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Lifestyle

Marruecos, un tesoro de mil y un contrastes 

Por Enrique Fernández

Exotismo, cultura y arte a solo 20 kilómetros de la Península 

Pese a que, para muchas personas, septiembre suponga la vuelta a la rutina tras las vacaciones de verano, para otros muchos significa el inicio de la “desconexión”. Un mes perfecto para evadirse, siendo Marruecos un destino ideal para aquellos viajeros con ganas de descubrir culturas y tradiciones muy diferentes a las europeas. 

Situado a apenas 20 kilómetros de la península ibérica, en Marruecos confluyen la locura de las medinas y sus ciudades laberínticas con el mágico silencio de sus océanos de arena. Un enclave en el que el azul cristalino del océano Atlántico se fusiona con los colores terrosos de sus cordilleras áridas. Supone una experiencia exótica, un viaje en el tiempo cruzando las calles de sus medinas, disfrutar de la noche bajo las estrellas en el desierto, explorar rincones únicos o saborear la cultura árabe en una travesía inolvidable. 

Marrakech, la ciudad roja

Para muchos viajeros, Marrakech supone la primera toma de contacto con Marruecos. Una ciudad caótica y llena de encanto, perfecta para perderse entre sus calles y descubrir los palacios, mercados, jardines y mezquitas que se esconden por toda la urbe.  

La ciudad roja, denominada así por el color rojizo de sus murallas y construcciones, fusiona las características de una urbe moderna con la tradición e historia de sus casi 1.000 años de existencia. 

Dentro de la ciudad, la cantidad de palacios y arquitecturas históricas es formidable, siendo casi imposible ver todos en un solo viaje. De todo el amplio listado de lugares históricos que conforman la ciudad, uno de los más destacados es el Palacio Bahía. Un palacio de estilo islámico marroquí construido en una sola planta durante el siglo XIX para Bou Ahmed, un esclavo que llegó a alcanzar la importante posición de visir. Un palacio con 150 habitaciones, destinadas a albergar a las más de 300 mujeres (entre esposas y concubinas) que llegaron a vivir allí. 

De cara a conocer un poco más de la cultura del país, el Museo Dar Si Said supone una visita imprescindible. Este precioso museo de las artes (el más antiguo de toda la ciudad) se encuentra en un mágico palacio donde la arquitectura del mismo ya supone un motivo suficiente para visitarlo. Además, en cada sala se puede apreciar una gran cantidad de obras de arte, mobiliario, objetos e instrumentos clave en la historia del país. Por otro lado, en el Museo Marrakech, situado en el antiguo palacio de Mnebbi (construido en el siglo XIX al estilo de una casa tradicional) se puede apreciar una amplia colección de armas, joyas y vestimentas tradicionales. 

Para los amantes de la botánica, los Jardines Majorelle suponen una de las piezas de mayor elegancia y cuidado dentro de la ciudad. Con el color azul predominando en cada rincón, estos jardines diseñados por el artista francés Jacques Majorelle esconden una colección botánica formidable en la que se cuida hasta el más mínimo detalle. 

El siguiente paso ha de ser empaparse de la cultura local, siendo la Plaza Jemaa el Fna el mejor escenario posible. El centro neurálgico de Marrakech supone el corazón de la ciudad tanto de día como de noche (declarado como patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco). Una locura de experiencia en la que descubrir algo nuevo en cada esquina: desde puestos de fruta hasta atracciones con monos y serpientes en medio de la misma. 

A pocos metros de la plaza, se encuentra la Mezquita Kutubía. Uno de los mayores monumentos de la ciudad que, entre sus particularidades, cuenta con un minarete idéntico al de la Giralda de Sevilla y a la Torre Hassan II de Rabat. Además, es muy recomendable la visita a las Tumbas Saadíes. Una mágica construcción del siglo XVI bañada en arte, en la que descansan alrededor de 60 miembros de la dinastía Saadí. 

Una visita obligada dentro de la ciudad es la visita a la Madraza Ben Youssef, una de las más importantes del país. Esta escuela cuenta con una decoración formidable en todas sus salas (destacando la sala de rezos), pudiéndose visitar hasta las habitaciones de los estudiantes consiguiendo así conocer a la perfección como era la vida en las mismas. 

Gastronomía marroquí

Para todos los amantes de los sabores diferentes, la gastronomía supone un motivo más para visitar Marruecos. Con novedosos platos marcados por la utilización de especias y condimentos poco habituales en la cultura europea, cada bocado permite sumergirse en la cultura árabe en una experiencia cultural insuperable, con toques de África y de Oriente Medio. 

Dentro de los platos más famosos, el protagonista es el tajín. Un guiso cocinado en vasija de barro con tapa cónica, y cuya composición incluye una base de verduras a la que se le añade patata y carne (ternera o pollo) o pescado. 

El cuscús acompañado de diferentes ingredientes, la sopa tradición Harira, el puré Bissara o incluso la Pizza bereber típica del desierto del Sahara, suponen algunos de los principales elementos de la gastronomía marroquí. Comida marcada por las especias, con predominio de la carne y la verdura en toda su dieta. 

En el apartado de bebidas, el supone un auténtico símbolo dentro de la cultura del país. El más auténtico es el té moruno (té verde con menta), pudiendo ser tomado hasta seis veces al día por la población local y siendo un símbolo de hospitalidad y evento social. Además, posee un amplio abanico de zumos frutales como gran sustitutivo del alcohol. 

Ksar de Ait Ben Haddou, el tesoro del desierto 

A las puertas del gran desierto del Sahara se encuentra el maravilloso paisaje de el Ksar de Ait Ben Haddou. Un pueblo de arcilla y adobe detenido en el tiempo, cuyo color y arquitectura parece esculpido en la misma roca de la montaña. Supone uno de los lugares más impresionantes del país, siendo Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y escenario de múltiples películas entre las que destacan “Gladiator” o “Lawrence de Arabia. 

El gran desierto del Sáhara

No se puede decir que una persona ha descubierto Marruecos si no pasa al menos una noche durmiendo en las dunas bajo el cielo estrellado. Una experiencia única en la que surcar el mar de dunas montado a camello hasta alcanzar las jaimas en las que pasar la noche bajo el cielo estrellado. 

Fez, la primera ciudad imperial 

Esta ciudad amurallada posee una medina (Medina de Fez) del siglo VIII declarada Patrimonio de la Humanidad y considerada como la más grande del mundo. Una ciudad laberíntica que permite sumergirse en la cultura marroquí descubriendo la Curtiduría Chouwara, la ruta de los artesanos, la Plaza Boujloud, el barrio judío de la Mellah o la puerta Bab Guissa.  

Casablanca, el corazón de Marruecos

La ciudad más grande del país supone el eje cosmopolita de Marruecos. No es el mejor destino para descubrir la esencia oriental del país, pero sí dispone de un atractivo collage cultural en el que disfrutar de vistas como la Gran Mezquita de Hassan II a orillas del mar o el Mahkama du Pacha. 

Chefchaouen, la perla del norte 

La joya azul situada a los pies de las montañas del Rif supone la ciudad más bonita de Marruecos. Una ciudad de cautivadora belleza, marcada por sus casas blancas y azules y denominada como “La perla del norte”. Una fuente de inspiración para artistas y destino clave para fotógrafos cuyos orígenes se remontan a hace más de medio siglo, siendo fundada por exiliados musulmanes y judíos de Al-Ándalus. 

Royal Mansour Marrakech, una experiencia digna de sultanes 

Cuando en 2007 el propio Rey Mohammed VI concibió la creación de un lugar en el que sus familiares y amigos pudiesen hospedarse, todo Marruecos se volcó en el mayor proyecto hostelero del país. Como resultado, nació una ciudad dentro de la propia ciudad roja con una finca privada de cinco hectáreas, enclavada en el corazón de Marrakech. Así es el majestuoso hotel en el que no existen habitaciones ni suites, sino que cada huésped cuenta con un Riad privado. 

Si se quiere vivir una experiencia de absoluto lujo, el Royal Mansour supone el escenario perfecto en el que vivirlo. En una recreación perfecta de una antigua ciudad marroquí, más de medio millar de empleados “invisibles” cuidan hasta el más mínimo detalle para hacer que cada cliente viva una experiencia que roza la excelencia. 

Tras un majestuoso camino cuestionado por palmeras, las puertas monumentales dan acceso a un mundo nuevo. En el vestíbulo de entrada, los mosaicos multicolores, el artesonado de los techos en madera de cedro, las cortinas de seda blanca o los muebles señoriales, suponen para los visitantes el aperitivo de una experiencia inigualable. 

Con 53 excepcionales Riads privados escondidos tras puertas tachonadas y jardines paradisiacos, cada huésped vive una experiencia palaciega en palacios privados que pueden ir desde 140 hasta los 1.800 metros cuadrados del prestigioso Gran Riad. Cada uno de ellos cuenta con un patio privado, terraza y piscina que permite recrear a la perfección la vida en un Riad. La decoración es digna de museo, con obras de arte en carpintería, forja, alicatado, tadelakt o marquetería, elaboradas por los mejores artesanos del país. Una combinación de talento y tradición que permite dotar al lugar de una belleza inalterable en el tiempo. 

Cada Riad cuenta con un mayordomo privado cuyo único fin es el de anticiparse a los deseos y necesidades del huésped, consiguiendo así dar un toque experiencial único al viaje. Con un sistema de pasillos ocultos que permiten la comunicación del servicio por todo el hotel, los inquilinos del hotel viven una experiencia de tranquilidad y serenidad digna del paraíso. 

Su jardín supone una obra de arte al aire libre en el que disfrutar de una fusión de colores y olores inigualable. Un juego de luces y sombras que se refleja en las cristalinas aguas de su piscina que permiten a cada huésped relajarse en un enclave único alejado del ruido y bullicio de una ciudad situada a escasos pasos de ese paraíso. 

La experiencia gourmet se traslada a las cinco cocinas del Royal Mansour, con menús diseñados y dirigidos por el reconocido chef francés Yannick Alléno e ingredientes cultivados en el huerto del propio hotel. Una oferta gastronómica que acoge desde la comida marroquí tradicional, hasta la alta cocina francesa o japonesa. 

Para completar esta experiencia única, el hotel cuenta con el Spa Royal Mansour Marrakech, galardonado con numerosos premios internacionales. Una burbuja de encaje blanco mashrabiya en la que recuperar la energía y disfrutar con masajes y tratamientos cuidados al detalle. 

Todo un reino de fantasía preparado para que cada huésped vivía la experiencia de un sultán en una ciudad encantada escondida en el corazón de la ciudad roja. 

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