Bloqueos comerciales, vetos bancarios y tecnológicos, restricciones monetarias, apoyo al ejército de Ucrania... EEUU, la OTAN y la UE buscan asfixiar a Putin, una estrategia que, de momento, no tiene los efectos deseados
Europa se prepara para vivir una recesión que podría alcanzar cotas nunca antes vistas. Y todo a pesar de las promesas de los políticos del Viejo Continente sobre la victoria definitiva contra el agresor ruso. La realidad, como siempre, dista mucho de las promesas que la élite política puede garantizar.
Desde que comenzara la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022, el mundo occidental se ha unido en un frente sin precedentes contra los agresores. En este contexto, Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea en general adoptaron una política totalmente activa evitando la no intervención por la que abogaban hasta el momento. Si bien los países de la alianza atlántica llevan muchos años "interviniendo" en los asuntos de fronteras rusos, nunca lo habían hecho con tanta firmeza.
Gracias a esta política de unidad occidental, la gran mayoría de países se decidió a vetar a Rusia en todos los aspectos internacionales posibles, y comenzaron a aplicarse medidas contra el gigante euroasiático que pretendían debilitar la ya de por sí frágil economía rusa.
Libertad, unidad y sanciones
Desde el primer momento en el que se produce la invasión rusa de Ucrania, los países europeos tomaron una decisión que se está revelando como desastrosa a medida que avanza el escenario de guerra: apoyar a Ucrania incondicionalmente y excluir a Rusia de todos los pactos, ayudas, relaciones comerciales y hasta competiciones deportivas internacionales. Simplemente, se limitaron a seguir el camino más natural elegido por Estados Unidos.
De esta guisa, lo primero que apoyó la Unión Europea fue la exclusión rusa del sistema bancario Swift. El Swift (las siglas de la Sociedad para Telecomunicaciones Interbancarias Financieras Mundiales, en inglés) es el principal sistema de mensajería que utilizan los bancos para realizar pagos seguros y rápidos a través de fronteras nacionales, y permite que el comercio internacional fluya con suavidad.
Por lo tanto, dejar fuera a los principales bancos rusos, equivaldría a limitar en gran medida su capacidad para mantener relaciones comerciales con otras economías de gran calado. A primera vista, parecía un plan bastante coherente. El objetivo de las sanciones siempre ha sido minar la capacidad rusa de adquirir armamento, impedir una victoria rápida de su ejército y dejar su economía tan debilitada que obligara a detener la guerra. De todo esto, solo se ha conseguido lo segundo, y a costa de gastar ingentes cantidades de dinero para vender armas y tecnología punta a la Ucrania de Zelensky.
Una vez Rusia se vio arrinconada, procedió a esquivar las sanciones occidentales poniendo la mirada en sus aliados tradicionales. En este caso, en el talón de Aquiles de Occidente en esta nueva Guerra Fría: China.
Los chinos, indiferentes ante el conflicto, comenzaron a volverse un poco más cercanos a Rusia al darse cuenta la oportunidad económica que ofrecía la exclusión rusa de los mercados occidentales. De esta forma, tras casi un mes de odisea rusa fuera de los mercados internacionales, a finales de marzo algunas entidades financieras comenzaron a adherirse al sistema chino CIPS, homólogo asiático del Swift. Poco a poco y gracias a esto, los rusos han logrado salir del paso por el momento.
Por su parte, Estados Unidos decidió cortar la conexión de su sistema financiero con el banco más grande de Rusia, el Sberbank y sus subsidiarias, además de prohibir las transacciones con la segundad entidad bancaria más importante de Rusia, VTB Bank. Básicamente, se bloquearon todas las transacciones con las principales entidades bancarias del país.
Estas sanciones han ido creciendo con el paso de los meses, y también han ido dirigidas al corazón del Ejército Ruso. Por ejemplo, mediante las sanciones destinadas a impedir la llegada de bienes tecnológicos críticos a Rusia: tecnología sensible, dirigida principalmente a los sectores de defensa, aviación y marítimo rusos. Sin los componentes de alta tecnología necesarios para el buen funcionamiento del ejército, Rusia se enfrenta a un curioso paradigma: su aviación y sus blindados son de los mejores del mundo, pero sus vehículos no pueden disparar de forma efectiva.
La explicación es más sencilla de lo que parece. A pesar de tener armamento de última tecnología, como es el caso de los cazas de quinta generación Sukhoi Su-35, las armas de precisión de estos vehículos requieren de tecnología que se importa de diferentes países. Es por ello que muchos de los ataques que realiza el Kremlin no llegan a buen puerto o bien se opta por bombardear zonas enteras en vez de objetivos más concretos. Esto se traduce en enormes pérdidas humanas para la población ucraniana, y solo alarga una dolorosa guerra que acabará ganando Rusia.
Por último, hay que destacar las sanciones a los oligarcas rusos y los paquetes monetarios que la Unión Europea está enviando a Ucrania junto con miles de armas, blindados y equipamiento militar. Los sanciones a los oligarcas han bloqueado totalmente la capacidad financiera de esta élite en el Viejo Continente, provocando que muchos de ellos se muden a otros países. Por otro lado, es curiosa la forma en la que una muy unida Unión Europea ha gastado ya más de 500 de los 2.000 millones de euros del Fondo Europeo para la Paz en enviar armas para la guerra en Ucrania.
Como se podía prever, todas estas sanciones, bloqueos y exclusiones que ha sufrido el oso ruso han tenido efectos muy adversos en su economía. Durante el primer mes de guerra, algunos analistas internacionales vaticinaban una pronta rendición rusa ante el ahogamiento absoluto de su economía. Sin embargo, la búsqueda de nuevos mercados y la represión de las protestas internas han hecho que Rusia y su moneda, hayan salido incluso bien parados en cuanto a la inflación y la perdida de valor monetario.
Para el mes de abril el rublo, tras sufrir dos meses de devaluación, ya había vuelto a su valor pre bélico. Ahora mismo, la situación no solo no ha mejorado para la Unión Europea, sino que se acerca al descalabro. En Europa nos preparamos para nuevas restricciones en invierno. En Rusia, el rublo ha aumentado su valor y a día de hoy un dólar ya equivale a 57 rublos, frente a los más de 80 del escenario anterior al conflicto. Por su parte, un euro vale 58 rublos, frente a los casi 90 de febrero. Aunque no es oro todo lo que reluce en Rusia.
Desde Rusia con amor... y represión
Antes de hablar de como se ha dado la vuelta a la tortilla y de como Europa va a verse afectada por sus propias sanciones, hay que hablar de la situación real en Rusia.
La Rusia de Putin no es una democracia, es evidente. Y en los países que no son democráticos es mucho más sencillo aplicar medidas extraordinarias que en los países libres serían cuestionadas por la población. En la Rusia de Putin la represión ha sido clave para paralizar las protestas que se vieron al inicio de la guerra, durante los últimos días de febrero y los inicios de marzo.
Sin embargo, no todo se puede disfrazar con una imagen de autoritarismo y firmeza política. En una rueda de prensa dada por Putin a la agencia TASS, el mandatario eslavo reconocía que "las sanciones de Occidente eran un inmenso desafío para su país", y que "Rusia buscará la soberanía tecnológica y productos tecnológicos de compañías locales innovadoras".
Es la primera vez que Moscú reconoce las dificultades que está pasando el gigante euroasiático para capear las sanciones occidentales. Sin embargo, la importación de productos tecnológicos, semiconductores y otras materias primas no es lo único que preocupa al Kremlin.
La economía rusa ha ido evadiendo de forma espectacular todas las piedras que sus enemigos le han ido colocando en el camino, pero una cosa es que el Estado pueda soportar las vicisitudes occidentales y otra que el pueblo ruso no sufra las consecuencias.
Y es que a pesar de que el rublo ha salido muy bien parado, hay otras sanciones económicas que traen de cabeza a los rusos. La más importante es la congelación de los activos financieros en moneda extranjera que los rusos posean en sus propios bancos. Asimismo, el Banco Central Ruso ha limitado la retirada de divisas hasta los 10.000 dólares.
Por otro lado, hace tres semanas que Rusia entró en suspensión de pagos con sus acreedores occidentales. Es cierto que esto tiene trampa, ya que los 100 millones de deuda son impagables debido precisamente a las sanciones impuestas por Europa y Estados Unidos.
Por otro lado, los rusos también lo tienen difícil para viajar al extranjero. Una vez fuera de sus fronteras, los rusos no pueden adquirir divisas, lo que complica y mucho el turismo a los países europeos. Además, solo podrán pagar con la tarjeta nacional MIR, que como puede suponerse, solo funciona en algunos países ex soviéticos y en Turquía o Vietnam. Es decir, una parte del mundo bastante limitada y marginal.
Si hay algo que trae de cabeza a los mandatarios del Kremlin además de los problemas económicos, es la posible reacción de la población ante las draconianas medidas que tiene que adoptar el país eslavo para sobrevivir a las sanciones. Esto se pudo ver al inicio de la guerra, con grandes protestas en lugares como la Plaza Roja de Moscú, que se saldaron con miles de detenidos.
En general, Rusia ha sido capaz de desviar la atención de estas manifestaciones mediante la represión y la propaganda nacional. Pero es posible que en el futuro vuelvan a producirse eventos similares, porque el pueblo ruso había comenzado a disfrutar de un nivel de vida algo superior al de los últimos años, nivel que las sanciones han terminado por dinamitar.
Si bien este nivel de vida no llega a los estándares de seguridad, estabilidad y sentimiento de pertenencia que tenían los rusos en la Unión Soviética, tras más de veinte años de gobierno de Vladimir Putin, la situación se ha ido revirtiendo poco a poco. Ahora, eso puede suponer también un problema: la población se ha acostumbrado a las marcas comerciales occidentales, al modo de vida de los países del resto del mundo; a poder disfrutar de las ventajas que el capitalismo les estaba empezando a ofrecer.
Aplicadas las sanciones, multitud de empresas extranjeras han abandonado Rusia con el paso de los meses. Visa y MasterCard ya no están operativas. Apple, Google Play, Netflix, HBO y todas las plataformas de cine y series extranjeras también cortaron sus operaciones en el país. McDonald´s, Burger King, o Nike, cesaron su actividad y se marcharon de Rusia. H&M acaba de echar el cierre y hace las maletas para escapar del país. Incluso Inditex, el gigante español, se ha planteado su salida de Rusia, aunque de momento no lo ha hecho. La empresa de Amancio Ortega obtiene hasta un 6% de todos sus ingresos de la venta de ropa en Rusia.
Todas estas sanciones, prohibiciones y vetos han hecho que el Kremlin se vuelva hacia dos mercados inmensos que hasta ahora (y de momento) se han declarado neutrales: China e India. En estos últimos días, Irán ha aceptado también la compra de gas ruso para contribuir a mejorar la economía del país eslavo.
Está por ver si todas estas complicaciones no terminan por hacer estallar una crisis interna a niveles políticos, sociales y económicos, aunque de momento, el nacionalismo fomentado por Putin y la represión estatal están alejando esta posibilidad.
Las sanciones europeas golpean a los europeos
La población rusa no lo está pasando bien, pero Putin se ha guardado varios ases en la manga. Si bien Moscú no se esperaba una reacción tan unitaria y enérgica por parte de la Unión Europea ni una guerra tan extensa, el Kremlin aún tiene algunas preocupantes jugadas guardadas que ya está empezando a dejar ver.
La primera fue la mejora de las relaciones comerciales con los países que se han mantenido neutrales, y la segunda ha sido la utilización del gas como método de presión contra la UE.
La Unión Europea bloqueó las relaciones comerciales con Rusia al comienzo de la guerra, pero no supo medir las posibles consecuencias que esto tendría para Europa. Y es que la gran mayoría de los países de la Unión dependen en gran medida de que Rusia mantenga el grifo del gas bien abierto. De no ser así, la recesión en algunos estados europeos desencadenaría una crisis económica en cadena que se extendería por todo el Viejo Continente.
Sin duda, Alemania es uno de los países donde más se va a sentir la crisis si la situación no cambia de raíz. Los germanos se enfrentan a una contracción del 12% de su PIB según los datos del Banco Federal Alemán. Está enorme caída afectará a todos los países que dependen del euro directa o indirectamente. Alemania importa hasta un 60% de gas desde Rusia, y la situación es tan desesperada que el Bundestag ya se está planteando la vuelta al carbón y la construcción de nuevas centrales nucleares.
Los estados que más van a sufrir los cortes de gas ruso son la República Checa, Eslovaquia y Hungría. Este último país llegó a pagar en rublos a Rusia para que Moscú garantizase el suministro de gas, ante una situación que puede volverse extrema con la llegada del invierno.
En general, muchas de las sanciones han terminado por darse la vuelta y golpear como un boomerang a la Unión Europea. El escenario de inflación mundial no ayuda en absoluto, y el precio de la luz y de los combustibles siguen subiendo como la espuma en Europa. Por el contrario, en Estados Unidos la gasolina se ha incrementado pero sin llegar a los locos precios europeos, y en Rusia los combustibles están más baratos que al inicio del conflicto.
El gas ruso supone un balón de oxígeno para muchos países que dependen casi exclusivamente de esta materia prima. Con las sanciones impuestas por la propia Unión Europea y por la disminución de la llegada de gas como venganza a estas, la situación es crítica. Por ello, los estados de la UE, se han saltado sus propias prohibiciones para en un movimiento cínico pero necesario, aumentar la compra de gas ruso.
En España, donde tradicionalmente no tenemos esa dependencia energética de Rusia, también se ha incrementado la compra de gas hasta en un 3,2%. En este caso, a diferencia de otros territorios, es debido a las malas relaciones que arrastramos con Argelia.
Europa ha ignorado las consecuencias de unas sanciones que están dejando como un solar los suministros energéticos del Viejo Continente. Pero sobre todo, ha ignorado la capacidad de una dictadura para influir en su población, y la resiliencia del pueblo ruso para soportar situaciones extremas.
Hay que recordar que en menos de 30 años, los rusos han sufrido la mayor recesión de su historia (1991-1999), la desintegración de la URSS, la crisis de 2008 y la llegada de Putin al poder. Putin no ha traído la democracia a Rusia, pero sí un sentimiento de unidad y de nacionalismo que no se veía dese la antigua Unión Soviética. La militarización del país ha ido incluida como paquete extra para llegado el momento, tener a la población rusa preparada para pasar penurias en caso de recesión o de guerras prolongadas. Es el caso que nos ocupa: recesión a la vista en toda Europa y una invasión de Ucrania que se está prolongando más de lo esperado.
Sin embargo, los rusos han anunciado al mundo que no darán marcha atrás hasta que sus objetivos militares se cumplan y hasta que Occidente cumpla con lo establecido en los tratados y garantice la seguridad de las fronteras rusas con la OTAN a sus puertas.
Por el contrario, Europa ha visto como sus sanciones, aunque bien intencionadas, no son suficientes por sí solas para detener a Rusia. El momento de cambiar de estrategia se acerca, pues la recesión que se espera en Europa si Rusia decide cerrar el NordStream es absoluta. Los ciudadanos europeos, a diferencia de los rusos, estamos acostumbrados a un nivel de vida muy superior, donde prima la seguridad ciudadana, la libertad y el rechazo a los conflictos bélicos.
Ahora, con todas las cartas sobre la mesa, Europa se enfrenta a un escenario complejo, que tendrá que ser modificado a la mayor brevedad para evitar una crisis económica y social que ya está llamando a la puerta.