Un escenario tropical en el que los colores de la selva se entremezclan con la arena blanca de sus playas tropicales. Brasil es color, ritmo, alegría, etc. Un país en el que perderse y vivir una aventura de fantasía
Pese a que tradicionalmente septiembre se asocia con la vuelta a la actividad (inicio del curso escolar, últimos días de verano, etc.), para muchos supone la fecha de inicio de sus vacaciones. Un momento de desconexión y búsqueda de sol que encuentra su mejor acomodo en la zona del trópico, siendo Brasil un escenario idílico para disfrutar de unos días de descanso más que merecidos.
La otrora colonia portuguesa es una importante potencia agrícola e industrial, siendo, además, la mayor economía de América Latina y del Caribe. Un país de contrastes en el que la pobreza de las favelas convive con el lujo de los mejores barrios en ciudades como Sao Paulo. Desde el punto de vista turístico, las paradisiacas playas suponen el mayor atractivo del país, pero no se puede olvidar el encanto de la selva amazónica o los tesoros arquitectónicos de las civilizaciones precolombinas.
Río de Janeiro, ritmo y colores
El viaje a Brasil comienza con el ‘abrazo’ del Cristo Redentor, presidiendo el Cerro del Corcovado con la ciudad de Río de Janeiro a sus pies. La segunda ciudad de Brasil, bañada por playas de aguas turquesa, destaca por el ritmo de su vida nocturna en barrios como el legendario Copacabana, o el de Santa Teresa; aderezados todos ellos por la naturaleza que reina en sus calles.
Pese a que la mejor época para visitar la ciudad sería febrero, con sus únicos Carnavales, septiembre es un buen mes para acercarse y disfrutar de un mojito bien fresco en alguno de los emblemáticos chiringuitos de las playas de Copacabana y de Ipanema. Una de las visitas más típicas de la ciudad es el Pan de Azúcar. El ascenso en teleférico a esta colina, situada junto a la playa de Copacabana, arroja algunas de las vistas más espectaculares de la ciudad.
Y para los amantes de la arquitectura y la historia, a poco más de una hora en coche de Río se encuentra la ciudad imperial de Petrópolis. La antigua residencia de verano del emperador Pedro II (último emperador de Brasil) es la pieza central del Museo Imperial, completado por las residencias de los aristócratas, la catedral o los palacios de Cristal y Quitandinha. Además, los pintorescos pueblos de Parati y Ouro Preto suponen un escenario perfecto para contemplar la arquitectura colonial portuguesa. Parati, antiguo puerto utilizado para la exportación de oro, y Ouro Preto, una de las ciudades más importantes de la llamada Estrada Real de Brasil, actualmente son espacios históricos protegidos por la Unesco.
Próxima a la ciudad de Río, continuando por la costa, se encuentra el acogedor pueblo de Búzios. Este vecindario pesquero, de gran fama desde los años 60 por la presencia de la actriz Brigitte Bardot, supone el epicentro del turismo premium brasileño gracias a sus alojamientos de lujo y sus playas exclusivas.
Noreste, playas de paraíso
Como primera parada desde Río hacia el norte del país, se encuentra la cuna del Brasil colonia: Salvador de Bahía. La primera capital del país combina la esencia colonial portuguesa con toques africanos traídos por los esclavos siglos atrás. Una visita peculiar a una metrópoli con 365 iglesias, y con el histórico barrio del Pelourinho, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
La costa del noreste de Brasil se puede resumir en arena blanca, aguas azules y lugares paradisiacos. Un espacio para el disfrute en el que destacan ciudades como Maceió o Recife (La Venecia brasileña) con playas kilométricas en las que perderse o zambullirse en las cálidas aguas del Océano Atlántico. Además, para los turistas más curiosos, la ciudad de Olinda ofrece una vista panorámica de Recife además de contar con un centro colonial inigualable, patrimonio de la Unesco. Entre los edificios más destacados se encuentran el Convento de San Francisco y el Monasterio de San Benito.
Más al norte se encuentra uno de los enclaves playeros más famosos del país: Jericoacoara. Este pueblo ‘hippy’, situado entre dunas de arena, esconde un entorno natural inigualable con playas kilométricas de arena blanca. Un paisaje de dunas que alcanza su máxima expresión en el Parque Nacional Lençóis Maranhenses. Las dunas de color marfil esculpidas por el viento ("lençóis" significa "sábanas") chocan con las balsas de agua de lluvia almacenada a sus pies conformando un paisaje irreal en el que el desierto y el agua se unen.
Y, para completar la ‘ruta playera’, si se dispone de tiempo merece la pena desplazarse en barco hasta el Archipiélago de Fernando de Noroña, conocido por sus fantásticas bahías, calas y playas paradisíacas.
Amazonas, el laberinto de naturaleza
Partiendo de Manaos para terminar en Belém, desembocadura del Amazonas en el Océano Atlántico, se puede disfrutar de una travesía en crucero por el bosque tropical más gran del mundo. El ‘pulmón del planeta’ supone siete millones de kilómetros cuadrados, cruzando nueve países, con Brasil y Perú como los que más extensión poseen. En el caso de Brasil, el crucero desde Manaos supone una de las excursiones más apasionantes del país.
Manaos se sitúa en el corazón del Amazonas, siendo un enclave único en el país y la capital de Amazonia, el último bosque primigenio del mundo cuya extensión ocupa casi la mitad del país. Este ‘puerto’ de inicio de ruta cuenta con visitas interesantes desde el punto de vista de la arquitectura colonial, con su Teatro Amazonas o del Mercado Adolpho Lisboa; pero dejando como gran protagonista a los tesoros naturales que se encuentran en las aguas y bosques que conforman la Amazonia.
Como primer ‘tesoro natural’ está el encuentro de las aguas del Río Negro y el Río Solimo; el origen del gran Río Amazonas. Estos dos ríos, con tonos de color muy diferentes, no llegan a mezclarse por las diferentes características de sus aguas, provocando así el denominado como ‘Encuentro de las Aguas’.
En estas turbias aguas residen unos mamíferos que merece la pena conocer: los delfines rosados. Un animal en peligro de extinción cuya belleza y peculiaridad lo convierte en casi único. Los más aventureros pueden optar por adentrarse en la selva del Amazonas a la altura de Satarém; para sumergirse en aldeas indígenas, dormir en una hamaca en medio de la selva y salir a contemplar la fauna salvaje que habita entre esos bosques: jaguares, osos perezosos, tucanes, anacondas, etc.
El final del crucero llega con el atraque en Belém. Esta ciudad supuso uno de los primeros asentamientos coloniales portugueses, siendo una de las ciudades centrales de la ‘fiebre’ del caucho del siglo XIX. La riqueza que este fenómeno trajo a la ciudad aún se puede apreciar en sus calles, reflejándose el poder y riqueza pasada en los azulejos portugueses que visten todos los edificios. Además, se pueden visitar algunas construcciones destacadas como Forte do Presépio, la Casa das Onze Janelas o el Teatro de la Paz.
Brasilia y Sao Paulo, junglas de cemento
Tanto la capital del país como la principal ciudad económica suponen dos ciudades de estilo moderno cuya visita no merece mucho la pena. En ambas, el mayor ‘interés’ turístico reside en el aciago contraste que se puede ver en las calles, en las que una fina carretera separa complejos residenciales de lujo de los enjambres de favelas en los que habita la población más pobre del país. Mientras que Sao Paulo destaca por ser una de las ciudades más cosmopolitas de Latinoamérica, la capital Brasilia cuenta con edificios modernistas como la catedral metropolitana o el santuario Dom Bosco. Pese a ello, son dos ciudades en las que no merece la pena emplear días de viaje.
El Sur de Brasil y sus tesoros naturales
Si el norte del país cuenta con la ‘joya natural’ de Amazonia, la riqueza de flora y fauna, el sur de Brasil no se queda atrás. Un tesoro natural que encuentra en el Gran Pantanal su gran baluarte. Esta área protegida situada en Mato Grosso (cuya extensión supone la mitad de España) cuenta con una vida salvaje de ensueño. Pese a que el Amazonas suele ser el destino predilecto para el avistamiento de animales en Brasil, el Gran Pantanal permite ver más fácilmente a los mismos al contar con menos zona de bosques.
A las especies animales de la superficie (tucanes, tapires, guacamayos, jaguares, etc.) se suma una amplia gama de animales marinos y anfibios que habitan un terreno que permanece inundado la mitad del año: cocodrilos, pirañas, anacondas, etc. Una parada obligatoria para todos los amantes de la flora y fauna.
Y del paraíso natural del Gran Pantanal, a una de las siete maravillas naturales del mundo: las cataratas de Iguazú. Situadas en la frontera entre Argentina y Brasil, este espectáculo natural supone uno de los lugares imperdibles de cualquier viaje a Brasil. 275 cascadas Patrimonio de la Humanidad cuya mejor vista panorámica se consigue desde el lado brasileño (el argentino permite ver las mismas desde más cerca) a través de su pasarela y sus miradores situados en la Garganta del Diablo.
Todos estos tesoros naturales convierten a Brasil en un escenario único en el mundo para el avistamiento de fauna y flora. Un escenario tropical en el que los colores de la selva se entremezclan con la arena blanca de sus playas tropicales. Brasil es color, ritmo, alegría, etc. Un país en el que perderse y vivir una aventura de fantasía.