Opinión

Jordi Sacristán
Periodista y director de Comunicación Financiera de Roman

Sabadell: una independencia condicionada y un espejo para Torres

El Consejo de Ministros ha hablado. Durante, al menos, los próximos tres años -prorrogables a cinco-, Banco Sabadell gozará de una protección institucional inédita en la reciente historia financiera española. El blindaje que ha aprobado el Gobierno central otorga al banco catalán un espacio para definir su futuro sin la presión inmediata de una absorción hostil por parte de BBVA. La decisión supone un golpe a las aspiraciones de Carlos Torres, presidente del BBVA, y un inesperado punto de inflexión en el proceso de concentración bancaria que desde hace años arrasa la diversidad del sistema financiero español, especialmente en Catalunya. 

Porque lo que está en juego no es solo una operación corporativa, sino un nuevo capítulo en la larga crónica de cómo BBVA ha ido engullendo -con discreción, músculo financiero y silencios cómplices- las principales entidades financieras de Cataluña. Banca Catalana, absorbida en los años ochenta. Unnim, fruto de la fusión de las cajas de Sabadell, Terrassa y Manlleu, cayó en manos del banco azul tras la crisis de 2008. Más tarde, Catalunya Caixa -el intento de resucitar las antiguas Caixa Catalunya, Caixa Tarragona y Caixa Manresa- fue vendida a BBVA tras su nacionalización. Ahora, Sabadell era el último baluarte financiero con sede y gobernanza catalana de cierta envergadura. Y ha resistido. 

La decisión del Gobierno no bloquea la OPA lanzada por BBVA, pero sí establece una serie de requisitos que dificultan extraordinariamente su ejecución. En esencia, congela cualquier integración hasta, como mínimo, 2028. En ese lapso, Sabadell mantiene intacta su independencia operativa, jurídica y estructural. Carlos Torres lo ha calificado de injerencia y ha acusado al Gobierno de no respetar la resolución de la CNMC. Incluso ha apuntado contra el consejo de administración del Sabadell, al que reprocha no respetar el llamado ‘deber de pasividad’ previsto para los consejos de las sociedades objeto de una OPA. 

Pero Torres debería reflexionar antes de blandir el reglamento con tanta severidad. Porque si alguien sabe de estrategias de defensa corporativa, incluso bordeando los límites de ese mismo deber de pasividad, es él.  

“La resistencia del Sabadell puede parecer anacrónica en un mundo donde las grandes fusiones son presentadas como inevitables”

Fue precisamente Torres quien, entre 2005 y 2007, desde su cargo de director corporativo de Estrategia en Endesa maniobró activamente para frustrar la OPA de Gas Natural (La Caixa) sobre Endesa. Lo hizo pactando con E.ON, el gigante alemán, para presentar una contraoferta que impidiera que una energética catalana tomara el control de la mayor eléctrica del país. Aquel movimiento, bendecido por el entonces Gobierno del PP, derivó en la venta de Endesa a la italiana Enel. ¿Y qué queda hoy de Endesa como empresa española? Nada. Un símbolo de cómo la lógica de mercado puede ser también un arma política. 

Por eso resulta cínico invocar ahora la neutralidad del mercado cuando se ha escrito la historia económica reciente a base de vetos, pactos y asaltos encubiertos. La resistencia del Sabadell puede parecer anacrónica en un mundo donde las grandes fusiones son presentadas como inevitables. Pero también puede ser un ejercicio de dignidad empresarial: un banco que ha logrado superar dos crisis financieras, reposicionarse internacionalmente, mejorar su eficiencia y diversificar su negocio, sin necesidad de ser absorbido. 

Además, la figura de Josep Oliu y la actuación del consejo de administración del Sabadell no puede interpretarse como una obstinación vacía. Se trata de una defensa legítima del proyecto industrial, del tejido económico de proximidad y, sí, también de una idea de banca con raíces, arraigo y compromiso territorial. Que BBVA critique esa resistencia como si fuera un obstáculo anticompetitivo revela más de sus ansias de control que de su respeto por las reglas del juego. 

Este paréntesis de tres (o cinco) años no será eterno. Pero ofrece una oportunidad. Para que Sabadell reconfigure su propuesta de valor y fortalezca su autonomía. Para que los reguladores reevalúen si queremos un sistema financiero más concentrado o más plural.  

En economía, como en política, la memoria importa. Y el ‘deber de pasividad’ no es solo una cláusula legal: es también un espejo. En él, más de uno debería mirarse con atención. 

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