No hay nada que no sepamos a estas alturas de David Broncano, ese señor que compite con Pablo Motos, como antaño competía Fausto Coppi con Gino Bartali o Muhammad Ali con George Foreman, trayendo al mundo en vilo. En realidad, pasada la primera semana, diría que solo a la prensa interesa la batalla por el share entre Broncano y Motos; sea como sea, desde septiembre hasta hoy no hay día en que no se desmenucen los datos. Como en los mejores combates, la cosa parece reñida, pero no es de eso de lo que hemos venido a hablar.
Vamos a que circula por ahí un vídeo de tiempos pretéritos -esto es, 2021- en que Broncano se mofaba de las políticas económicas de Estonia junto a otros dos catedráticos de macroeconomía como Queque e Ignatius. El asunto trajo revuelo porque Estonia ya estaba por entonces rozándole los talones a España en PIB per cápita y, de hecho, acabó sobrepasándola ese mismo año.
Teniendo en cuenta que Broncano es humorista, su sobrada con Estonia se me antoja disculpable y hasta nos viene al pelo, porque retrata muy bien la miope condescendencia que venimos cultivando hacia los países al otro lado del viejo Telón de Acero. Conozco muchas personas, en su mayoría de edad avanzada, para los que Europa del Este sigue siendo un lugar de reminiscencias soviético-folclóricas: países fríos, a duras penas desestalinizados, corruptos, inseguros y llenos de colas del hambre.
Mientras han seguido pensando lo mismo en 30 años, el Este se ha ido homologando al Oeste, a la chita callando, vigorizados por el dinero comunitario, como España en los 90. El mes pasado, Polonia superó a España en PIB per cápita. En 30 años, ha logrado triplicar su PIB y ahora, dicen, van a por Italia: confían alcanzar al país transalpino a finales de la década, lo que me ha hecho recordar, con una sonrisa entre maliciosa y amarga a aquel José Luis Rodríguez Zapatero que, antes de la caída de Lehmann Brothers, augurara el sorpasso español a Italia.
“Antes del sorpasso de Polonia en PIB per cápita, España ya había vivido el de República Checa. Nuestro país solo ha crecido un 0,1% desde 2020”
Antes del sorpasso de Polonia a España estuvo el sorpasso de República Checa a España. Los países del Este vienen creciendo de manera espectacular. Bulgaria, un 67% de PIB per cápita entre 2020 y 2023; Rumanía, un 50%; Letonia, un 44%; Lituana, un 42,7%; y en Hungría, un 42,4%. España, mientras, ha crecido en PIB per cápita un 0,1% en cuatro años.
Dicen los expertos que el secreto del auge de Polonia hay que buscarlo en medidas impopulares en el corto plazo, pero efectivas de cara al largo plazo. Siempre ha sido así. Hubo tiempo en que también fue así para España. Solo con cierto grado de renuncia pueden lograrse resultados de esta magnitud. Además, claro está, el margen de mejora era grande viniendo de donde venía Polonia.
El PIB per cápita es sólo un indicador. El nivel de vida es ostensiblemente mejor en España que en el Este. Pero nuestra competitividad, descontando el rebote post-covid, no está garantizada. España, como yo lo veo, carece de la ambición y el hambre del Este, se gobierna en automático con conformismo y cortoplacismo, regodeándose en la cámara de eco política, incapaz de levantar la vista por encima de la legislatura en curso.
Mientras nos felicitamos de los, si se quiere, buenos indicadores de la recuperación post-covid, hemos perdido una década en la forja de grandes acuerdos de Estado para amarrar nuestra pujanza futura. Sobre todo, en lo que está más allá de las grandes cifras: por ejemplo, la vivienda, el empleo y el sistema de pensiones, tres cadáveres a los que nadie en diez años ha querido meter mano. En este tiempo, España se ha ido sosteniendo aceptablemente en los rankings macroeconómicos, pero el ciudadano ha ido perdiendo nivel de vida.
Somos más pobres, sin duda, pero todavía no estamos lo suficientemente hambrientos como para reaccionar.
