El presidente de EEUU, Donald Trump, destituyó de su cargo a la comisionada de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS), Erika McEntarfer, por incompetencia, de acuerdo con su criterio, al presentar unas cifras de empleo muy por debajo de las expectativas del mercado. Posteriormente, parte de su equipo ha defendido que las cifras de empleo previas de Joe Biden estaban infladas en 1,5 millones de puestos de trabajo para justificar los malos datos. Si bien esto no deja de ser un movimiento político-mediático a los que Donald Trump ya tiene acostumbrados a la sociedad, sí nos permite identificar ciertos elementos de la sociedad actual.
Vivimos en una sociedad en la que las interpretaciones se presentan como hechos verificados, y lo que es falso se muestra habitualmente como real, acompañado de un portavoz al que se le otorga credibilidad, aunque esta varíe según el grupo. Se podría decir que, para quienes se la conceden, esas palabras son ciertas: las procesan y modulan su conducta en consecuencia. Y eso es un activo muy valioso, porque permite transformar la sociedad: la moldea y la adapta a intereses propios o de terceros, a veces alejados del bien común.
Ese es el liderazgo político-social actual y resume de forma muy rápida y tangible el impacto real de un líder. Los partidarios de Trump no sentirán preocupación por las menores cifras de empleo, porque las anteriores estaban infladas. Modifico la realidad perceptiva de la sociedad, y con ello, modifico la conducta. Si ese es el principal poder que tiene un líder, ¿cómo podemos medir el impacto de un liderazgo actual? No existe una métrica exacta, pero sí podemos dejar claros algunos principios.
El verdadero impacto se mide en la intersección entre la autenticidad, la coherencia y la capacidad de transformación. Cuanto más auténtico sea percibido un líder, y mayor coherencia se le traslade, mayor será su credibilidad y, por lo tanto, su capacidad de transformación.
El primer indicador clave es, precisamente, la coherencia entre discurso y acción. Es fundamental que el líder sea percibido como coherente entre lo que dice y hace. Hablamos de percepción, no de realidad. Un líder debe ser coherente, pero no tenemos que ser naifs, la coherencia muchas veces va reñida con la realidad. Es en ese aspecto donde entra la gestión del líder, su narrativa, su capacidad para adaptar la realidad a la coherencia de su liderazgo. Si escogemos cualquier momento de la política española de los últimos años, encontraremos ejemplos claros. Hablamos de un liderazgo adulto, no idealista.
"No es más líder el que resiste a las presiones para modificar o no la realidad perceptiva, sino el que las gestiona sin perder de vista el objetivo final"
En segundo lugar, debemos mirar su capacidad no sólo de anticiparse al contexto, sino de crearlo. ¿Qué capacidad tiene un líder para imponer su percepción? Un liderazgo sólido no se limita a responder al devenir del tiempo o a subirse a las tendencias; las genera, las moldea y las lidera. Es aquí donde reside parte de su capacidad de transformación, generando una realidad perceptiva de la sociedad. En definitiva, como si de un ‘juego de los espejitos’ se tratase, le dice a la sociedad: “fíjate en esto y no en esto otro”. Esto puede polarizar o provocar un comportamiento, pero siempre modifica la realidad perceptiva y la conducta.
Esa capacidad transformadora también puede trasladarse a la organización empresarial, generando movimientos similares a menor escala y alcance. Los principios que aplican son los mismos, pero en este caso, el impacto es medible de manera más tangible, ya que el enfoque y los cambios de conducta siempre están orientados a generar un impacto positivo en los grupos de interés de la organización (puede ser uno específicamente o de forma general), ya sea en el corto plazo, medio o largo plazo.
En definitiva, en la actualidad el impacto de un líder está intrínsecamente asociado a su capacidad para transformar el entorno de acuerdo con un objetivo predefinido. El liderazgo debe tener objetivos sociales o empresariales que nos permitan construir una sociedad mejor. En ese camino, el líder tendrá que hacer frente a momentos difíciles, con presiones para no modificar la realidad perceptiva, o modificarla en uno u otro sentido, que jueguen en contra del objetivo definido. No es más líder el que las resiste, sino el que las gestiona sin perder de vista el objetivo final.
