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The Brutalist, el drama arquitectónico que conquistó los Oscar 2025

La épica historia de inmigración y ambición, dirigida por Brady Corbet, se alzó como una de las grandes protagonistas de los Premios Oscar. Con tres galardones, incluyendo Mejor Actor para Adrien Brody, la película destaca por su ambiciosa narrativa, su deslumbrante fotografía y una banda sonora que encapsula la lucha y el sacrificio de su protagonista
Por Marta Díaz de Santos

La noche de los Oscar tuvo este año un invitado inesperado. No fue la película que se llevó la estatuilla a Mejor Película, ni la que arrasó con premios en cada categoría. Pero The Brutalist, la epopeya de Brady Corbet sobre un arquitecto húngaro que llega a Estados Unidos con la esperanza de construir su legado, terminó por erigirse como una de las obras más contundentes de la temporada. Porque la historia del arquitecto László Tóth es, en el fondo, la historia de todos aquellos que se dejan la vida en un sueño, solo para descubrir que el mundo no está diseñado para concederlos sin exigir algo a cambio.

Tres premios ha llevado The Brutalist: Mejor Actor para Adrien Brody, Mejor Fotografía y Mejor Banda Sonora. Tres victorias que saben a gloria cuando una película de semejante factura se enfrenta a los tiburones de Hollywood, a los grandes estudios y a las apuestas más comerciales. No es una película fácil ni es de esas que se ven con una bolsa de palomitas y un refresco tamaño tanque. The Brutalist es fría como el hormigón de los edificios que retrata, implacable como el sueño americano en el que su protagonista intenta encontrar un lugar. Y, sin embargo, se encuentra belleza en su crudeza, en la desesperación de un hombre que construye torres pero nunca encuentra un hogar.

Pocos actores podrían haber encarnado a László Tóth con la dignidad que lo hizo Adrien Brody. No es su primer paseo por el sufrimiento cinematográfico. Ya en El Pianista nos había mostrado de qué era capaz, pero aquí, con el rostro marcado por los años y la mirada de un hombre que ya sabe lo que es perder, Brody entrega una de esas interpretaciones que se recuerdan. Se llevó el Óscar con justicia. No había otro. No cuando un actor es capaz de convertir en épico el simple acto de mirar un edificio que jamás podrá terminar.

Tóth es un inmigrante húngaro que llega a Estados Unidos con la promesa de un futuro mejor. Como todos los que han intentado cambiar su suerte en un país que presume de ser la tierra de las oportunidades, aprende rápido que el éxito tiene dueño y que los sueños pueden ser comprados. Y vendrán las traiciones, las concesiones, el inevitable derrumbe.

El premio a la Mejor Fotografía no sorprendió a nadie. Lol Crawley, el responsable de cada encuadre, convirtió cada plano en una obra de arte. El hormigón, los grises, la luz que apenas se filtra en un mundo de estructuras imponentes, todo se une para crear un paisaje que refleja el vacío del protagonista. Porque si algo transmite esta película, es esa sensación de que el hombre puede levantar muros altísimos, pero sigue siendo un prisionero de sí mismo.

Y luego está la banda sonora de Daniel Blumberg. Apostó por el jazz, por el metal retumbante, por el sonido de una máquina que nunca se detiene. La Academia supo verlo y le dio el Oscar a la Mejor Banda Sonora Original. Y fue un acierto, porque si alguna vez el fracaso tuvo música, debe sonar como la de The Brutalist.

Pero, a pesar de todo, no fue la gran ganadora de la noche. Ese honor se lo llevó Anora, que sumó cinco estatuillas. Tampoco se habló tanto de ella como de la injusticia cometida con Emilia Pérez, que con 13 nominaciones se fue casi de vacío.

Brady Corbet, el director de The Brutalist, lo sabía desde el principio. Hizo una película para espectadores dispuestos a escuchar más allá de los diálogos, a encontrar la belleza en la desesperanza. Y Hollywood, en un extraño arrebato de lucidez, le dio un reconocimiento que pocos esperaban.

No es una película para todos, como tampoco lo es el brutalismo arquitectónico que le da nombre. No tiene curvas suaves ni finales amables. Pero es una película que deja huella. Y en un mundo donde el cine parece cada vez más diseñado para no incomodar, eso ya es una victoria.

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