Revista Capital

El proteccionismo estadounidense pone en jaque al comercio español

Por Marta Menéndez

Pese a que los mercados principales de las empresas exportadoras españolas se encuentran en Europa, las pulsiones proteccionistas nacidas en Estados Unidos influyen sobre las expectativas. En ese sentido, aunque el mercado estadounidense no suponga un gran porcentaje en términos globales, sí que hay numerosas empresas que dirigen hacia allí sus exportaciones. 

En un contexto global marcado por tensiones geopolíticas, inflación persistente y reconfiguración de los flujos comerciales, las decisiones de política arancelaria adoptadas por Estados Unidos han encendido las alarmas en Europa, y particularmente en España. La reactivación de una agenda proteccionista por parte de la administración estadounidense, evocando el enfoque comercial de Donald Trump, ha introducido nuevos aranceles del 10% a productos procedentes de la Unión Europea y ha mantenido tarifas más elevadas -del 25%- para sectores estratégicos como el acero, el aluminio y el automóvil. 

Aunque algunas de estas medidas han sido pospuestas durante 90 días para dar margen a la negociación diplomática, la amenaza sigue vigente y condiciona las decisiones de inversión, logística y estrategia de muchas empresas exportadoras. España, con una balanza comercial abierta y un sector exportador dinámico, observa con preocupación cómo estos cambios pueden erosionar parte de su competitividad exterior. En 2024, las exportaciones españolas al mercado estadounidense ascendieron a unos 18.000 millones de euros, lo que representa cerca del 4,7% del total de ventas al exterior. Aunque la proporción pueda parecer modesta, en términos absolutos y sectoriales el impacto es significativo. 

Antonio Bonet (Club de Exportadores e Inversores): "Estas políticas no siguen las reglas del libre comercio, crean inseguridad jurídica y pueden derivar en una guerra comercial que sería negativa para todos"

Antonio Bonet, presidente del Club de Exportadores e Inversores Españoles, advierte que estos aranceles no solo son injustificados desde el punto de vista técnico -por ejemplo, por la incorrecta inclusión del IVA europeo en los cálculos arancelarios de EE.UU.-, sino que además generan inestabilidad estructural. “Estas políticas son perjudiciales tanto para las economías afectadas como para la estadounidense. No siguen las reglas del libre comercio, crean inseguridad jurídica y pueden derivar en una guerra comercial que sería negativa para todos”, afirma en declaraciones a Capital. 

Raúl Mínguez, director de estudios de la Cámara de Comercio de España, va más allá: “No solo es el encarecimiento, es la incertidumbre. Desde el retorno del discurso proteccionista, las empresas no saben a qué atenerse. Las inversiones se paralizan, los consumidores se retraen, y las cadenas de suministro se ven comprometidas. Eso acaba afectando a la economía real”. 

Más allá de los datos macroeconómicos, quienes están en contacto directo con el mercado exterior sienten los efectos con especial intensidad. Un portavoz de Dcoop, cooperativa referente en la exportación de aceite de oliva y vino, señala que la volatilidad es el peor enemigo: “Hoy el arancel es del 10%, ayer se hablaba del 20%. Todo cambia en cuestión de semanas. Y nosotros seguimos vendiendo, cerrando pedidos, gestionando envíos. Es una carrera a ciegas”. 

El sector agroalimentario, el más expuesto 

Aunque las exportaciones españolas a Estados Unidos se concentran en tres grandes grupos, bienes de equipo, productos farmacéuticos y agroalimentarios, es este último el que presenta una vulnerabilidad especial. El sector agroalimentario no solo es emblema del “Made in Spain”, sino que también está profundamente enraizado en el territorio, con miles de pequeñas y medianas empresas que dependen de la estabilidad del comercio exterior. 

El caso del aceite de oliva es paradigmático. España es el primer productor y exportador mundial, y Estados Unidos es uno de sus mayores compradores. Con un consumo de más de 350.000 toneladas anuales frente a una producción interna que apenas alcanza las 10.000, la dependencia estadounidense de las importaciones es clara. Sin embargo, como explican desde Dcoop, el problema no es tanto la necesidad del producto, sino el comportamiento del consumidor ante los cambios de precio. “El año pasado, el aceite estaba carísimo por la sequía y, aun así, se vendía. Hoy, con precios mucho más bajos, si encima se le suma un arancel del 10%, quizá no tenga tanto impacto inmediato. Pero el peligro es que el consumidor deje de verlo como algo habitual. Eso cuesta años revertirlo”. 

El vino español se enfrenta a un problema similar. Aunque compite con productores franceses e italianos, en muchos casos el precio es su principal ventaja. Un arancel adicional podría reducir significativamente su atractivo frente a caldos de otros orígenes o incluso frente a vinos domésticos norteamericanos. A esto se suma el temor a un trato discriminatorio dentro de la propia Unión Europea. Durante la llamada “guerra de los aviones”, Estados Unidos impuso aranceles exclusivamente al aceite de oliva español, dejando fuera al italiano, portugués o griego. Ese precedente aún escuece en el sector. “Si ahora vuelven a hacer lo mismo y permiten que Italia o Francia negocien bilateralmente, nos arruinan. Tiene que haber unidad. No se pueden permitir excepciones por país o sector”, insisten desde Dcoop. 

Raúl Mínguez (Cámara de Comercio): "Las inversiones se paralizan, los consumidores se retraen, y las cadenas de suministro se ven comprometidas"

Otro punto crítico es la posible contrapartida europea: la reducción de aranceles para bienes industriales, como los automóviles o la maquinaria alemana, a cambio de mantener tarifas elevadas en el sector agrícola. Bonet denuncia este tipo de estrategias como inaceptables: “No podemos permitir que la agricultura y la ganadería española paguen los costes de los acuerdos comerciales que benefician a otros países miembros. La política comercial de la UE debe ser equilibrada y justa”. 

Desde un punto de vista cuantitativo, los efectos son desiguales según el sector. La Cámara de Comercio estima que los bienes de equipo podrían ver caer sus exportaciones a Estados Unidos en un 10,4% si se consolida el arancel del 10%. En productos farmacéuticos y químicos, la reducción sería del 6,2%. En el agroalimentario, aunque la caída sería menor, del 0,9%, afecta a productos de alto valor estratégico y difíciles de recolocar en otros mercados. Además, muchos de estos alimentos ya soportaban aranceles previos cercanos al 7,5%, lo que deja poco margen para absorber nuevos sobrecostes. 

También hay que considerar que productos desplazados de EE.UU. desde terceros países, como Marruecos, Turquía o Vietnam, pueden terminar saturando el mercado europeo, generando una competencia adicional para los productores españoles. “Perdemos cuota fuera y nos invaden dentro. Es la tormenta perfecta”, advierten desde el sector. 

Respuestas, incertidumbre y el reto de la unidad 

Ante este panorama, las instituciones y organizaciones empresariales insisten en una doble estrategia: por un lado, una firme defensa diplomática de los intereses europeos en los foros multilaterales; por otro, una transformación interna que permita a las empresas españolas resistir mejor este tipo de shocks. Antonio Bonet aboga por reforzar la financiación pública a la internacionalización, mediante créditos a la exportación, fondos de apoyo técnico y políticas fiscales que estimulen la competitividad. “Muchas empresas, especialmente las pymes, no pueden adaptarse solas a estos cambios. Necesitan acompañamiento institucional”, señala. 

Desde la Cámara de Comercio se proponen también medidas concretas de contingencia: establecer almacenes estratégicos en Estados Unidos para mantener el suministro durante los meses de aranceles; renegociar contratos y márgenes con los importadores; reducir la frecuencia de envíos para optimizar costes; y, sobre todo, mantenerse informados. “El acceso a la información legal, fiscal y comercial es hoy un activo estratégico. Lo que se decide en Washington tiene un impacto directo en Jaén o La Rioja”, recuerda Mínguez. 

A medio plazo, la gran apuesta debe ser la diversificación. Aunque Estados Unidos es el mayor mercado del mundo y representa el 14% del comercio internacional, aún queda un 86% fuera de sus fronteras. Mercados como Asia, América Latina, África o incluso otras regiones de Europa ofrecen oportunidades que deben ser exploradas con decisión. “No se trata de abandonar EE.UU., sino de no depender tanto de él”, explica Bonet. 

Los aranceles de Estados Unidos amenazan sectores clave de la exportación española, como el aceite de oliva, el vino y la maquinaria

Además del impacto directo, existen efectos indirectos menos visibles pero igual de importantes. Muchas exportaciones españolas forman parte de cadenas de suministro complejas. Por ejemplo, piezas fabricadas en España que se ensamblan en Alemania y luego se venden a EE.UU. Si esas ventas se reducen por efecto de los aranceles, también disminuirá la demanda de componentes españoles. Lo mismo ocurre con los servicios asociados al comercio internacional: logística, transporte, seguros, servicios financieros. Un frenazo en las exportaciones arrastra consigo toda una economía auxiliar. Por eso, más allá de las cifras, lo que está en juego es un modelo de inserción internacional. España ha apostado en las últimas décadas por una economía abierta, competitiva y globalizada. Las barreras comerciales, los conflictos diplomáticos y la inestabilidad normativa representan amenazas directas a ese modelo. 

La exigencia de unidad es, por tanto, no solo un deseo político, sino una necesidad estratégica. “Necesitamos que Europa hable con una sola voz, que no se cedan sectores por intereses nacionales, que no haya países privilegiados y que todos juguemos con las mismas reglas”, reclaman con fuerza fuentes de Dcoop. “Más que el arancel en sí, lo que más nos preocupa es que se repita la historia: que los agricultores españoles paguen el precio de acuerdos que benefician a otros”. 

El futuro del comercio exterior español pasa por sortear estos desafíos con visión, coherencia y cooperación. Si Europa logra responder con firmeza, equilibrio y unidad, la tormenta podrá convertirse en una oportunidad de reorganización inteligente. Si no, el coste económico y político “será mucho más alto que un 10% en la aduana”. 

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