Lifestyle

La Botica de Matapozuelos

Por Redacción Capital

Creatividad entre pinos, viñedos y campos de trigo de Matapozuelos

El nombre de Matapozuelos no anima al marketing creativo. Campiña vallisoletana en estado puro. Campos de trigo, viñedos y un pinar que habla de pastoreo y trilla. La poderosa silueta de la iglesia de Santa María Magdalena funciona como un poderoso reclamo para los amantes de la alta gastronomía, porque un gran restaurante se esconde en esta localidad.

La Botica es un negocio que lleva ya más de una década ofreciendo productos de la tierra y gastronomía tradicional sin tapujos. Varias generaciones de chefs consagrados a la comida castellana avalan un negocio familiar, surgido de la pura de devoción por el jamón ibérico, la morcilla y los escabeches, las carnes a la leña y boletus, todos ello productos locales y populares de una sencillez abrasadora, quizá nunca lo bastante bien ponderada.

matapozuelos botica

La familia De la Cruz trata la materia prima con una humildad impetuosa. Esto sólo lo puede hacer quien ha nacido aquí, quien conoce perfectamente el recetario y los ingredientes, o al menos quien lleva en la sangre satisfacer al cliente. Ambas condiciones se dan en La Botica, sólo así se explica uno la experiencia. Una que sólo puede salir de la tierra, del oficio y del talento.

Lo de esta familia es un boom energético que ha acabado resultando trascendental para la comarca: Michelín se ha fijado en la labor de un padre y un hijo devotos de la cocina castellana y les ha recompensado con una u prestigiosa estrella. El local acompaña a la filosofía de sus platos: se trata de una antigua casa de labranza de finales del XIX, convenientemente restaurada según el folclore del lugar. Al fin y al cabo, estamos en pleno paisaje rural castellano, hogar del pino y centro productor de buen vino de Rueda.

Puestos a repartir responsabilidad, los papeles están bien repartidos. En los fogones, Miguel Ángel, devoto del producto castellano, aunque sin excluir ciertas modificaciones creativas. El vino no le va a la zaga a nada de lo anterior, lo controla Alberto de la Cruz, el pequeño de los hermanos, jefe de sala a la vez que sumiller.

En nuestro plato, las croquetas, las carnes y todo el aroma del lugar se suceden a buen precio y con excelente atención. Dos menús potentes como son el denominado "Tradición" y el "Paseo por el entorno" aglutinan un ir y venir de platos de categoría, que Miguel Ángel aborda desde un punto de vista actual (mítico es su menú de piñas y piñones y, en general, su versión de la cocina ecológica, o el lomo de corzo asado, aunque caben opiniones) y Teodoro desde el más indisimuladamente castizo (atención al cordero, simplemente eso).

Al final, lo que queda es una experiencia gastronómica a buen precio, de servicio atento y aspecto impecable. Un negocio consciente del valor de lo tradicional, siempre en riesgo de ser convertido en una mera etiqueta. Siempre es una delicia parar a pastorear los caprichos del estómago en la zona.

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