo sin que casi nadie se dé cuenta. Todo el mundo sabe que es el dueño de Inditex, pero pocos conocen su otra gran criatura: Pontegadea Inmobiliaria, un negocio que no vende moda, sino ladrillo y carteras de inversión con edificios donde la renta es de largo recorrido y los inquilinos se llaman Google, Amazon o Apple.
Pontegadea es la inmobiliaria que fundó Ortega en 2001, la gran caja fuerte de su imperio, donde sus dividendos se transforman en propiedades con vistas a la eternidad. Es un gigante silencioso que opera desde la discreción más absoluta, con un olfato quirúrgico para comprar edificios en las coordenadas exactas donde la ciudad late más fuerte. Madrid, Londres, Nueva York, París. Si el mapa económico del mundo tiene un corazón, ahí está Pontegadea clavando una bandera.
Su cartera es tan grande que cuesta imaginarla: más de 18.000 millones de euros en activos, desde la Torre Picasso en Madrid hasta el histórico Haughwout Building en Nueva York; edificios que no se derrumban ni con el tiempo ni con las crisis, templos modernos del capitalismo donde los alquileres suben como la espuma.
Su filosofía es más parecida a la de un coleccionista de arte que a la de un promotor inmobiliario: Ortega compra lo mejor, en el mejor sitio, y lo deja madurar mientras el mundo sigue girando. Las oficinas premium y los locales comerciales de lujo son su terreno de juego, y ahí no hay margen para el error.
Pero si algo define a Pontegadea es que juega con la baraja marcada. Su principal fuente de ingresos es Inditex, cuyos dividendos multimillonarios van directos a la caja fuerte inmobiliaria del magnate gallego. Zara vende ropa, Ortega compra edificios. Así de simple. Así de eficaz.
En los últimos años, Pontegadea ha decidido mirar hacia el futuro y ha empezado a diversificar su imperio invirtiendo en infraestructuras de energías renovables. Porque si hay algo más estable que un buen edificio en el centro de Londres, es un parque eólico que genera dinero sin moverse. En 2019, Ortega compró participaciones en redes de energía y plantas solares. No es una apuesta cualquiera: es su manera de garantizar que su dinero sigue creciendo incluso cuando el viento sople en otra dirección.
También ha adquirido extensos terrenos industriales en ubicaciones estratégicas, especialmente en España y Europa, donde la demanda de espacios para almacenamiento y distribución no deja de crecer. No es casualidad: el auge del comercio electrónico y la necesidad de infraestructuras para el transporte de mercancías han convertido a estos activos en un nuevo filón para el inversor gallego.
Estas inversiones refuerzan la estabilidad de su imperio inmobiliario. En Madrid, Barcelona y otras capitales europeas, Pontegadea ya posee naves y suelos industriales donde operan algunas de las mayores compañías de logística del mundo.
Es un imperio que no alardea, que no firma grandes titulares pero que sostiene, en sus silenciosos edificios, la arquitectura financiera de uno de los hombres más ricos del planeta. Un gallego con alma de navegante que sigue haciendo lo que mejor sabe: comprar, esperar y ganar.