Revista Capital

Cinco lugares donde la Navidad todavía existe (y puedes ir a comprobarlo)

En los Cotswolds, los mercados navideños llenan de luces pueblos como Bibury o Bourton-on-the-Water

Por Marta Díaz de Santos

Noviembre siempre ha sido el preludio de la Navidad. Es el mes en que el frío empieza a tener presencia, las calles se iluminan tímidamente, surgen los planes, las compras desmedidas y las excusas para abrir una botella de vino. Es también el momento en que la mente se adelanta al cuerpo. Empieza el juego de imaginar viajes, de soñar con paisajes nevados o con mercados iluminados donde el frío se combate con chocolate caliente y guantes de lana. Noviembre tiene algo de antesala, de promesa, de expectativa; todavía no ocurre nada, pero ya se intuye todo.

Queremos que el reloj deje de correr, que alguien ponga villancicos de fondo sin que nadie los cuestione y rozar la sensación de estar por fin donde toca. Buscamos esa sensación de pausa, de tregua, de estar por fin en el lugar correcto. La Navidad, incluso en tiempos descreídos, sigue siendo eso… una tregua compartida.

Hay sitios que todavía protegen esa idea y la celebran sin ironías, que la tratan con el respeto de una vieja costumbre que se niega a perder la fe. Los Cotswolds en Inglaterra, Colmar en Francia o Rovaniemi en Finlandia son solo algunos de los lugares donde las luces, el frío y la calma siguen teniendo sentido.

Los Cotswolds (Inglaterra)

La Navidad de postal vive aquí, entre colinas, pueblos de piedra y pubs donde las chimeneas nunca se apagan. En los Cotswolds, cada rincón parece diseñado por un director de arte con vocación de Dickens. Las calles están tan limpias que parece que las barre la niebla, y las luces, colgadas entre casas bajas y tejados inclinados, parecen más tradición que decoración.

El olor a leña, pan recién hecho y chocolate caliente se mezcla con el aire frío, y el invierno inglés muestra aquí su versión más amable: discreta, elegante y sin excesos. En Bourton-on-the-Water, las luces se reflejan sobre el río Windrush. A pocos kilómetros, Bibury parece detenida en el siglo XVIII; sus casas de piedra dorada, alineadas en Arlington Row, son uno de los paisajes más fotografiados del país.

La región entera, que se extiende entre Bath, Oxford y Stratford-upon-Avon, ofrece en estas fechas una versión ideal de la Navidad británica: mercadillos, ferias de artesanía y pueblos que se iluminan sin aspavientos, confiando en el encanto de lo simple.

Chipping Campden, Stow-on-the-Wold o Broadway organizan conciertos de villancicos, mercados de productores locales y desfiles a la luz de las velas que recuerdan por qué este rincón sigue siendo el corazón de la campiña inglesa.

El plan: caminar hasta que las orejas pidan clemencia, entrar en The Wild Rabbit, en The Lamb Inn o en cualquier pub con suelo de madera y chimenea encendida, pedir una pinta y dejar que la conversación haga el resto. Si crees que la Navidad británica solo existe en las películas de Richard Curtis es porque nunca la has pasado aquí.

Salzburgo (Austria)

En Salzburgo, la Navidad parece haber encontrado su hogar. Su belleza es tranquila, casi inevitable; y su casco antiguo, Patrimonio de la Humanidad, se viste de luces suaves que resaltan las fachadas color crema y los tejados cubiertos de blanco. En cada esquina hay algo que parece salido de una escena navideña: las tiendas de adornos hechos a mano, los escaparates llenos de dulces y las cafeterías donde el café vienés se sirve en porcelana gruesa, acompañado de una rebanada de Apfelstrudel.

El corazón de la celebración es el Christkindlmarkt, un mercado que se instala frente a la catedral desde mediados de noviembre. Allí, el aire huele a Glühwein, un vino caliente con especias, y a galletas de jengibre. A diferencia de otros mercados europeos, el de Salzburgo conserva una autenticidad difícil de encontrar.

Pero la ciudad ofrece mucho más que su postal invernal. En estas fechas se celebran los conciertos de Adviento en los palacios barrocos y las iglesias, donde la música -de Mozart, por supuesto- envuelve a los visitantes. A pocos kilómetros, en el pueblo de Oberndorf, se puede visitar la capilla donde se interpretó por primera vez Stille Nacht (Noche de Paz), el villancico más famoso del mundo.

Cuando cae la tarde, la vista desde la fortaleza Hohensalzburg resume todo el espíritu de la ciudad; un horizonte de tejados nevados, campanas que suenan y una sensación de calma que parece venir de otra época.

El plan: subir al castillo cuando se encienden las luces, dejar que la ciudad se apague lentamente bajo la nieve y terminar el día en una taberna.

Rovaniemi (Laponia, Finlandia)

Rovaniemi, capital de la región finlandesa de Laponia, es el punto donde el invierno adquiere todo su significado. Situada justo en el Círculo Polar Ártico, esta ciudad de poco más de 60.000 habitantes es conocida como la residencia oficial de Papá Noel y uno de los destinos más demandados del norte de Europa durante la temporada navideña.

En el Santa Claus Village, a unos ocho kilómetros del centro, se puede cruzar la línea del Círculo Polar, visitar el taller de Santa Claus, enviar postales con matasellos especial y recorrer tiendas y cafeterías ambientadas en torno al mito navideño. El complejo está abierto todo el año, aunque su punto álgido llega entre noviembre y enero, cuando las temperaturas caen por debajo de los -20 ºC y la nieve cubre por completo el paisaje.

Rovaniemi ofrece mucho más que el reclamo de Papá Noel. La ciudad es un excelente punto de partida para excursiones en trineo tirado por huskies o renos, rutas en moto de nieve o caminatas con raquetas por los bosques boreales. También es uno de los mejores lugares del mundo para observar las auroras boreales, visibles unas 200 noches al año entre finales de agosto y abril.

Los viajeros más tranquilos pueden visitar el Arktikum, un museo y centro científico que explica la vida en el Ártico y la adaptación humana al clima extremo. Desde su galería acristalada, de más de 170 metros, se obtiene una panorámica del río Ounasjoki y del cielo polar.

La oferta hotelera es amplia y variada: desde los conocidos glass igloos del Arctic Snow Hotel o el Apukka Resort, que permiten dormir bajo el cielo ártico, hasta alojamientos rurales y cabañas tradicionales de madera. La gastronomía local apuesta por productos de la zona, como el salmón, la carne de reno o las bayas del bosque, presentes en casi todos los menús.

El plan: aprovechar la luz del mediodía para recorrer los bosques nevados y, al caer la noche, disfrutar de una sauna o mirar al cielo en busca de las auroras. Rovaniemi es mucho más que la tierra de Papá Noel, es la versión más real del invierno escandinavo.

Colmar (Alsacia, Francia)

En el este de Francia, cerca de la frontera con Alemania, Colmar se ha ganado un lugar entre los destinos europeos más reconocibles de la Navidad. Con sus fachadas entramadas de madera, canales estrechos y calles empedradas, esta ciudad alsaciana ofrece un ambiente que combina el encanto francés con la tradición germana.

Durante estos días, Colmar se transforma en un gran mercado al aire libre, con más de seis espacios temáticos repartidos por el centro histórico. Los principales, en la Place des Dominicains, Place Jeanne d’Arc o Place de l’Ancienne Douane, reúnen puestos de artesanía, dulces típicos y vino caliente (vin chaud). La iluminación es uno de sus mayores atractivos y cada edificio histórico se ilumina con una programación especial, haciendo que el casco antiguo parezca un decorado vivo.

Además de los mercados, Colmar forma parte de la Ruta de la Navidad en Alsacia, una red de pueblos -como Riquewihr, Eguisheim o Kaysersberg- que también celebran la temporada con conciertos, coros al aire libre y ferias gastronómicas. En esta región, la Navidad se vive con un sentido artesanal y familiar. Aquí, los panaderos preparan las tradicionales galletas bredele, los viticultores ofrecen degustaciones de vino blanco en bodegas abiertas al público y los habitantes decoran las ventanas con ramas de abeto y velas encendidas.

El visitante puede recorrer el centro a pie, detenerse en una de las cafeterías de la Petite Venise para probar un pastel alsaciano o visitar el Museo Unterlinden, que alberga el célebre Retablo de Isenheim. La oferta hotelera incluye desde pequeñas posadas tradicionales hasta alojamientos boutique en antiguas casas del siglo XVI.

El plan: recorrer los mercados al caer la tarde, cuando se encienden las luces y el reflejo sobre los canales multiplica el efecto navideño. Probar un vaso de vino caliente, visitar los pueblos vecinos y dejar que el ritmo pausado de la región marque el paso. Colmar resume la esencia de la Navidad europea: es cercana, luminosa y sin artificios.

Québec (Canadá)

Québec es lo más parecido a pasar la Navidad dentro de una película de Frank Capra, pero con francés y sirope de arce. Tiene el romanticismo europeo y la escala americana: grandes avenidas nevadas, música en las calles y un castillo, el Château Frontenac, que parece decorado de Love Actually si la hubiesen rodado en el siglo XIX.

El mercado navideño de la plaza reúne a locales y visitantes entre puestos de madera, tazas de vino y música en directo. A pocos pasos, el casco antiguo de Québec conserva su encanto histórico, con calles empedradas, casas de piedra y faroles que iluminan la nieve al caer.

Más allá de la postal, la ciudad ofrece experiencias únicas, como excursiones en trineo por el río San Lorenzo, paseos en calesa por calles empedradas y cenas en bistrós donde el foie gras se sirve junto al vino caliente y conversaciones en dos idiomas.

El plan: recorrer las calles del casco antiguo, cenar en un bistró con vistas al río San Lorenzo y terminar el día paseando entre la nieve, con la calma que ofrece el invierno canadiense.

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