Adrien Brody cruzó el escenario y subió los escalones con un paso pausado, como si los midiera con la misma precisión con la que había construido su personaje enThe Brutalist, la película que acababa de darle el Oscar a Mejor Actor en 2025. Al otro lado del Dolby Theatre había una sensación compartida: la vuelta de Brody al podio del cine no era una sorpresa, sino una justicia largamente esperada.
Han pasado veintitrés años desde que, con su inconfundible físico de estatua afligida, Brody se convirtió en el actor más joven en ganar un Oscar por El pianista de Roman Polanski. Tenía 29 años. Ahora, a sus 52, ha vuelto a recoger la estatuilla dorada con un papel que parece haber sido escrito para él: László Tóth, un arquitecto húngaro que, después de sobrevivir al Holocausto, emigra a Estados Unidos para levantar un futuro entre las sombras de su pasado. Un personaje con la mirada cargada de historia, con el peso de la memoria y la necesidad de construir sobre los escombros. Un personaje que es Brody, o al menos el Brody que el público siempre ha querido ver.

La película, dirigida por Brady Corbet, ha sido un hito de la temporada. Un drama denso, visualmente sobrecogedor, con un estilo austero que recuerda a los grandes maestros del cine europeo. Pero más allá de la historia, The Brutalist es el vehículo perfecto para una actuación que ha sido descrita como la mejor de la carrera de Brody. Su transformación en László no es solo física -con un rostro envejecido por la tristeza y un acento húngaro trabajado con precisión quirúrgica-, sino emocional. Es una interpretación que parece sostener el peso de un siglo entero, que arrastra la nostalgia de la guerra y la esperanza de un nuevo mundo.
El discurso de Brody fue breve, pero con el peso exacto de sus palabras. Agradeció a sus padres, a su pareja Georgina Chapman y a los hijos de ella, a quienes mencionó con el afecto de quien ha encontrado en la familia una nueva forma de estabilidad. Habló de lo que significa interpretar a un hombre que ha perdido todo y sigue adelante. De la importancia de la memoria, de la necesidad de contar historias que, aunque pertenezcan al pasado, nunca dejan de ser urgentes. De la responsabilidad del arte en tiempos convulsos. Y, con la voz levemente quebrada, terminó con una frase que resumió su viaje hasta aquí: “A veces, volver a casa lleva toda una vida”.

Una carrera imparable
Adrien Brody se dio a conocer en la década de los 90 con papeles en cine independiente, pero su gran salto llegó en 2002 con El Pianista, de Roman Polanski. Su interpretación de Władysław Szpilman, un músico judío atrapado en la Segunda Guerra Mundial. Su entrega al papel fue absoluta: perdió más de 13 kilos, se aisló del mundo y aprendió a tocar el piano, logrando una actuación que marcó su carrera para siempre. El reconocimiento fue un arma de doble filo, pues, aunque lo consolidó como un actor de prestigio, también le impuso una sombra difícil de superar.
Tras su victoria en los Oscar, Brody exploró una filmografía variada que oscilaba entre el cine de autor y producciones más comerciales. Trabajó con directores de renombre como Wes Anderson en Viaje a Darjeeling (2007) y El gran hotel Budapest (2014), además de protagonizar King Kong (2005) de Peter Jackson. Sin embargo, muchos de sus proyectos posteriores no estuvieron a la altura de su talento, con incursiones en películas de acción como Predators (2010) y otras producciones menores que no lograron devolverlo al nivel de prestigio que alcanzó con El Pianista. A pesar de ello, su capacidad para transformarse en pantalla y su presencia magnética lo mantuvieron como un actor respetado dentro de la industria.
El regreso de Brody es una reivindicación de un actor que, durante años, pareció extraviado en papeles menores y películas que no estaban a su altura. Desde aquel Oscar en 2003, su carrera ha sido una sucesión de altibajos, con destellos de genialidad en proyectos independientes, pero también con una serie de decisiones que lo alejaron del cine que lo convirtió en leyenda. Pero ahora, con The Brutalist, Brody ha demostrado que la industria puede olvidar, pero el talento no. Que los grandes actores no se miden por su frecuencia en los premios, sino por la intensidad de sus regresos. Y que, aunque haya tardado más de dos décadas, su segundo Oscar sabe tanto a consagración como el primero.
The Brutalist, el drama arquitectónico que conquistó los Oscar 2025
