Opinión

Carlos Salas
Fundador y ex director de Capital (2000-2005)

Cinco años que contaron más de lo que parecía

Entre 2000 y 2005 tuve el privilegio de fundar y dirigir la revista Capital, entonces propiedad del grupo alemán Gruner + Jahr. Nacimos con la misión sencilla de contar la economía para que la entendiera todo el mundo. La empresa me envió varios meses a París para trabajar junto con los periodistas de Capital Francia, que era una de las revistas más conocidas del país. Su circulación sobrepasaba el medio millón de ejemplares al mes gracias a que habían logrado depurar su estilo hasta hacerlo accesible a todo el mundo. 

Durante aquellos años, pasaron muchas cosas. España estrenaba el euro como moneda física en enero de 2002. En las redacciones, los precios en pesetas se convertían a euros con calculadoras de bolsillo y no pocos dolores de cabeza. Pero en Capital sabíamos que el euro era más que un cambio de billetes: era una transformación cultural, una forma nueva de pensar el valor y los intercambios. 

Entrevistamos a Rafael del Pino, fundador de Ferrovial; a Los Albertos, que habían sido los protagonistas de las finanzas de los 90; a Ana Patricia Botín, desterrada del Santander y que estaba poniendo en marcha una empresa punto.com; incluso a Hugo Chávez, que nos dio una entrevista un mes antes del golpe de Estado que intentó derrocarlo.  

España crecía. El ladrillo se disparaba. La gente compraba pisos sobre plano y firmaba hipotecas en cafeterías. La palabra ‘burbuja’ aún no era tabú. Internet, mientras tanto, iba cambiándolo todo. La banca online daba sus primeros pasos. En Capital entrevistamos a los primeros responsables digitales de los grandes bancos, todavía desconfiados, pero conscientes de que el futuro se jugaba en la red. Algunas entrevistas parecían ciencia ficción: tarjetas virtuales, banca sin oficinas... Hoy son parte del paisaje.  

Pero si hubo un momento que nos marcó especialmente, fue cuando publicamos la exclusiva sobre el fraude del equipo paralímpico español. El periodista Carlos Ribagorda destapó cómo una parte de los jugadores no tenía discapacidad intelectual, pero competían para obtener ayudas económicas para la Federación. Fue un tema revelador del uso del dinero público, pero también un golpe moral. 

“Si hubo un momento que nos marcó, fue la exclusiva sobre el fraude del equipo paralímpico español: jugadores sin discapacidad intelectual que competían para obtener ayudas económicas para la Federación”

El reportaje levantó una polvareda nacional y demostró que la economía también estaba en los márgenes del deporte paralímpico. Este año 2025 se estrenó un documental británico sobre aquel escándalo, considerado como uno de los mayores diez escándalos del deporte mundial. 

Esa fue siempre la apuesta de Capital: mirar la economía no solo en las bolsas y los consejos de administración, sino en los comportamientos, en los incentivos, en los relatos que sostienen el dinero. Por eso escribíamos diferente. Huíamos del lenguaje obtuso. No nos gustaba el “crecimiento interanual del 2,3% del PIB nominal ajustado por estacionalidad”. Preferíamos decir que la economía se aceleraba, o que había más empleo, o que el consumo se disparaba. Porque al final, la economía es la historia de lo que le pasa a la gente. 

En nuestro afán por llegar a todo el mundo, elaboramos una guía para entender la declaración de la renta que se convirtió en uno de nuestros superventas. Y después del verano, una guía con más de 100.000 ofertas de trabajo en las principales empresas de España que anunciábamos en televisión y que se agotaba. 

Muchos de los periodistas que pasaron por Capital aprendieron a escribir con claridad, y eso fue quizá nuestro mayor legado. En una época en la que la prensa económica seguía hablando para iniciados, nosotros hablamos para ciudadanos. Sabíamos que estábamos haciendo algo distinto. 

Hoy, 25 años después, veo con orgullo lo que supuso aquella etapa. No solo por las historias que contamos, sino por cómo las contamos. Porque al final, el periodismo económico no debería tratar de impresionar. Debería tratar de iluminar. Y si conseguimos encender alguna bombilla durante aquellos cinco años, valió la pena cada línea. 

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