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Opinión

Trenes rigurosamente averiados
Gonzalo Núñez
Periodista

El drama de la senior trash

Las frases hechas reflejan la escala de valores de una época. Es lógico que, donde cambian los valores, cambien las frases hechas. Así, unas se revalorizan y otras pierden vigencia. Por ejemplo, ya no se escucha apenas aquello de que “la experiencia es un grado”. Sin duda porque la experiencia ya no significa nada, ni es atractiva ni se considera un plus.

Son tiempos lábiles e inquietos, en los que priman neologismos como disrupción y otros clichés tendentes a reforzar la idea de que vales en tanto te adaptes a todos los cambios, los lideres y asumas como algo intrínsecamente positivo. Una experiencia sedimentada, un conocimiento progresivo y estable del mundo ya no tienen gran interés.

Los referentes sociales son jóvenes y la madurez ha pasado a ser una etapa indefinida que matizar con vergüenza. Hace 50 años, a un chico de 20 se le valoraba por cultivar una apariencia y una actitud de persona de 40; hoy, a un adulto de 40, se lo considera en la medida en que conserve mayor apariencia, actitud y valores de uno de 30 o 20.

Es imposible que este cambio en los valores y la mirada hacia la madurez no tenga reflejo en el mercado laboral. De acreedores de una sabiduría aquilatada con el tiempo, los seniors han pasado a ser considerados, muchas veces con injusticia, rémoras. Y varios cientos de miles de ellos se han encontrado varados en el mercado laboral cuando aún les quedan cinco, diez, quince y hasta veinte años para la edad de jubilación.

Este verano me topé en el Diario de Navarra con el caso de Marian Hidalgo. Esta pamplonesa llevaba 20 años en Irlanda, diez de ellos trabajando para multinacionales, con un buen salario. En 2019 regresó a España para cuidar de su madre enferma. Lo que se ha encontrado, dice, “es mucho peor de lo que esperaba”. Ni su excelente dominio del inglés, ni su trayectoria en multinacionales ni su constante adaptación (cursos de SAP, Salesforce, etc.) han servido para procurarle un trabajo en estos cuatro años. Tiene 56, sus ahorros se acaban e incluso ha tenido que solicitar ayuda social. Su autoestima, lógicamente, está por los suelos.

El paro de larga duración es una muerte civil. Se convierte en una obsesión diaria y afecta de manera decisiva al coco. La sensación de que la sociedad no necesita de ti no es agradable y hace falta mucho carácter para conjurar las ideas derrotistas. El caso de Marian me ha servido para visualizar muy claramente lo que ya sabemos por las estadísticas: el imparable auge de lo que aquí he llamado la senior trash, la basura senior, una nueva clase de trabajadores cualificados completamente estancados y con pésimas perspectivas de reengancharse al mercado laboral.

No son, como hace una década, personas de 60 años, con la jubilación a un paso, sino demandantes de 55, 50 y hasta 45 años, personas en muchos casos en el apogeo de su carrera y en pleno dominio de su profesión. Los motivos son variados y juegan en su contra: sueldos a la baja, pensados para veinteañeros y treintañeros, el escepticismo ante su adaptación a un entorno digital y disruptivo, el escaso peso social de la experiencia y la madurez...

Desde el coronavirus la tendencia se ha acentuado y son los grandes damnificados de la remontada. Seis de cada diez personas que cobran el paro actualmente son mayores de 45. Para ellos se han ido implementando nuevas ayudas, por ejemplo el subsidio para mayores de 52, pero el incremento de compensaciones es un desistimiento perverso hacia sus posibilidades de reinserción laboral. ¿Realmente una persona de 50 años puede sentirse útil con 450 euros de subsidio en lugar de mayores oportunidades de volver a trabajar? Sin embargo, para muchos, como Marian Hidalgo, no hay salida: difícilmente, a veces nunca, recibirán una llamada para reincorporarse.

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