Son las 19:17 en Roma y la plaza de San Pedro estalla en aplausos. El humo blanco se elevaba hace más de una hora desde la Capilla Sixtina. Tras dos días de cónclave, la Iglesia Católica tiene nuevo pontífice y es el cardenal Robert Prevost, quien ha elegido el nombre para su pontificado León XIV.
El primer pontífice estadounidense -tiene también nacionalidad peruana, donde ha sido misionero- y estrecho colaborador del papa Francisco. Nacido el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, hijo de madre de ascendencia española, tiene un perfil discreto, amable, y continuará la senda de Francisco.
La elección llega después de varias rondas -cuatro, en concreto- de votación entre los 133 cardenales electores. El nuevo pontífice ha logrado, como mínimo, los 89 votos necesarios para ser proclamado sucesor de San Pedro.
El ambiente en el Vaticano es solemne pero festivo. La plaza se ha llenado de banderas, móviles alzados y rostros emocionados. La escena es histórica, como cada vez que se elige a un nuevo pontífice. La Iglesia, con más de mil millones de fieles, entra en una nueva etapa... Roma mira al balcón emocionada.
En este momento, todas las miradas se dirigen al balcón central de la basílica de San Pedro. Allí, el cardenal Dominique Mamberti, como protodiácono, se prepara para salir y pronunciar la fórmula clásica: "Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam". A continuación, revelará el nombre del nuevo pontífice, primero en latín y luego en su forma más reconocible.
Las quinielas siguen abiertas hasta el último segundo. Entre los nombres que más han sonado están el filipino Luis Antonio Tagle, el húngaro Péter Erdő y el italiano Matteo Zuppi.
En cuanto se haga el anuncio, el protagonista del día aparecerá en el balcón para dar su primera bendición urbi et orbi. Será entonces cuando comience oficialmente su pontificado, heredando una Iglesia que afronta desafíos profundos: crisis de credibilidad, tensiones internas, y una sociedad global cada vez más alejada de la institución.
Por ahora, solo hay una certeza: hay papa. Y el mundo espera escuchar su nombre.

