En los últimos años, hablar de salud mental ha dejado de ser un tabú. La pandemia marcó un antes y un después en la manera en la que las empresas y la sociedad en general entienden el bienestar psicoemocional. Pero hay un segmento profesional que, a pesar de su creciente visibilidad, sigue manteniéndose en la sombra en lo que a salud emocional se refiere: los altos directivos. Esas personas que lideran desde la cúspide, que toman decisiones críticas y que, sin embargo, rara vez tienen un espacio para cuidar de sí mismos.
Conscientes de esa realidad, Asisa, compañía especializada en el cuidado de la salud, aborda los desafíos psicoemocionales que enfrentan los ejecutivos y altos cargos empresariales en España. Una mirada honesta y necesaria al lado más humano del liderazgo.
El coste emocional del éxito
Llegar a un puesto de alta dirección suele ser, desde fuera, sinónimo de éxito, reconocimiento y prestigio. Pero detrás de ese ascenso hay un peaje silencioso que muchas veces se paga con soledad, ansiedad o desconexión emocional. Santiago Pérez Hernández, psicólogo especialista en trauma, emergencias y salud psicológica de altos cargos, lo explica con contundencia: “Cuando una persona llega a un cargo de alta dirección, ha tenido que cumplir con muchas exigencias. Eso significa haber prescindido de otras cosas. El perfil del directivo suele implicar aislamiento, ambición y una autoconfianza que, muchas veces, roza el narcisismo funcional”.
Pérez, que ha tratado estos temas en consulta, asegura que estos perfiles tienden a establecer una fuerte identificación entre su yo personal y su rol profesional. “Esa fusión entre identidad personal y profesional hace que midan su valía por los logros. Y eso implica un problema: si no logras, no vales. El síndrome de burnout no se manifiesta con tristeza o apatía, sino con hiperactividad. Tienen tanto miedo de parar, que no pueden permitirse el silencio”, afirma.
"El síndrome de burnout no se manifiesta con tristeza o apatía, sino con hiperactividad", afirma el psicólogo Santiago Pérez
Burnout en la cima: cuando parar da miedo
El entorno de presión constante, la necesidad de tomar decisiones de alto impacto y la ausencia de espacios para mostrar vulnerabilidad generan un terreno fértil para los trastornos psicosomáticos. “Lo que no se expresa, el cuerpo lo somatiza: dolores musculares, cefaleas, colon irritable, tensión constante… El cuerpo acaba hablando por la mente”, señala Pérez.
Algunos estudios han alertado del aumento de cuadros de agotamiento en la alta dirección, especialmente en sectores como tecnología y finanzas. “La volatilidad, la rotación constante y el impacto de sus decisiones en miles de personas convierten a estos profesionales en los más vulnerables. Tras ellos, aparecen los directivos del sector salud y los cuerpos de seguridad del Estado. En todos ellos, el aislamiento, la sobrecarga y el peso de la responsabilidad son una constante”, explica.
Cuando se habla de fatiga emocional en el entorno empresarial, todas las miradas suelen dirigirse hacia la alta dirección. Sin embargo, hay un perfil clave dentro de las organizaciones que también carga con una enorme presión psicoemocional: el responsable de Capital Humano.
Santiago Pérez Hernández, psicólogo especializado en salud mental en entornos de alta exigencia, lo explica con claridad: “Los directores de Capital Humano también sufren estrés y fatiga emocional, y en muchos casos de forma más intensa que otros cargos de alta dirección. La razón es simple: tienen un contacto directo y constante con el funcionamiento real de la empresa, con el estado anímico de los trabajadores, con los conflictos, con las crisis. La carga emocional que soportan en determinados momentos es brutal”.
Mientras que los altos ejecutivos suelen tomar decisiones desde una posición estratégica, con cierta distancia del día a día operativo, los responsables de Recursos Humanos están en la trinchera: reciben las preocupaciones de los empleados, gestionan despidos, lidian con conflictos internos y, además, se les exige que mantengan el ánimo del equipo. “Ese contacto continuo con las emociones ajenas genera un desgaste tremendo. Es lo que en psicología llamamos carga empática o fatiga por compasión”, añade Pérez.
Influencia humana, impacto emocional
El psicólogo insiste en una idea fundamental: “El ser humano se ve influenciado por otros seres humanos. Cuando estás en contacto diario con las emociones de los demás, eso te impacta. No somos impermeables”.
Pone como ejemplo a los docentes, un colectivo que presenta altas tasas de baja laboral por estrés. “Los profesores están en contacto constante con adolescentes, niños, padres… gestionan emociones todo el tiempo”. En esa línea, el psicólogo afirma que esa exposición sostenida tiene un coste emocional elevado. Y lo mismo ocurre en departamentos de Recursos Humanos: no solo deben gestionar lo organizativo, sino también lo emocional. Son, en muchos sentidos, los contenedores de la angustia ajena.
Pero hay un matiz importante: mientras que en otros sectores el burnout puede manifestarse en forma de apatía o fatiga emocional, en la alta dirección suele camuflarse bajo el disfraz del rendimiento extremo. “Se convierten en atletas del trabajo, personas que funcionan a mil por hora. Pero esa actividad incesante es solo un intento de no enfrentarse a los miedos que aparecen cuando bajan el ritmo”, sostiene el psicólogo.
El directivo disociado: emociones en cuarentena
Uno de los mecanismos de defensa más habituales en la alta dirección es la disociación emocional. “El directivo tiene que tomar decisiones con objetividad. Eso implica reprimir los sentimientos. La distancia emocional que necesita para dirigir es la misma que lo aleja de su propia humanidad”, afirma Pérez.
Y esa desconexión tiene consecuencias. “Muchos ejecutivos no pueden estar presentes en su vida familiar o personal. Cuando llegan a casa, no pueden parar. Y cuando lo hacen, sienten miedo. Temen enfrentarse a lo que han estado reprimiendo durante el día: angustia, inseguridad, agotamiento”, explica.
Pérez asegura que muchas veces esos síntomas no se identifican como señales de alerta, sino que se normalizan. “No se ven como enfermedad, sino como el precio del éxito. Pero hay una delgada línea entre el alto rendimiento y el colapso emocional”.
¿Quién cuida al que cuida?
A pesar de la creciente concienciación social, todavía hay una falta de respuesta estructural en muchas empresas. En países como Estados Unidos, muchas compañías ya cuentan con equipos internos de psicólogos y psiquiatras especializados en apoyar a sus líderes. En España, según Pérez, “aún estamos en proceso. Hay iniciativas desde el sector sanitario privado que apuntan en la buena dirección, pero sigue habiendo camino por recorrer en el tejido empresarial español”.
Desde su experiencia, el especialista lo compara con el deporte de élite: “Si eres atleta profesional, tienes un equipo de fisioterapeutas y médicos que te cuidan para rendir al máximo. Un alto ejecutivo debería tener un equipo emocional equivalente. Sería recomendable que alguien que toma decisiones que afectan a cientos o miles de personas tenga un espacio para descargar toda esa presión”.
Mientras que los altos ejecutivos suelen tomar decisiones desde una posición estratégica, con cierta distancia del día a día operativo, los responsables de Recursos Humanos están en la trinchera
Liderar desde el autocuidado
A pesar del diagnóstico, hay luz. Cada vez más voces dentro del mundo empresarial reclaman un liderazgo más humano, empático y sostenible. Un liderazgo que no se base en la negación del malestar, sino en su gestión consciente. Y aquí entra en juego la salud mental como pilar estratégico.
En palabras de Pérez: “No se trata de poner parches ni de vender recetas mágicas. No me van las píldoras de autoayuda o las rutinas de bienestar vacías. Lo que hace falta es asumir, casi por contrato, que cualquier persona en un puesto de alta responsabilidad debería tener acompañamiento psicológico regular. Igual que se hacen auditorías contables o se revisa la estrategia de negocio, se debe revisar el estado mental del líder”.
Y ese cambio no es solo deseable, sino necesario. “Estamos hablando de enfermedades mentales reales, que pueden derivar en situaciones extremas. El suicidio es la primera causa de muerte natural entre los 15 y los 29 años en España. Y no es algo ajeno a la alta dirección. Un directivo que se suicida no lo hace solo por su cargo, pero el entorno hostil y la represión emocional son detonantes clarísimos”, subraya.
La salud emocional como inversión empresarial
Más allá del factor humano, el bienestar mental en la alta dirección tiene también un impacto económico y organizativo. Una buena salud psicoemocional reduce las bajas laborales, mejora la productividad y genera beneficios económicos directos para las empresas y para el sistema sanitario.
En este sentido, cada vez surgen más propuestas que invitan a tratar la salud mental de los directivos como una cuestión estratégica, no accesoria. Algunas aseguradoras, centros especializados y firmas de salud están comenzando a desarrollar programas específicos para estos perfiles. “No basta con hablar, hay que actuar. Y crear espacios donde este tema se aborde con rigor, es un paso importante”, concluye.
Una conversación que ya no se puede postergar
El bienestar psicológico en la alta dirección no debería ser un lujo ni un tema de conversación ocasional. A medida que las empresas avanzan hacia modelos de liderazgo más empáticos y centrados en las personas, resulta esencial que quienes están al frente de esas organizaciones también cuenten con herramientas para cuidarse.
Porque cuidar al que lidera no es solo una cuestión de salud individual. Es también una inversión colectiva en el futuro del talento, la innovación y la sostenibilidad empresarial.


