Revista Capital

La historia de Brujas está marcada por el mar

Hoy, cuando las luces navideñas iluminan sus fachadas góticas y el vapor del chocolate caliente invade las calles empedradas, es fácil olvidar que todo este decorado de cuento surgió, en realidad, del comercio, la innovación económica y el cosmopolitismo

La historia de Brujas está marcada por el mar
Por Marta Díaz de Santos

Brujas en Navidad es una experiencia que trasciende la simple visita turística. Es un viaje al corazón de la Europa medieval, a la memoria de sus redes comerciales y a una ciudad que, pese a su quietud actual, fue durante siglos un motor financiero comparable a las grandes capitales económicas del continente. Hoy, cuando las luces navideñas iluminan sus fachadas góticas y el vapor del chocolate caliente invade las calles empedradas, es fácil olvidar que todo este decorado de cuento surgió, en realidad, del comercio, la innovación económica y el cosmopolitismo.

La historia de Brujas está marcada por el mar. En el siglo XII, una serie de tormentas abrió un canal natural, el Zwin, que conectó la ciudad con el mar del Norte. De repente, este núcleo interior pasó a tener puerto propio, y con él llegaron mercaderes ingleses, alemanes, italianos, castellanos y hanseáticos. En sus muelles se intercambiaban lanas inglesas, especias importadas por los genoveses, tejidos flamencos y metales procedentes de Europa Central.

Brujas se convirtió en una potencia financiera. Aquí se consolidó el uso de las letras de cambio, se implantaron casas de comercio que funcionaban como proto-bancos y, de manera simbólica pero reveladora, fue en esta ciudad donde surgió el término bolsa. La familia Van der Buerse albergaba reuniones de comerciantes internacionales en su residencia, y su apellido trascendió para bautizar los espacios donde se negociaban valores y mercancías. La ciudad fue, durante décadas, un laboratorio económico abierto al mundo.

Sin embargo, la historia se torció cuando el Zwin comenzó a colmatarse. El progreso sedimentó la decadencia: los barcos ya no podían avanzar hasta Brujas y el comercio se desplazó a Amberes. Pero esa retirada económica, paradójicamente, preservó la ciudad. El estancamiento la congeló en el tiempo. Cuando Europa recuperó el gusto por lo medieval y lo auténtico, Brujas se reveló como un tesoro intacto. Sus canales, sus casas de ladrillo escalonado, sus puentes arqueados y su armonía arquitectónica permanecieron como si los siglos no hubiesen pasado. Eso explica que hoy, especialmente en Navidad, el viajero tenga la impresión de caminar dentro de un cuadro flamenco.

Durante diciembre, El Markt, la plaza principal, se convierte en un mercado navideño vibrante, donde las casetas de madera venden desde encajes tradicionales hasta cervezas artesanales, pasando por dulces especiados y objetos de diseño belga. Una pista de hielo ecológica ocupa el centro de la explanada, rodeada por las fachadas góticas que adquieren una tonalidad cálida bajo la iluminación festiva.

El Ayuntamiento, en la vecina plaza del Burg, parece aún más imponente, y la Basílica de la Santa Sangre, con sus dos niveles y su mezcla de estilos, ofrece ceremonias navideñas que atraen tanto a devotos como a curiosos. Cuando cae la noche, el Winter Glow, un circuito de instalaciones lumínicas, recorre la ciudad y transforma sus espacios más emblemáticos en escenarios casi escenográficos.

Cuando cae la noche, el Winter Glow recorre la ciudad y la transforma en un escenario casi escenográfico

Aunque el invierno impregna todo de un aire melancólico, Brujas sigue siendo un hervidero cultural. El museo Groeninge conserva algunas de las mejores obras de los Primitivos Flamencos, un género pictórico que nació de la riqueza comercial del siglo XV. La cervecería De Halve Maan, en pleno centro histórico, combina tradición y modernidad: su sistema de tuberías subterráneas para transportar la cerveza hasta una planta embotelladora a las afueras es un ejemplo contemporáneo de cómo la ciudad sigue innovando discretamente.

Y el Beguinaje, fundado en 1245, recuerda el papel de las comunidades femeninas en la economía urbana medieval, ofreciendo un paisaje casi monástico que contrasta con el bullicio navideño. En esta época, Brujas también se convierte en un punto de partida ideal para explorar Flandes. La región vive la Navidad con la misma mezcla de sobriedad y encanto.

Desde Gante, más vibrante y universitaria, hasta Ypres -más introspectiva y marcada por la memoria de la Primera Guerra Mundial-, el territorio ofrece una variedad de experiencias que enriquecen la estancia. Y, sin embargo, pocas ciudades europeas resultan tan coherentes, tan compactas y tan fotogénicas como Brujas. Su escala permite recorrerla a pie, contemplar sus canales desde distintos ángulos, detenerse en sus chocolaterías históricas o disfrutar de su gastronomía.

Su escala permite recorrerla a pie, contemplar sus canales, detenerse en sus chocolaterías o disfrutar de su gastronomía

Agenda de 5 días para descubrir Brujas y su entorno

Día 1: El corazón medieval y el espíritu navideño

Comienza el día en la plaza Markt, presidida por el imponente Belfort, cuya torre sigue abierta en invierno y permite ascender sus 366 escalones para disfrutar de una panorámica invernal de la ciudad. Desde allí, un paseo tranquilo conduce al Burg, donde el Ayuntamiento y la Basílica de la Santa Sangre continúan recibiendo visitantes en estas fechas.

Las calles del casco antiguo, con su arquitectura gótica y rincones fotogénicos, invitan a deambular sin prisa, especialmente bajo la decoración navideña. Al caer la tarde, el mercado navideño llena la Markt con puestos de artesanía y dulces de temporada. Allí puedes disfrutar de un glühwein o un chocolate caliente mientras la iluminación festiva transforma la plaza en un auténtico escenario de cuento.

Día 2: Tradición flamenca, arte y cerveza

El Beguinaje, especialmente bonito en invierno, invita a recorrerlo con calma antes de llegar al Minnewater, el “lago del amor”. Tras este paseo contemplativo, la visita a la cervecería De Halve Maan permite entender cómo conviven la tradición y la innovación en la industria cervecera flamenca.

Al mediodía, la gastronomía local -carbonada flamenca, estofados, mejillones- calienta el viaje antes de adentrarse en el museo Groeninge. Por la tarde, los molinos de Kruisvest ofrecen un recorrido menos turístico, ideal para contemplar la Brujas más tranquila.

Día 3: Excursión a Gante, la hermana vibrante

A solo media hora en tren, Gante ofrece un contraste estimulante. La visita al Castillo de los Condes de Flandes permite comprender el origen feudal de la región, mientras que la catedral de San Bavón guarda una de las joyas del arte europeo: la Adoración del Cordero Místico.

Tras un almuerzo en los alrededores, los muelles de Graslei y Korenlei, iluminados al caer la tarde, componen una estampa fluvial igual de espectacular que la de Brujas, pero con un aire más joven y urbano. El regreso nocturno a Brujas invita a una cena tranquila cerca de los canales.

Día 4: Historia económica y Brujas contemporánea

El Historium es el mejor punto de partida para comprender cómo funcionaba la ciudad en su época de máximo esplendor comercial. A través de escenificaciones y documentos históricos, revive la vida de mercaderes, artesanos y banqueros. Después, el Museo de la Cerveza complementa esta inmersión con una mirada sensorial y cultural al mundo cervecero.

La tarde puede dedicarse a compras en las calles artesanales, donde se encuentran encajes tradicionales, chocolates de autor y pequeñas boutiques. La noche invita a cenar en un bistró contemporáneo.

Día 5: Ypres o la costa flamenca, dos finales posibles

La última jornada puede orientarse hacia la historia o hacia el paisaje. La opción de Ypres ofrece un recorrido profundo por la memoria de la Primera Guerra Mundial: el museo In Flanders Fields, la Puerta de Menin y la ceremonia del Last Post convierten esta excursión en una experiencia impactante.

La alternativa es la costa flamenca: Knokke-Heist, sofisticada y elegante, o Blankenberge, más popular, permiten contemplar el mar del Norte en invierno, un paisaje austero y bello que contrasta con la armonía de Brujas. El regreso a la ciudad sirve para realizar las últimas compras: cervezas locales, chocolates artesanales o los tradicionales encajes que han sido parte de su economía durante siglos.

La historia económica puede dar forma a una ciudad hasta convertirla en símbolo cultural, patrimonial y turístico      

Brujas, en definitiva, no es solo un destino navideño; es un ejemplo de cómo la historia económica puede dar forma a una ciudad hasta convertirla en símbolo cultural, patrimonial y turístico. En sus calles y canales se lee la prosperidad medieval, la decadencia silenciosa y la resurrección turística de una joya que hoy deslumbra en invierno como pocas ciudades europeas.

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