La accesibilidad es hoy uno de los indicadores más claros del valor real y la competitividad de una ciudad. Aquellas que no inviertan en este criterio no solo perderán habitantes, sino también relevancia económica y capital social. El arquitecto danés Jan Gehl acertó al afirmar que las ciudades están destinadas a crecer, y que la verdadera responsabilidad de los actores públicos y privados que moldean estos entornos es garantizar que ese crecimiento sea habitable, sostenible y justo. Sus palabras resumen el desafío urbano de nuestro tiempo: no basta con expandir infraestructuras; debemos diseñar ecosistemas urbanos humanos que ofrezcan calidad de vida.
En España, la distancia entre esa aspiración y la realidad sigue siendo evidente. Aunque somos uno de los países con mayor densidad de ascensores del mundo, uno de cada tres ciudadanos sigue viviendo en edificios inaccesibles (o en un edificio sin accesibilidad). Esta paradoja revela que nuestro liderazgo cuantitativo no se traduce en calidad tangible, y subraya la necesidad de entender la accesibilidad como una inversión estratégica, no como un gasto, para garantizar ciudades cohesionadas, habitables y competitivas.
La falta de accesibilidad en millones de viviendas españolas no afecta solo a las personas mayores o con movilidad reducida. Es una limitación sistémica que impacta a toda la sociedad. Un joven que sube su bicicleta por las escaleras porque no cabe en el ascensor experimenta esa limitación en primera persona. Una familia que cada día carga un carrito de bebé por varios tramos de escaleras sabe que la inaccesibilidad desgasta tiempo y energía. Y quienes viven en entornos urbanos intensos descubren que la falta de fluidez en los desplazamientos se traduce en frustración y en pérdida de calidad de vida.
Por supuesto, para quienes tienen mayores limitaciones, la barrera es todavía más severa: puede significar quedar atrapados en su propio hogar o depender constantemente de la ayuda de otros. Pero, en todos los casos, lo que está en juego es la posibilidad de vivir con autonomía y dignidad. Por eso la accesibilidad no puede seguir considerándose un asunto sectorial. Es, cada vez más, un atributo central de valor urbano y una demanda social compartida por todas las generaciones.
Hablar de accesibilidad es, en definitiva, hablar de competitividad. Una ciudad que mantiene barreras en sus edificios y en su espacio público es una ciudad que pierde vitalidad. En cambio, una urbe que garantiza movilidad inclusiva refuerza su posicionamiento como polo de innovación y bienestar. El ascensor y los equipos de movilidad, como escaleras y pasillos mecánicos, esas máquinas tantas veces invisibles, son el corazón del edificio y de una ciudad moderna y dinámica, el corazón de nuestros entornos, y, por extensión, un pilar del progreso.
Durante demasiado tiempo, la accesibilidad se ha entendido como un coste o como una obligación legal. Hoy debe ser abordada como una inversión con retorno claro: en bienestar ciudadano, en cohesión comunitaria y en capacidad de crecimiento para las ciudades. Esa es la verdadera medida del progreso: no el número de infraestructuras instaladas, sino la garantía de que todos, sin excepción, puedan vivir, moverse trabajar y participar en la vida colectiva de forma autónoma.
El futuro de nuestras ciudades dependerá de la capacidad de hacerlas accesibles. No hablamos solo de garantizar el movimiento de las personas, sino de asegurar el dinamismo de la sociedad en su conjunto. Una ciudad inclusiva es una ciudad más resiliente, capaz de afrontar los retos de la longevidad, de la sostenibilidad y de la competitividad global.
Invertir en accesibilidad hoy significa anticiparse estratégicamente al mañana. Las ciudades que asuman este reto serán también las que lideren el futuro. Porque la accesibilidad no es un gesto ni una concesión, es la base de un modelo urbano justo, habitable y próspero. Las administraciones deben, por tanto, comprometerse a impulsar espacios urbanos que reconozcan a las personas como su principal valor y aseguren su bienestar económico y social.
