Nunca antes se vio a una pantalla mandar tanto sobre la ropa de la calle. Las series han dejado de ser entretenimiento para convertirse en catálogos emocionales que arrasan con la estética del mundo real. Stranger Things, Sexo en Nueva York, Euphoria o Star Wars son ficciones convertidas en marcas que se visten, iconos que caminan por la Gran Vía, que se cuelan en Zara, que nos hacen comprar una gorra sin saber si la queríamos… o si la necesitábamos.
Hay una gorra roja que se agotó en una tarde entera en el verano de 2016. Llevaba bordado el nombre de un campamento ficticio -Camp Know Where- y la usaba un niño con rizos que hablaba con dientes postizos mientras cazaba monstruos interdimensionales en Stranger Things. Aquella gorra no era bonita. Ni siquiera útil. Pero tenía una historia. Y desde entonces, no hay serie de éxito que no sea también una línea de moda esperando a salir del armario.
El fenómeno no es nuevo. Ya en los noventa, cuando Rachel Green sacaba la cabeza por la puerta del Central Perk, había algo en su falda plisada y en su peinado con nombre propio que decía más sobre la época que cualquier editorial de Vogue. Pero lo que antes era inspiración, hoy es estrategia. Las series han pasado de influir a imponer. El espectador ya no solo quiere ver a sus personajes favoritos: quiere vestirse como ellos, o al menos como la versión que el marketing ha convertido en ponible.
Entramos entonces en una especie de carnaval emocional. Un chico se pone una camiseta con el logo de The Mandalorian sin haber visto un solo capítulo, pero habiendo visto la cara de Grogu en tazas, calcetines, mochilas, rotuladores y fundas de móvil. Una chica se pinta los ojos con glitter después de ver a Jules en Euphoria, sin saber si es moda o metáfora. Y una señora de 50, que ya se había olvidado de Carrie Bradshaw, vuelve a ponerse unos Manolos azules porque HBO anunció un tráiler y ella no quiere que el tren de los tacones de aguja la deje en el andén de las seguidoras pasadas de moda.
La ficción, como la moda, es narrativa. Y la ropa, como las series, se consume con hambre emocional. En cada camiseta de Friends vendida en Primark hay una nostalgia embotellada. En cada sudadera de The Office hay una pequeña confesión que parece decir algo así como que todos queremos una vida más divertida que la nuestra. O que nuestra vida es igual de divertida.
Los Bridgerton, con sus corsés imposibles, han resucitado el delirio romántico en los escaparates de media Europa
Las marcas lo saben. Disney lo sabe como si lo hubiera inventado. Marvel convierte a cada personaje nuevo en una colección cápsula. Prueba de ello es que Star Wars es, desde hace años, la franquicia con más licencias de moda en el mundo. Ya no importa si Luke es tu héroe o no: importa si te queda bien el jersey con el logo rebelde. Y eso, precisamente, es lo que convierte a las series en las nuevas editoras de moda. No importa si ves o no la serie. La historia se pega a la ropa y la ropa, al cuerpo. Te vistes de lo que quisieras ser, de lo que crees que fuiste, o de lo que aún no sabes que deseas.
Las mujeres lo han hecho durante décadas. Desde que Audrey Hepburn desayunó con diamantes en la Quinta Avenida, entendieron que los personajes femeninos podían ser prescriptores de estilo tanto como lo eran de valores. Pero con Sexo en Nueva York, la cosa cambió de bando. Carrie no era solo una periodista: era una devota de la moda con armario de templo. Y Samantha, y Charlotte, y Miranda representaban, además de distintas visiones de la feminidad, diferentes códigos de vestimenta para interpretarla.
Ese efecto se multiplica hoy en cada capítulo de Emily in Paris, donde las decisiones de vestuario son tan argumentales como los líos amorosos. O en The Crown, donde cada sombrero de la reina Isabel dice más de la monarquía que cualquier discurso de Navidad. Incluso Los Bridgerton, con sus corsés imposibles, han resucitado el delirio romántico en los escaparates de media Europa. Las series no visten como vivimos; nos hacen vivir como visten.
Y mientras tanto, la moda tradicional corre detrás. Las grandes firmas colaboran con plataformas de streaming. Gucci lanza colecciones inspiradas en personajes ficticios, Balmain saca líneas que parecen sacadas del plató de una distopía adolescente. La pasarela y el sofá ya no están en guerra, ahora están en el mismo equipo.
Star Wars: una galaxia muy, muy rentable (y muy bien vestida)
No hay franquicia que haya colonizado la moda con la precisión imperial de Star Wars. Desde que en 1977 Luke Skywalker se asomó a los dos soles de Tatooine, la saga ha dejado de ser ciencia ficción para convertirse en religión pop, y toda religión necesita sus hábitos. Sólo en 2022, la industria global de licencias vinculadas a Star Wars generó más de 5.500 millones de dólares, según License Global, y una parte creciente de esa cifra pertenece a la moda. Desde camisetas hasta pasarelas de lujo, la galaxia de George Lucas se ha colado en armarios de todas las edades y credos.
A los tres meses de su aparición en The Mandalorian, ya había más de 2.000 productos oficiales en venta, desde pijamas hasta bolsos de piel
Uniqlo lanza cada año colecciones cápsula con ilustraciones de las películas; Adidas ha lanzado al menos tres colaboraciones de zapatillas temáticas (como las Superstar de Darth Vader o las Stan Smith de Yoda), y en 2020, Levi’s x Star Wars convirtió los vaqueros en lienzos galácticos. Pero más allá del merch, lo que ha hecho Star Wars es crear un código visual que ha permeado la alta costura. En 2015, Rodarte desfiló en la Fashion Week de Nueva York con una colección entera dedicada a la saga, incluyendo vestidos con las caras de Luke y Leia bordadas en lentejuelas. Hasta Balenciaga ha jugado con estéticas inspiradas en el universo Sith: capas, hombreras, botas altas. Porque en Star Wars, el estilo importa. Darth Vader es un villano, sí, pero también un icono de diseño industrial.
Y entonces llegó Grogu. El personaje conocido como “Baby Yoda” rompió las reglas del merchandising. A los tres meses de su aparición en The Mandalorian, ya había más de 2.000 productos oficiales en venta, desde pijamas hasta bolsos de piel. En 2021, The New York Times reportó que Disney había ingresado más de 3 millones de dólares diarios en licencias de productos Grogu. Incluso Coach lanzó una colección de bolsos de lujo con su cara. Lo curioso es que Grogu no habla, no lucha, no vuela… pero conquista. Y eso lo convierte en el estampado perfecto: porque al final, en la era del fandom, no se trata de qué haces, sino de qué representas. Y llevar una camiseta de Star Wars hoy no es solo una declaración friki: es una forma de decir que perteneces a algo que es más grande que tú. Que la fuerza (y el estilo) te acompañen.
Stranger Things, la serie que convirtió Hawkins en un centro comercial
Cuando se estrenó Stranger Things en 2016, nadie imaginaba que acabaríamos vistiéndonos como si fuésemos a merendar Eggos con Eleven. La serie convirtió la nostalgia en una estética total: pantalones de pana, camisetas rayadas, cazadoras bomber y zapatillas Reebok Classic se convirtieron en sinónimo de estilo retro. Pero lo que parecía un revival puntual se convirtió en un fenómeno de consumo masivo. Solo en 2022, con el estreno de la cuarta temporada, las búsquedas globales de “ropa ochentera” aumentaron un 200% según datos de Google Trends, y firmas como Levi’s, H&M y Zara lanzaron líneas inspiradas directamente en el vestuario de la serie. Levi’s incluso colaboró oficialmente con Netflix para lanzar una colección que recreaba al detalle la ropa de Eleven y Dustin.
La gorra de Dustin, esa que llevó desde el primer episodio, fue uno de los productos más vendidos en la tienda oficial de Netflix durante cuatro años consecutivos
La gorra de Dustin, esa que llevó desde el primer episodio, fue uno de los productos más vendidos en la tienda oficial de Netflix durante cuatro años consecutivos. En 2018, Target reveló que su línea de Stranger Things superó los ingresos esperados en un 300% durante Halloween, con disfraces que iban desde Demogorgon hasta el uniforme de heladería de Scoops Ahoy. La serie logró lo que pocas ficciones consiguen: entrar al día a día. Las mochilas escolares, las camisetas con el logo del Hellfire Club, los colgantes con luces de Navidad, incluso los scrunchies en el pelo…, todo se convirtió en parte del vestuario adolescente de medio mundo. En TikTok, los hauls de ropa de Stranger Things acumulan más de 600 millones de visualizaciones.
¿Y qué explica este fenómeno? Quizá que la moda de Stranger Things es, además de estética, emocional. Viste de la infancia idealizada que muchos no tuvieron, pero creen haber vivido gracias a los VHS mentales de la serie. Hawkins es un lugar donde la amistad es más fuerte que los monstruos, y donde vestir como Mike o Max es una forma silenciosa de decir: “Yo también lucharía contra Vecna con mi walkman puesto y una cinta de Kate Bush”. Esa alianza entre iconografía ochentera y sentimiento real es la clave del éxito comercial de la serie. Y mientras Netflix ya prepara la quinta temporada, los escaparates siguen llenos de Walkmans que no funcionan, pero hacen latir más rápido el corazón de quien los mira.
La fiebre del oeste: Yellowstone cabalga en las pasarelas
El armario de un ranchero se ha convertido en el nuevo fondo de armario de medio país. Yellowstone, la serie que aúna drama familiar, política, ganado y paisajes imposibles bajo la figura imponente de Kevin Costner, ha hecho algo insólito: resucitar la estética del oeste con una elegancia que no huele a establo, sino a boutique de lujo. Desde que Paramount la lanzó, las búsquedas de “chaqueta vaquera”, “botas cowboy” y “sombreros de ala ancha” se dispararon en Google y en plataformas como Lyst y Pinterest. La marca Kimes Ranch, una firma estadounidense de denim, reconoció que su facturación se triplicó tras las primeras temporadas de la serie. Y lo mismo con Filson, Carhartt, o Wrangler, que han visto cómo su ropa, pensada para resistir barro y frío, ahora se lleva para pasear por Brooklyn.
Desde que Paramount lanzó Yellowstone, las búsquedas de “chaqueta vaquera”, “botas cowboy” y “sombreros de ala ancha” se dispararon en Google y en plataformas como Lyst y Pinterest
Es volver al mito del cowboy con nostalgia, pero también con una mezcla de virilidad y melancolía que se ha vuelto aspiracional. Beth Dutton, la mujer más temida del rancho, ha logrado que los abrigos de piel sintética y las camisas de franela se conviertan en símbolo de empoderamiento. Incluso casas como Ralph Lauren han revalorizado su línea western como respuesta al fenómeno. Si algo queda claro es que lo que viste Yellowstone es una forma de decir que, en este mundo cada vez más digital, seguimos soñando con ser salvajes, aunque solo sea al abrir el armario.
Al final, casi nadie se pone una camiseta de Stranger Things por diseño. Se la pone porque la vio en una escena que le hizo sentir algo…, y ese algo no se olvida. Y porque quiere que los demás también lo vean. Quizá por eso, la moda que dictan las series no pasa de moda. Porque más que moda, es memoria. Y lo que llevamos puesto, al final, es siempre un poco de lo que somos. O de lo que nos gustaría ser si la vida tuviese banda sonora y guionistas buenos.





