Las tierras raras son minerales críticos, esenciales para tecnologías avanzadas como los semiconductores, la inteligencia artificial (IA) o los sistemas de defensa, que sustentan el liderazgo en la Cuarta Revolución Industrial. Son materiales clave para sectores estratégicos como energía, electrónica, defensa y automoción, gracias a sus excepcionales propiedades magnéticas, ópticas y eléctricas, difíciles de sustituir.
Se utilizan en la fabricación de imanes de alto rendimiento para turbinas eólicas y motores eléctricos, en componentes clave para baterías y sistemas de almacenamiento energético, así como en electrónica de consumo como smartphones y pantallas. También son fundamentales en tecnologías militares, como radares, misiles y satélites, así como en la producción de chips y la infraestructura digital, incluyendo centros de datos e inteligencia artificial (IA). Su disponibilidad condiciona el avance tecnológico y la seguridad industrial de numerosos países.
Aunque su nombre sugiere lo contrario, las tierras raras no son escasas en la corteza terrestre. Su complejidad radica en que suelen encontrarse mezcladas entre sí y con otros minerales, lo que hace que su separación, refinamiento y purificación sean procesos técnicamente complejos, costosos y con alto impacto ambiental. China controla el 70 % de la extracción mundial y cerca del 90 % del procesamiento y refinado. La mayoría de los países no cuenta con la capacidad tecnológica o industrial para refinar o transformar estos materiales, lo que obliga a importarlos ya procesados.
China controla el 70% de la extracción mundial de minerales críticos para las tecnologías avanzadas y cerca del 90% del procesamiento y refinado
Esta concentración otorga a China una ventaja estructural difícil de replicar por otros países. El control sobre estos recursos se ha convertido en un instrumento de presión frente a las presiones arancelarias y restricciones tecnológicas impuestas por Occidente. China regula el acceso a las tierras raras y exige a las empresas extranjeras proporcionar información detallada del uso que va a hacer de los minerales para obtener licencias de exportación.
Deben entregar documentación técnica y comercial altamente sensible de los productos que utilizan sus minerales: desde fotos y diagramas hasta listados de clientes y datos de producción. Esto permite a China trazar un mapa detallado de las dependencias industriales, inventarios críticos y vulnerabilidades en cadenas de valor. Esta situación representa un riesgo evidente. La ralentización en el suministro podría paralizar industrias sensibles, como defensa, energía, automoción o tecnología.
Estados Unidos fue pionero durante décadas en este sector. Molycorp operaba la mayor mina del mundo en Mountain Pass, mientras que Magnequench, filial de General Motors, desarrollaba imanes esenciales para electrónica y defensa. Sin embargo, en los años 90, un cambio legislativo clasificó los residuos de minería como material nuclear, elevando drásticamente los costes. Al mismo tiempo, China inundó el mercado con tierras raras a bajo precio, haciendo inviable la competencia. En 1995, Magnequench fue vendida a un consorcio chino, y años después, Molycorp acabaría en bancarrota.
China comenzó a construir su liderazgo en los ochenta, impulsando la consolidación de su industria mediante subsidios, inversión estatal y regulaciones que favorecían a las empresas nacionales y dificultaban la competencia extranjera. Con el tiempo, el sector se concentró en unas pocas grandes compañías, lo que le permitió reforzar su control en los precios y el suministro. A mediados de la década de los años 2000, la industria estadounidense de tierras raras había sido prácticamente desmantelada y China tomó el relevo.
Estados Unidos, Europa y otros países buscan fuentes alternativas a China. Australia, Canadá, Vietnam y algunos países latinoamericanos (como Brasil o Bolivia) han reactivado proyectos mineros y de refinado. Sin embargo, el refinado sigue siendo un cuello de botella; muchas minas operan en Occidente, pero dependen de plantas de procesamiento ubicadas en China, Malasia o India, lo que limita su autonomía real.
Reconstruir capacidad de refinado no es sencillo: requiere inversiones sostenidas, y una política industrial coherente que compense costes ambientales y logísticos. Durante décadas se desinvirtió en esta industria por su intensidad en residuos radiactivos y altos costes operativos, pero hoy esa debilidad se ha convertido en una fragilidad geopolítica.
Occidente busca reducir su dependencia de China y garantizar su autonomía industrial. Preservar su liderazgo económico y tecnológico requiere una transformación profunda de las cadenas de suministro: más resilientes, diversificadas y bajo control estratégico.
