Enlazando con mi último artículo, estamos ante un problema que ha devenido en estructural y que se ha generalizado en la industria y en los servicios clave: IT, telecomunicaciones, energía y biotecnología, por ejemplo, son sólo algunos casos. Los riesgos inherentes a la situación que se ha generado son gravísimos; y la probabilidad de que afloren, muy elevada. ¿Por qué?, pues porque en su mayoría dependen de la voluntad humana y de la ejecutoria de quienes han tomado el control muy por encima de lo deseable mientras los cantos de sirena nos prometían el paraíso.
Encontramos ejemplos a cada paso: tres megatecnológicas han decidido, con todas las disculpas que se nos ocurran, despedir a cerca de 100.000 trabajadores. Pero esta decisión es tan incoherente como la que tomaron al contratarlos sin rigor. Como este caso, encontraríamos cientos en esas fuentes de noticias que nos marean a diario con lo que interesa en cada momento.
Es necesario volver a reorganizar la cadena de valor de todas las actividades críticas, en todos los ámbitos haciendo que las naciones dispongan de todos sus eslabones: conocimiento, innovación, desarrollo, fabricación, prestación y soporte. Para integrar existen las técnicas de interconexión, los acuerdos y los equilibrios en los mercados.
Rápidamente, los interesados en seguir hacia el abismo, alzarán la voz: volverá la ineficiencia y los costes se dispararán y bla bla bla… Esos mantras tienen una clara respuesta: ¿qué preferimos? ¿qué los bienes y servicios sean muy baratos? ¿pagando miseria a quien los produce? ¿haciendo que las familias y empresas no puedan disponer de ellos porque los salarios en los países no soberanos o los beneficios empresariales de las PYMES o los autónomos son raquíticos o están despareciendo?
La teoría de gestión basada en costes ha hecho muchísimo daño; sobre todo cuando quien la aplica piensa que el coste mínimo es el adecuado. Y eso no es así: el coste adecuado es el óptimo para que el equilibrio precio – coste – beneficio sea también el adecuado. Y en el coste están los salarios y el pago de materias primas y servicios de terceros a unos precios también ajustados para que el equilibrio no se rompa.
En segundo lugar: compartimentar claramente las actividades para que no se produzcan concentraciones de riesgo. Desde el tradicional monopolio u oligopolio, hasta los complejos entramados societarios que esconden el control ante los mercados consiguiendo el secuestro de ciertos tipos de negocios. Hace algunas fechas, Alvarez Pallete, presidente de Telefónica de España, alertaba sobre estos asuntos y llamaba la atención sobre la situación en Europa y en España.
El tercer campo de actuación son las regulaciones de cada país. Las compañías han de contribuir en el entorno en el que llevan a cabo sus negocios. Así de simple. No hay más que detallar, pues las estructuras matriz-filial, o matriz-subsidiaria u otras, dan cobertura suficiente a las necesidades de las grandes empresas de actuar en múltiples países.
Otro gran campo de actuación, el cuarto, pasa por el sistema educativo: la provisión de conocimiento al sistema y a la actividad. Desde la base hasta la cooperación investigadora. Desde el colegio a las universidades, pasando por la colaboración y el intercambio internacional. No podremos desplegar nuestro nuevo modelo si no disponemos del talento necesario.
Aplicando estos cuatro ámbitos de mejora, a sabiendas de que hay algunos más, y elaborando un plan estratégico de actuación en un horizonte de 25 años, habremos conseguido revertir la situación. Sé perfectamente que muchos de Ustedes están pensando que estamos ante una utopía. Pero no es así: nuestro sistema político, en casa y fuera, ha conseguido que nadie piense con talento estratégico.
El objetivo son las próximas elecciones. Y las decisiones que se toman, no llevan implícita ni una sola reflexión de valor para trabajar por las naciones y sus individuos. Nos han convertido en pesimistas y en perezosos: es imposible resolverlo. Esta afirmación es absolutamente falsa. Como para conseguir otras muchas cosas, lo que hay que hacer es trabajar y aplicar inteligencia. Y quitarnos del medio a los culpables de la situación, claro…
Un planteamiento como este conseguiría, por sí mismo y por la tendencia a la perfección que tienen los sistemas organizados cuando no se les altera interesadamente, un equilibrio muy necesario en el ámbito económico, social y hasta político. Le quitaríamos protagonismo a los voceros de las catástrofes, a los manipuladores de los mercados, a los especuladores negativos y a los totalitarios sociales e intelectuales.
Las cifras y parámetros que ahora miden la agitación (PIB, Prima de Riesgo, Inflación, Desempleo, Salarios, Déficit Público,…) pasarían a ser lo que nunca debieron dejar de ser: fieles indicadores de una sociedad con valores y un mundo próspero en el que los corruptos, los vagos, los vividores, los que solo buscan su provecho y los que coartan las libertades, no tendrían cabida pues su combustible se agotaría.