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Así es León XIV, el agustino y misionero de Perú que ha llegado al Vaticano

Robert Francis Prevost, nacido en Chicago y forjado en Perú, es el nuevo Papa León XIV. Un agustino que habla español con acento andino, matemático de formación y pastor de vocación. El primer pontífice estadounidense, elegido en menos de 24 horas, con una historia que cruza continentes y almas

Por Marta Díaz de Santos

La Plaza de San Pedro se llenó de rostros y paraguas. Algunos lloraban, otros rezaban, otros miraban. A las 18:07 del 8 de mayo de 2025, el cardenal Dominique Mamberti pronunció las dos palabras que desde hace siglos paralizan al mundo católico: ¡Habemus Papam! El elegido: Robert Francis Prevost, quien tomó el nombre de León XIV. Un nombre que evoca fuerza y tradición, pero también renovación y esperanza. Un rugido manso, podríamos decir, que viene a marcar una nueva etapa sin romper la anterior.

Entre las capas de sotanas y móviles levantados al cielo, comenzaba a dibujarse el perfil de un Papa distinto. Uno que, antes que teólogo, fue misionero; antes que cardenal, fue maestro y antes que autoridad, fue cura de barrio.

Prevost nació en Chicago en 1955 y creció en un hogar católico de los de antes, donde la misa del domingo no era negociable y las figuras del belén estaban en la repisa todo el año. Según recuerdan sus hermanos, de niño jugaba a celebrar la Eucaristía en el sótano, con un mantel blanco de su madre y galletas saladas como hostias.

Leon XIV se crió jugando a ser sacerdote en un sótano de Chicago, y que acabó en el balcón del Vaticano

A los 22 años ingresó en la Orden de San Agustín. En 1982 fue ordenado sacerdote, pero no fue hasta 1985 que la fe le cruzó la frontera del alma: fue destinado a Perú. Allí, en Chiclayo, conoció la pobreza y la esperanza sin certezas. Pasó casi tres décadas en comunidades olvidadas, caminando en sandalias por calles de tierra, escuchando más que hablando. Era el "gringo" que no miraba por encima del hombro. Lo llamaban "el santo del norte".

En 2023, Francisco lo llevó de regreso a Roma para nombrarlo prefecto del Dicasterio para los Obispos, cargo delicado y decisivo donde supo moverse con el mismo sigilo con que andaba entre chozas de adobe. No fue un príncipe de la curia, sino un artesano de consensos. Al entrar en cónclave este mayo, su nombre sonaba entre susurros, que a veces son más reveladores que los gritos.

La elección fue veloz: cuatro votaciones. Fue como si todos supieran que hacía falta una figura serena, sin ambiciones, con los pies sucios de tierra y la cabeza limpia de poder. Su elección fue la de la Iglesia que quiere seguir siendo pobre.

En su primer discurso, León XIV habló de paz, inclusión y justicia. Miró a la plaza, emocionado, y recordó a Francisco con voz temblorosa. Dijo que quiere una Iglesia "que escucha, que acompaña, que no teme ensuciarse las manos".

Los desafíos que le esperan son muchos: reconstruir la confianza en una Iglesia herida por abusos, continuar con las reformas iniciadas por su predecesor, tender puentes en una sociedad fragmentada. Pero quizás lo más urgente sea recuperar la credibilidad de lo sagrado, esa capacidad de estar al lado sin imponerse.

Robert Francis Prevost es el primer Papa estadounidense, pero eso es lo de menos. Es también el primer pontífice que aprendió a hablar español entre campesinos, que fue catequista de calle, que nunca olvidó cómo se huele un confesionario de madera vieja.

León XIV viene a acompañar. Viene de lejos, sí, pero no del poder: viene del pueblo. El Papa que se crió jugando a ser sacerdote en un sótano de Chicago y acabó en el balcón del Vaticano.

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